viernes, 15 de febrero de 2019

(240) NI CUALQUIER PAZ, NI LA PAZ A CUALQUIER PRECIO -PASTORAL DE UN SANTO OBISPO SOBRE LA PAZ CRISTIANA Y EL LIBERALISMO-


“No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. (Mt.10, 34-36)
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“Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel, anunciándoles la Buena Nueva de la paz por medio de Jesucristo que es el Señor de todos” (Hechos 10, 36)
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 “Todo cuanto habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, ponedlo por obra y el Dios de la paz estará con vosotros”. (Fil. 4, 9)
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“Que la paz de Cristo presida vuestros corazones,  pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo” (Col. 3, 15)
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No; no habrá paz verdadera, si ésta no se funda en las enseñanzas de Jesucristo y en su santo servicio. Se gritará ¡paz, paz! y no habrá paz; y ya que la paz es el asunto del día, de la paz nos vamos á ocupar para haceros ver qué es la paz, dónde se puede encontrar y cuán inútilmente se espera de las modernas libertades é instituciones.”  San Ezequiel Moreno Díaz
La paz es sin duda uno de los bienes más preciados no sólo de los hombres de hoy, sino de todos los tiempos. En el nuestro, particularmente, el incremento de violencia de todo tipo –física, espiritual, psicológica, política y económica- es uno de los signos más patentes que nos debería hacer reflexionar sobre la multitud de crímenes y pecados que han atraído sobre nosotros este justo castigo como flagelo jamás visto, empezando por la globalización del aborto, la guerra contra la familia y todas las que se desarrollan entre los estados y grupos sociales, sin excluir el propio cuerpo eclesial.
Sin embargo hay que decir que en la búsqueda desesperada de un poco de paz, corremos el riesgo de hundirnos en un abismo tal vez mucho más oscuro que el de la violencia, como es el abrazo de una falsa paz; la paz de los cementerios, a un precio mucho más alto que el de la sangre derramada, que es el precio de las almas condenadas eternamente por el ocultamiento de la Verdad.
No estamos dispuestos a pagar ese precio. No queremos esa paz fétida, sino la Paz de Cristo, en el Reino de Cristo.
Sabiendo que no somos nadie, pero reclamando el derecho sagrado de nuestro bautismo, en cumplimiento de la obligación que de él se desprende, hemos de defender y conservar la fe, y que no nos la tuerzan. 
Y para que se comprenda mejor, y para animar con nuestros ruegos a los pastores fieles a levantar la cabeza por su rebaño, y denunciar la gravedad y peligro de confundir la paz verdadera con la falsa, recordamos aquí las palabras del valiente obispo San Ezequiel Moreno Díaz, misionero incansable y pastor solícito del bien de las almas puestas bajo su cuidado, quien se refirió puntualmente a la verdadera paz en circunstancias muy semejantes a las que hoy protagonizamos.
De las páginas de su Decimoquinta Carta Pastoral -Cuaresma de 1933- (Cartas Pastorales, Circulares y Otros Escritos, Madrid, 1908; pp.422 ss.), seleccionamos los párrafos más elocuentes, aconsejando vivamente su atenta meditación:
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Explica el Sr Obispo qué es la paz y dónde se puede encontrar
La Santa Cuaresma, que ya llega, es el tiempo más serio y más interesante del año; (…) porque ese tiempo lo dedica nuestra Santa Madre la Iglesia, y quiere que lo dediquen sus hijos, á lo más serio é interesante que hay para ellos, que es atender á su salvación eterna y procurar conseguirla á todo trance.
(…) porque ese es su tema único, ese su solo pensamiento, esa su misión, ese el fin para que fue instituida por Jesucristo, el de salvar á los hombres y llevarlos á la ciudad del cielo; (…) ¡cuántos de entre los creyentes viven olvidados del Cielo en que creen!
(…)  Ahora, más que nunca, hace falta el recuerdo de esas verdades, no sólo para la reforma individual de la vida, sino para el bien de la sociedad. Sin el recuerdo de esas verdades y práctica de lo que nos enseñan, no es posible el bienestar, ni el orden, ni la paz.
