"Esos bebés
son una oportunidad única de redención. Son el camino de sanación y una
respuesta a la pesadilla", cuenta
Jeff
En ReL recogimos hace algunas semanas el testimonio de Jennifer Christie,
que quedó embarazada tras ser atacada por un violador en serie, y un artículo
de ella misma denunciando, con el nombre y el rostro de otras mujeres en su
mismo caso, a quienes pretenden usar la tragedia de la
violación para legalizar el aborto, poniendo, como ella dice, a esos
niños una diana en la espalda.
El marido de Jennifer, Jeff, ha
querido prestar también su testimonio sobre la situación: Yo no quedé embarazado a causa de la violación, pero sí
mi esposa… y tengo mi opinión al respecto,
titula el blog Salvar
el 1:
Entiendo perfectamente a las
mujeres cuando dicen que los hombres no tienen nada que alegar cuando un
embarazo se ha producido tras una violación. Hay algo de verdad en esta
afirmación, a veces. Pero cuando esto mismo le sucedió a mi esposa –con la que llevo casado 22 años–,
cuando fue brutalmente violada y golpeada, entiendo que aquello me afectó
profundamente de manera muy íntima también.
Nuestro precioso hijo de 3 años fue
concebido en aquel horrible acto de maldad. Ha sido, sin embargo, un dichoso regalo para ambos que nos
ha ayudado a superarlo día a día.
He leído muchos comentarios y he
oído opiniones varias. Estoy de acuerdo en que uno no puede pensar o sentir lo
que sucede en una situación semejante a menos que lo sufra en sus propias
carnes. Es una terrible y cruel realidad con la que vivo. Soy consciente de
que no puedo eliminar el trauma que sufrió mi esposa a pesar de lo mucho que lo
intento. Reconozco que no puedo ni nunca seré capaz de entender la
profundidad de su dolor.
Ella tampoco comprenderá el mío.
Se supone que soy su protector. Yo soy el que delante de nuestras familias y
amigos dije “para lo bueno y lo malo…”, prometí
en mi corazón proteger la seguridad de su cuerpo y su corazón. Así, ¿dónde estaba yo cuando ella
más me necesitaba? Vivo con esa
constante congoja y no ceso de preguntarme “¿Qué
habría pasado si…?” y también “¿Por qué yo
no…?”. Estos pensamientos me acompañan siempre.
Antes de que lo notara nadie más,
supe que aquella mujer que yo conocía desde los 14 años y que era una chica
jovial, extrovertida, cuyo ingenio hacía reír a todos, ya no sería nunca la misma persona.
También comprendí que aquel
pequeño, nuestro hijo, no había tenido culpa alguna del horror por
el que su madre había pasado.
Yo sabía que mi esposa nunca
habría de olvidar la atrocidad que padeció, hubiera nacido o no aquel inocente
bebé. Es de una ignorancia arrogante defender comentarios como: “Con un niño, la víctima de una violación tiene que vivir
constantemente con el recuerdo de lo que un monstruo le hizo”. Ella no
necesita un recordatorio. La
violación siempre quedará impresa en su memoria, con o sin el bebé.
Porque… ¿son
los niños concebidos en una violación terribles “recordatorios”? Yo
puedo contar mi experiencia propia.
Esos bebés son una oportunidad
única de redención. Son el camino
de sanación y una respuesta a la pesadilla de una crueldad y un sin
sentido. Isaías 61,3 dice que Él confortará a los que se lamentan y les
concederá “una corona en vez de cenizas, aceite de
alegría en vez de luto, traje de fiesta en vez de espíritu de desaliento”.
A mi esposa le encanta decir
que nuestro hijo le dio esperanza,
un propósito en la vida. Y esa llama de amor que brillaba en su
corazón y supe que, sin aquel niño, nacido con violencia, sin esa alma pura a
la que proteger y alimentar, se iba a sentir siempre sola en su victimismo.
Toda su vida se preguntaría por qué tuvo que pasarle eso, una criatura amada
por Dios. Ese violador malvado dejó no una, sino dos víctimas detrás de su fechoría:
la mujer ultrajada y la vida concebida tras su criminal acción.
Debo hacer una confesión
definitiva: yo también empecé a sanar con la
noticia de la concepción de nuestro hijo y digo “nuestro hijo” porque mi querida esposa y yo somos una sola alma. Si
ella está embarazada, entonces NOSOTROS estamos esperando un bebé.
Pasé las primeras semanas después
de la violación siendo el baluarte y fortaleza que mi esposa necesitaba,
lastimando mis nudillos mientras aporreaba con rabia la pared del lavabo. En dos
décadas de matrimonio nunca había cuestionado mi papel de esposo protector.
Pero en aquel momento me sentí angustiado, no podía resistir la idea de verme responsable por lo ocurrido y no
haberla podido proteger.