No; no habrá paz verdadera, si ésta no se funda en las enseñanzas de Jesucristo y en su santo servicio. Se gritará ¡paz, paz! y no habrá paz; y ya que la paz es el asunto del día, de la paz nos vamos á ocupar en la presente Carta Pastoral para haceros ver qué es la paz, dónde se puede encontrar y cuán inútilmente se espera de las modernas libertades é instituciones. ¡Quiera el Señor que hagamos este trabajo de modo que resulte gloria para Él y provecho para las almas!
Todos los hombres hablan de la paz con placer; todos la desean con ardor, y todos la buscan con empeño. Podrán muchos equivocarse en los medios de buscar la paz, ó buscarla donde no es posible hallarla; pero todos la desean y la buscan, como se desea y se busca la felicidad. Sucede, sin embargo, respecto de la paz, lo que sucede respecto de la misma Religión; que mientras hay muchas falsas, sólo hay una verdadera. Por este conviene saber lo que es la paz, y tener idea precisa y exacta de ella.
I - ¿QUÉ ES LA PAZ?
Todos los teólogos, con Santo Tomás, han adoptado y hecho suya la definición que dio mi Gran Padre San Agustín, de la paz en su monumental obra De Civitate Dei libro XIX, cap. XIII, donde dice: «La paz es la tranquilidad del orden.» (…)  Orden es, colocación de las cosas en el lugar que les corresponde, ó concierto, buena disposición de las cosas entre sí, según el fin que tienen. (…)
No se puede decir que las cosas ocupan el lugar que les corresponde, ni que estén ordenadas, por consiguiente, cuando lo que debe estar lo primero está lo último; cuando lo principal ocupa un lugar secundario; cuando el fin se haga medio, y el medio fin; cuando se cambien y alteren los oficios propios de las cosas, según el fin á que estén destinadas. (…) Siendo el orden causa de la paz, es también claro y evidente que la paz sólo durará lo que dure el orden, y que, perturbado éste, no habrá ya paz. Entra, pues, en concepto de paz, no sólo la idea de orden, sino también la idea de resistencia á todo elemento ó agente que intente perturbar el orden.
Debemos, pues, sentar como principio que es necesario el orden para que haya paz; pero ¿cuál es el origen y fundamento del orden? Es indudable que es Dios, Creador de todas las cosas el que señaló sapientísimamente a cada una el lugar que le corresponde según su divino querer.
(…) En los seres racionales debe también haber orden, y lo hay, en efecto, llamado orden moral, que lo constituye la voluntad de Dios, manifestada á los hombres en los Mandamientos que les ha dado, ya directamente, ya por medio de su Iglesia Santa.
El que quebranta ese orden, el que no hace lo que manda Dios, es un perturbador dé la paz, é incurre en su indignación divina. (Ps. CXVIII, 165.) No pudiendo haber orden sino en el cumplimiento de la voluntad divina, manifestada en sus Mandamientos, se deduce que es falsa toda paz que no se funda en ese cumplimiento.
Falsa es, pues, la paz que se quiere fundar en una vida exenta de ciertas privaciones, y abundante en riquezas y medios de evitar sufrimientos.
Falsa es la paz que se hace consistir en el goce de las delicias y placeres de este mundo.
Falsa es la paz que se busca en los puestos elevados, en la fama, en la estimación y respeto de los hombres.
Falsa, por último, y funestisima es la paz que nace del endurecimiento en el mal, efecto de una vil condescendencia con las pasiones, por la que, á fuerza de vivir en pecado permanece en él sin oír la voz del remordimiento que le perturbe é inquiete.
La manera, pues, de conseguir la paz es unir nuestra voluntad con la voluntad de Dios, pues Dios es la fuente del or- den, y la paz es la tranquilidad del orden.
II - LA VERDADERA PAZ QUE TRAJO JESUCRISTO AL MUNDO Y DIO A LOS HOMBRES
La paz establecida por Dios entre el cielo y la tierra »la perdió el hombre con el pecado. (…) pero en el mismo instante de la rebelión» Dios, en su infinita misericordia, habla al hombre de reconciliación y de paz, y le promete un Redentor que establecería esa paz.
Los Profetas vinieron consolando al mundo con la promesa y esperanza del Redentor (…) Llegada la plenitud de los tiempos vino al mundo el Redentor esperado, y los ángeles con alegre cántico anuncian al mundo la paz que traía (Lc. 2, 14.)
Jesucristo, en efecto, nos dio, en primer lugar, la paz con Dios, reconciliándonos con El mediante su pasión y muerte, y ese beneficio es el que recuerda con frecuencia el Apóstol en sus cartas. En la que escribió á los fieles de Éfeso (11, 13, 14), les dice: Vosotros los que en otro tiempo estabais lejos habéis sido aproximados por la sangre de Jesucristo; Él es quien constituye nuestra paz»  (…)
Esta paz que trajo Jesucristo, y que se dignó depositarla en sus discípulos (…) se nos aplicó en el bautismo en el que fuimos recibidos a la amistad de Dios, y si después llegamos a perderla por el  pecado, de nuevo se nos aplica en el sacramento de la Penitencia, donde se nos repiten las palabras de Jesús: Vete en paz.
(…) ¡Que la voluntad no se aparte jamás del dictamen de la razón, y que la razón no se rebele altanera contra el orden del Hacedor Supremo, esto es, contra su fe revelada y su religión sacrosanta. De este hermoso concierto procede la tranquilidad de la mente, el sosiego del corazón, y que el reino de Dios permanezca en nosotros, y, por consiguiente, la paz completa.» (…)
III - LAS MODERNAS LIBERTADES SON CONTRARIAS A LA PAZ
Hemos dicho que la paz es la tranquilidad del orden, y que el orden consiste en la sujeción de todo nuestro ser a la voluntad divina, fuente y origen del orden. Ahora bien: las modernas libertades, no sólo no nos sujetan a la voluntad divina, origen del orden, sino que tienden a emanciparnos de ella, y, por consiguiente, a colocarnos en el desorden, y a quitarnos la paz.
Que las libertades modernas tienden a emanciparnos del querer divino, y á que obremos fuera del orden establecido por Dios, es una verdad que proclaman á voz en grito los mismos defensores y propagadores de esas libertades.
En efecto, no cesan de repetir que «no debe haber otra autoridad que la propia razón, y que hay que abolir la fe, porque la humilla, y acabar con la Iglesia, porque la oprime. El progreso rechaza las trabas de las religiones positivas, aclama la razón emancipada, y hace desaparecer los dogmas revelados. Mientras los pueblos se hallaron en la infancia, fué necesario dominarlos con los terrores del infierno, y engañarlos con las alegrías del cielo; pero hoy los pueblos son adultos, y sacuden el yugo de las creencias que los habían oprimido, y se levantan arrogantes proclamando independencia y aspirando á gozar de la luz de la razón y del calor de la libertad.»
(…) eso escriben los periodistas liberales de las capitales y de los pueblos; eso enseñan los amigos del progreso, de la civilización y de las modernas libertades. Si pues es claro y evidente que esas libertades nos apartan de Dios, es también claro y evidente que nos apartan del orden, y, por consiguiente, de la paz. Puede decirse que llevan en sí mismas la negación de la paz, porque es propio y esencial en ellas apartar del orden establecido por Dios, y, por tanto, apartar de la paz.