No trato de comparar mi
experiencia con su tormento, pero considero mi deber hablar en nombre de
aquellos hombres que, de algún modo, se han visto afectados por el asalto
sexual que ha sufrido la mujer que aman. Estamos heridos. El daño colateral es
enorme.
Pero el bebé…
Sana, enseña y nos da coraje. Nos fuerza a mirar más allá de nosotros
mismos. Es una oportunidad impresionante que nos da a nosotros, padres,
de traer otra alma llena de amor y compasión a este mundo. No es nuestro único
hijo, es el pequeño de cinco. Igual que los otros, llegó a nuestras vidas por
voluntad de Dios, quien nos confió su cuidado.
Al igual que con los demás hijos,
nuestro amor por él empezó desde el momento que supimos de su existencia. Le recibimos en nuestro hogar con la misma
devoción y reverencia que a sus hermanos y hermana. Todos le aman y lo
sienten como hermano, sin considerarle distinto. Saben cómo fue concebido, pero
nunca lo tienen en cuenta cuando le miran o juegan con él. Esa aceptación
incondicional de su hermano nos fortalece a mí y a mi esposa en nuestra labor
de padres.
Ahora me dirijo a las
mujeres que han abortado después de una violación y les digo que no
pretendemos juzgarlas. Entendemos, más que nadie, que la decisión a la que se
enfrenta una mujer en los primeros meses después del trauma de una violación,
cuando aún se intenta dar sentido a lo ocurrido, es abrumadora. La sensación de sentir animosidad hacia el
niño engendrado en violencia es terrible.
Nosotros también vivimos eso.
Sabemos que el futuro se puede ver tan negro que se desea más que nada reducir
la presión que se siente de la manera que sea. En nuestro caso, realmente no
hubo decisión. Sin discusión, sabíamos que honraríamos a Dios y nuestras
creencias y protegeríamos a esta pequeña alma del daño del aborto. Es posible
que otras mujeres no hayan tenido tal apoyo. Lo que sí que podemos asegurarles
es que Dios perdona y nos permite aprender de nuestros errores.
Parte de la grandeza de la vida
humana es que siempre tenemos la posibilidad de cambiar el rumbo rectificando a
lo largo de nuestras vidas. Dios
puede cambiarnos. Sólo tenemos que pedírselo y quererlo de verdad.
A todas aquellas que han sido
ultrajadas y llevan una vida en su seno, les ofrecemos ayuda y comprensión. Amor y oración. Acudan a
nosotros. Sabemos que no lo olvidarán, pero con el tiempo van a sanar.
A mi esposa le gusta decir que “no hay vuelta
atrás, pero siempre hay un camino hacia delante”. Existe la
posibilidad de aceptar esa nueva realidad y aprender a vivirla cada día.
Remarco el hecho de que la persona que crece en vuestro interior es única,
irrepetible. No están solas. Sí, la vida de ustedes es distinta ahora,
pero esa anormalidad fue culpa del malhechor que os ultrajó, no del niño que crece en su vientre. Él también es
víctima de crueles intenciones.
En estos cuatro años, el cuerpo de mi esposa no ha sanado del todo tras aquel
brutal ataque. También a ustedes podrán quedarles secuelas
emocionales y físicas duraderas. El cuerpo de una mujer nunca debería sufrir
ultraje alguno, pero cuando se detengan a pensar verán, también, que ese cuerpo
fue milagrosamente diseñado para proteger y hacer crecer la vida.
Lo que sucede después del
nacimiento depende completamente de ustedes. Siempre hay opciones, siempre hay gente dispuesta a ayudar.
Termino con un tributo a mi
formidable esposa y a las increíbles mujeres con las que se ha encontrado
desde el momento en que compartió este episodio de nuestra vida. Verdaderas heroínas. Leer sus
historias llenas de inspiración, determinación y coraje me deja siempre sin
palabras.
Tengo que sacudirme la cabeza
cuando veo gente afirmar que no todas las mujeres son lo suficientemente
fuertes para llevar a cabo un embarazo en semejantes circunstancias o después
de un trauma tal. No estoy de acuerdo. He visto a mi mujer dar a luz cinco
veces. La he visto mantenerse
serena y firme ante situaciones que harían tambalear a hombres de acero.
La fortaleza de una mujer no debería desestimarse nunca.
Sé que yo no me embaracé después
de la violación, pero mi mujer sí. Mi vida también cambió aquel día para
siempre. Así que no me digan que
mi opinión no cuenta. No me digan que no puedo tener voz en la defensa
de la vida en el seno materno. Y, por favor, no me digan que no tengo ni idea
de lo que una mujer debe afrontar ante una situación lamentable como ésta.
Porque sí, lo conozco
muy de cerca y sé lo que se siente.
Jennifer Christie
sufrió graves lesiones como consecuencia del asalto.
Artículo originalmente publicado por Religión en Libertad
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