Las libertades modernas son rebelión contra el orden, y por eso ha dicho nuestro Santo Padre León XIII, (…) lo siguiente:
«Hay ya muelles imitadores de Lucifer, cuyo es aquel nefando grito no serviré, que con nombre de libertad defienden una licencia absurda Tales son los hombres de ese sistema tan extendido y poderoso que, tomando nombre de la libertad, se llaman á sí mismos liberales»
(…) «Lanzad una mirada sobre lo que pasa en las naciones donde el liberalismo se ostenta victorioso y se han llevado á la práctica las doctrinas liberales (…) Ved esa multitud de victimas sacrificadas en las continuas guerras que se suscitan. Mirad esas huellas sangrientas, esas lágrimas amargas, esa cruel persecución á todo lo que es bueno, justo y santo, ese trastorno espantoso que asusta a toda la gente de orden»
¿Quién ha enseñado a cometer esos monstruosos delitos que harían temblar á los mismos salvajes? (…) ¿Quién, repito, ha abortado semejantes monstruos, que por todas partes introducen el desorden y quitan la paz, sino esas libertades, esa doctrina abominable del liberalismo que ha destruido toda la moral; que sofoca todos los nobles sentimientos; que ultraja la dignidad humana; que rechaza las autoridades más respetables, que no reconoce otra ley que la de las pasiones? ¿No son los dogmas del liberalismo? (…)
(…) Las columnas del mundo social se estremecen, y ese mundo bambolea como un ebrio. Las ruinas de los poderes públicos se confunden con las de los altares. Las instituciones, las leyes, las costumbres, todo se halla como sumergido en el volcán devorador de la anarquía. ¡Oh Dios Santo! Si Vos, que habéis fijado límites al furor del Océano, no ponéis un dique al torrente devastador de las execrables doctrinas del liberalismo, ¿adónde llegaremos y qué será de las sociedades?
Es indudable que á este desorden actual seguirá la destrucción entera del género humano, el desorden final que haga venir al Hijo del Hombre en grande majestad para poner orden, colocando á cada uno en el lugar que le corresponda, pero de tal modo, que sólo resulte paz para los que siempre vivieron según el orden por él establecido.
(…) Es preciso convenir en que las modernas libertades son contrarias á la paz, porque «quitados todos los frenos del deber y de la conciencia, sólo queda la fuerza, que nunca es bastante á contener por sí sola los apetitos de las muchedumbres. De lo cual es suficiente testimonio la casi diaria lucha contra los socialistas y otras turbas sediciosas, que tan profundamente maquinan por conmover hasta en sus cimientos las naciones.»  (EncíclicaLibertas.)
IV - NO ES POSIBLE LA. PAZ ENTRE EL CATOLICISMO V EL LIBERALISMO
Hay en el liberalismo un espíritu mil veces maldecido y condenado por la Iglesia católica, Maestra de la verdad, porque ese espíritu es puro y neto el espíritu de Lucifer, y con él no puede estar en paz el espíritu del Catolicismo.
En efecto, el espíritu del liberalismo y el del Catolicismo son irreconciliables. ¿Qué acuerdo cabe entre Dios y Belíal? (…) y dijo también el gran Pontífice Pío IX en ocasión solemne: «En estos tiempos de confusión y desorden, no es raro ver a cristianos, á católicos que tienen siempre en la boca las palabras de término medio, de conciliación y transacción. Pues bien, yo no titubeo en declararlo: estos hombres están en un error, y no los tengo por los enemigos menos peligrosos de la Iglesia. (…)
Más solemne es aún la condenación que sobre el particular hizo el mismo Pío IX en el Syllábus, (…) La última proposición condenada dice lo siguiente: El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y la civilización moderna.
Condenada esa proposición como errónea, resulta verdadera, la contraria, ó sea, que el Romano Pontífice ni puede ni debe reconciliarse ni transigir con el progreso, con el liberalismo y con la civilización moderna (…)
Acaso dirán algunos: ¿cómo es, pues, que ha resultado la paz de tratados que acaban de celebrarse entre católicos y liberales?
Se dice que se han dado el abrazo de la paz, que estamos en paz, y, en efecto, se canta la paz, y se festeja la paz con regocijos extraordinarios» ¿Cómo debe entenderse todo eso?
Esa pregunta quedará contestada distinguiendo, con Santo Tomás (2.a 2.ae? q. 29, a.1), entre paz y concordia, y diciendo que si bien donde hay paz hay concordia, no siempre donde hay concordia hay paz. Y concordar pueden, y concuerdan á veces hasta los mismos malvados para realizar sus planes infernales, como se comprueba con la misma Sagrada Escritura, que dice: Se mancomunaron los príncipes contra el Señor y contra su Cristo. (Ps. II, 2.)
¿Se puede, acaso, decir que esos malvados tienen paz? No, porque donde hay impiedad no hay orden, y donde no hay orden no hay paz. No hay paz para los impíos dice el Señor. (Is., XLVIII, 22.)
Con esta doctrina, ya se comprende que lo que ha habido entre católicos y liberales ha sido convenio, pactos, tratados, lo que se quiera llamar; pero de eso no ha resultado, no ha podido resultar la paz entre liberalismo y catolicismo.
El liberalismo, en el convenio, pacto, tratado, o lo que sea, no ha podido dar paz, porque el liberalismo es pecado, y el pecado es desorden en su esencia, y no puede dar paz, porque nadie da lo que no tiene.(…)
El jefe liberal, en el Manifiesto que dio en Poen, después del tratado o pacto, da a entender que ha convencido, que ha dejado en toda su brillantes el honor del Partido liberal, que la intransigencia ha cedido el campo á la tolerancia, y, en una palabra, en todo el Manifiesto da a conocer que ha conseguido algo a favor del partido liberal, y que está satisfecho. SI eso es verdad; si algo ha conseguido a favor del partido teniendo en cuenta los principios que hemos sentado sobre la paz, la lógica nos lleva á sacar una consecuencia muy triste, pero por triste que sea, hay que sacarla. La consecuencia es que tenemos ahora menos paz que antes de la guerra, y durante ella.
 Es cierto que ya no hay, por ahora, cañonazos; tifos de fusil, heridas, derramamiento de sangre, muertes, etc.; pero hay menos paz que antes, y tanto menos, cuanto mayor sea la ventaja que ha sacado el partido liberal: porque lo liemos dicho y lo repetimos, el liberalismo envuelve en sí mismo el desorden, es la negación de la paz, y, por consiguiente, cuanto más avance, cuantas más ventajas obtenga, menos paz habrá.
Si existe la lógica, es una verdad lo que decimos, y si han obtenido ventajas los liberales, hay que exclamar con el profeta Jeremías: Curaban la quiebra de la hija de mi pueblo con ignominia, diciendo: Paz, paz; y no había paz, (Cap, VI, 14)
V - EL GRAN PELIGRO
Queda probado que no cabe la paz entre el liberalismo y catolicismo, que cuanto más liberalismo haya, más desorden tiene que haber, y, por consiguiente, menos paz.
Esta doctrina no la comprenden o no la quieren comprender muchos de nuestros hombres, que se llaman católicos, que pasan por ilustrados, y figuran en la sociedad, y por lo mismo se empeñan, no sólo en que anden juntos y del brazo el catolicismo y el liberalismo, sino en que así unidos gobiernen la nación.
(…) Lo último que hemos llegado a leer, sobre el asunto que tratamos, en uno de los poquísimos impresos que hemos recibido en estos meses pasados, es lo siguiente:
«Los conservadores guardianes de creencias salvadoras que retiemplan el alma en las horas de la prueba, se confundirán con los verdaderos liberales, y su unión será fuente de prosperidad para todos, y resultado de una política grande y noble. Dejemos las creencias aparte. Si los liberales no creen, tendrán para ello tanto derecho como los conservadores para creer. No critiquemos ní á los que creen ni á los que no creen.»
El mismo autor de esas cosas tan contrarias á la doctrina católica, dice en otro artículo o comunicado:
Hay que «lanzar al infierno o á los diablos ese principio fatal de nuestra política, que consiste en creer que los conservadores son malos porque no son liberales, o en que éstos son malvados, porque no son conservadores.»
No nos detenemos a combatir el gran error de que los liberales tienen derecho para no creer, ni a probar que los liberales son malos, no por no ser conservadores, sino precisamente por ser liberales, una vez que el liberalismo es pecado, y pecado mayor que el robo, el asesinato y otros, por ser contra la fe, que es, el fundamento de todo el orden sobrenatural. (…)
Resulta de todo que existe muy marcada esa tendencia hacia la unión del liberalismo y catolicismo, y el deseo de que anden juntos, y juntos gobiernen, que es el gran peligro que enunciamos, porque el liberalismo es desorden por esencia, y no puede dar paz.
Por esta misma razón, el liberalismo no tiene, no puede tener derecho a ser elegido ni á gobernar, como ya hemos dicho en Circular que hemos dado hace unos días con motivo de las elecciones.
Antiguamente la táctica de Lucifer era desunir á los católicos, envidiando que fueran una sola alma para servir a Dios, v tuvieran todos ellos un solo corazón para amarle; pero hoy ha mudado de táctica, y trata de unir a los que deben estar separados, porque conoce perfectamente que cada paso que avance el liberalismo en el campo católico, es nueva conquista para él.
No: a esas uniones de Lucifer, a esas mezclas infernales, a esos horrendos contubernios, no deben, no pueden concurrir los que aman la integridad de la doctrina católica y la quieren ver  brillar en toda su pureza.
Conozcamos que el mundo, enemigo de la verdad, extiende cada día más sus dominios, y que hay una corriente avasalladora que arrastra a los individuos á sacudir el yugo de Jesucristo, Señor nuestro. Pudiéramos decir que hoy el peligro es mayor que nunca, y parece que es más difícil guardar fidelidad a Jesucristo, nuestro Rey, que en los tiempos en que los perseguidores de la Iglesia hacían correr á torrentes la sangre de los cristianos.
Entonces estaba perfectamente deslindado el campo de los que seguían á Jesucristo, del de los secuaces de ‘Satanás; y aunque era necesario valor heroico para declararse cristianos, no había el gran peligro de andar mezclados con los enemigos.
Hoy, por el contrario, hay enemigos que se quieren meter con nosotros; andar con nosotros; gobernar con nosotros, y aun oír Misa con nosotros, cuando conviene á sus miras, y esa amalgama repugnante, anticatólica, y contraría al orden y a la paz, la aclaman, la buscan y la quieren muchos de los que pasan por católicos, y éste es el gran peligro para la nación, para la Iglesia y para las almas.
Sí eso se realizara* y en eso buscaran la paz, y con eso nos. dijeran que había paz aseguramos que no se cantaría en la Diócesis de Pasto, por esa paz, el alegre Te Deum y que en su lugar se oiría el triste clamor del profeta Ezeqniel, tan igual al de Jeremías, que arriba copiamos: Engañaron á mi pueblo, diciendo: Paz y no hay paz> (XIII,10..)
VI - CONCLUSIÓN
Todos estamos en el deber de hacer frente al peligro que acabamos de denunciar.
Incumbe ese deber en primer lugar, a las autoridades» Éstas deben hacer que reine la paz de Jesucristo mediante la observancia de la Ley de Dios, y procurando que las leyes, decretos, mandatos, órdenes y disposiciones que den, se funden siempre en la Ley divina, en el querer de Dios. Miren siempre a la. Iglesia católica, como obra de Jesucristo, maestra de la virtud, custodia de la verdad, guía de los que gobiernan y expresión viva de la doctrina de su Divino Fundador, que es doctrina de orden.
Enseñar esa doctrina, fomentarla, llevarla á la vida práctica es fomentar el orden y procurar la paz. Pero es preciso mantener ese orden y para mantenerlo es también necesario remover o reprimir, si es preciso, los agentes que lo pueden perturbar, como la mala enseñanza, la mala prensa, las malas lecturas (que tantas se introducen, por desgracia), los amancebamientos y escándalos públicos, la propaganda del error, y, en una palabra, todo lo que sea contra la ley o voluntad de- Dios, porque todo eso es desorden y negación de paz.
Siguen a las autoridades los padres de familia, cuya misión no. consiste sólo en alimentar, vestir y dar una carrera más ó menos brillante a sus hijos, sino en infundir en sus corazones el santo temor de Dios y hacer que estén en paz con Él por la observancia de sus santos Mandamientos, de la que necesariamente nacerá también la paz con sus semejantes. Esa educación ordena el Apóstol, diciendo: «Educad a vuestros hijos, instruyéndolos y corrigiéndolos según la doctrina del Señor (Efesios XVI, 4)
En los actuales tiempos la vigilancia de los padres sobre sus hijos debe ser especial, porque son muchos los enemigos que tratan de perderlos, atacando sus creencias y corrompiendo sus costumbres. La impiedad podrá hacer poco, aunque se esfuerce, sí los padres de familia, con su ejemplo, con sus enseñanzas, con sus consejos y vigilancia, apartan a sus hijos de los peligros, en especial de malos profesores y amigos, y de malas lecturas«
Sacerdotes del Altísimo y amados cooperadores: vosotros, como centinelas de la casa de Israel, sois los especialmente llamados a vigilar por la pureza de la fe, a defenderla en toda su integridad, y combatir con decisión y valor todo eso que trata de borrarla, ó de achicarla, ó empañada, y que se llama civilización, ciencia, progreso, liberalismo moderno, y de donde, como ya queda dicho, vienen los desórdenes aterradores que se observan, en especial donde más dominan esas ideas.
No entréis jamás en pactos con el liberalismo; rechazad con indignación toda propuesta en ese sentido, y detened y apagad en los fieles toda tendencia a eso mismo que observéis en ellos, repitiéndoles siempre que la Iglesia ha dicho que ni puede ni debe transigir y reconciliarse con la civilización, el liberalismo y progreso modernos. Buscad siempre la paz para los pueblos, pero la paz que trajo Jesucristo, y que se da sólo a los que guardan su santa Ley y viven según sus enseñanzas.
Los particulares pueden y deben también oponerse a reconciliaciones y transigencias imposibles y condenadas por la Iglesia, con sus escritos, sí tienen dotes para escribir, con sus conversaciones netamente católicas, con sus buenos ejemplos, confesando con valor, a Jesucristo delante de los hombres, despreciando con entereza las burlas de la impiedad, contrarrestando la influencia de las modernas libertades, que son desorden, y promoviendo las obras buenas, que son orden, de donde viene la paz«
Los verdaderos católicos deben negar muy alto y en absoluto que el error y el vicio tengan derecho alguno de ponerse al lado de la verdad, y deben rechazar toda componenda en ese sentido.
La responsabilidad alcanzará tremenda y pavorosa a los que busquen esas componendas, pero también a los apáticos, a los cobardes, a los que se ocultan, a los que se cruzan de brazos, á los que tienen más cuenta con su amor propio, interés de bando o comodidad personal, que a los supremos derechos de Dios y la salvación de la patria, que sólo puede gozar de verdadera paz sirviendo a Jesucristo y practicando en todo sus doctrinas.
Sabemos que hay peligro, que se trabaja por perseguir, mutilar por lo menos nuestra fe, y no hay que ser de los que cierran los ojos para no ver ese peligro, o se tapan los oídos; para no oír que existe, y repiten eso de estamos en paz, para justificar su pereza, su quietismo, su silencio, y llevar una vida tranquila.
Estamos en tiempos de combate, y ni se ganan batallas, ni se remedian los males, ni se salvan los pueblos estando- ; sin moverse y sin hacer nada.
Hay que trabajar, pues, pero nuestros trabajos tienen que ser fecundados por Dios nuestro Señor, y hay que pedirle con fervor que los fecunde.
Nos estamos como asfixiando en la atmósfera del liberalismo que nos rodea por todas partes, y pare ce que ha llegado la hora de estar de continuo con los brazos levantados al cielo, repitiendo como los Apóstoles en el peligro de zozobrar en la tormenta: Sálvanos, Señor, que perecemos (Mat., VIH, 25.)
Pidamos al Señor uniendo nuestras oraciones á las de Nuestro Señor Jesucristo, á quien San Pablo nos representa orando en el cielo por nosotros, y orando sin cesar. (Hebr., VII, 25.) A esa oración añade la oblación perpetua que hace de su cuerpo y sangre en los altares, (…) y pidiéndole en especial y con fervor que guarde el precioso don de su fe en esta República, y reine en ella, pero de un modo absoluto y completo.
Interesemos a nuestro favor a la Santísima Virgen, nuestra buena Madre, suplicándole humildemente haga fuerza al Sagrado Corazón de su Divino Hijo para que derrame sobre todos nosotros los incendios de su divino amor, a fin de que, unidos todos en caridad, tengamos paz en Él y con Él, y como pacíficos seamos hijos de Dios y bienaventurados.
Esto os desea a todos vuestro Obispo, que os bendice en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
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Nos adherimos a la Súplica filial para que NO se confunda a los fieles elevando a los altares al obispo pro-marxista y montonero Angellelli -
Mª Virginia Olivera

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