Después de leer la Biblia con
atención y oír un sinfín de homilías…, hay fieles con una simplicidad, de las
que tanto le gustan al Señor, y que para sí se pueden preguntar: En resumen,
¿Qué es lo que Dios quiere de nosotros? Desde luego que cumplamos su voluntad,
pero ¿Cuál es su voluntad? A bote pronto, se puede contestar a esta pregunta
diciendo que su voluntad es: Que todos hagamos lo necesario para salvarnos,
porque su más profundo deseo, es que todos nos salvemos, absolutamente todos,
tanto los que creen en su existencia, como los agnósticos que dudan de ella o
los ateos que rotundamente la niegan, aunque a muchos de nosotros, nos gustaría
saber hasta que punto es tan firme esa negativa rotundidad.
¿Y porqué ese interés del Señor en
que todos nos salvemos? La contestación a esta pregunta, también todos la
sabemos. Dios es amor, la esencia de Él es el amor, tal como nos manifiesta el
discípulo amado: “Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en é1”.
(1Jn 4,16) Y este amor se derrama en nosotros en forma tal, que aquellos de
nosotros que intentamos corresponder a su infinito amor, recibimos el regalo de
que Dios permanece en nuestro corazón y mientras sigamos viviendo en su amor el
permanecerá en nuestro corazón. La Santísima Trinidad inhabitará en lo más
íntimo de nuestro ser y en él permanecerá, modelando nuestra alma con un amor,
cada día mas progresivo, mientras no cometamos la estupidez de ofender a Dios
con un pecado mortal y expulsarle de nuestra alma.
Somos la creación cumbre del Señor,
en el universo. En nuestro mundo, no hay ningún otro ser tan perfecto como
nosotros y Dios está orgulloso de su obra de amor, que somos nosotros, nos ama
de una forma inimaginable para nosotros. En nuestro mundo bien sabemos que todo
artista que crea una obra de arte, ama su creación; pero como necesita dinero
para vivir, se ve en la obligación de desprenderse de ella. Y este dolor del
desprendimiento le afecta a todo el que ama su trabajo. Recuerdo un pastelero
de Madrid que hacia unas tartas de capuchina
envidiables. Personalmente no apreciaba ni aprecio mucho esta exquisitez, pero
mi mujer se pirraba y se sigue pirrando por ella y cuando los niños eran
pequeños, y en los fines de semana íbamos al campo y sobre todo se había
invitados, había que pasar por la pastelería de marras, para comprar una o dos
tartas. La compra de la tarta era todo un espectáculo, el pastelero que
recuerdo que se llamaba Víctor, nos daba previamente a la entrega de la tarta o
tartas, una disertación sobre la forma en que estaban hechas, con la
recomendación de la forma en que había que tomarlas y sobre todo la
temperatura. Luego salía de la tienda para ver como íbamos a llevar las tartas
y se negaba a venderlas si ellas había de ir en el maletero, pues según él, con
el movimiento de los demás enseres del maletero podían aplastarse, por lo que
exigía que la llevásemos, en un asiento dentro del coche, pues si se ponían en
la bandeja de atrás del asiento trasero, les iba a dar el sol, por lo que los
niños tenían que estrujarse y dejarle un asiento a las tartas. Ni que decir
tiene, que cuando terminaba el suplicio de la compra de las tartas y el coche
daba la vuelta a la esquina, parábamos y las tartas se echaban al maletero del
coche. Esto puede parecer ridículo, pero era real y fruto del amor de un buen
profesional por su trabajo.
Y leído lo anterior y visto el amor
que el Señor nos tiene por ser nosotros el fruto de su obra, cabe preguntarse.
¿Y si tanto nos quiere, porque permite que nos condenemos, si fallamos en su
amor? Para comprender el porqué de la respuesta a esta cuestión, hay que partir
de ya dicho antes: Dios es amor y solo amor. Y el amor para que él se genere,
necesita una serie de requisitos. No vamos a examinar todos ellos, pero si dos
esenciales a este respecto para contestar a la pregunta. El amor necesita
reciprocidad y necesita libertad para nacer, sin estos requisitos el amor no
puede nacer.
En el amor humano bien sabemos, que
a nadie se le puede obligar a que ame a otra persona. El amor necesita libertad
para generarse; tanto en él como en ella, para que su amor sea real han de
escoger libremente. Y Dios que perfectamente lo sabe, nos dotó a todos del
libre albedrío, es decir de la capacidad que tenemos de que libremente
escojamos entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas, entre el amor y
el odio, entre el cielo y el infierno, en definitiva entre Él y el caos.
Nuestras vida, siempre están frente a la disyuntiva de la elección. Aquí hemos
venido a superar una prueba de amor al Señor; superada esta prueba, seremos
convocados al Reino del amor, no superada seremos reprobados. Dicho todo así es
fácil salvarse, pero hay que recorrer un estrecho y duro camino que es el que
nos lleva al amor del Señor, y hay que recorrerlo, sabiendo que existe otro
camino dulce y placentero que nos aparta de Dios. Nuestra alma nos pide luchar,
para conseguir lo que: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente
del hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le aman”.
(1Co 2,9). Pero nuestro cuerpo nos pide que tiremos la toalla, porque más vale:
Pájaro en mano que ciento volando.
Somos criaturas que hemos sido
creadas para amar y ser amadas, porque la segunda característica del amor que
aquí nos interesa es la reciprocidad. El amor exige reciprocidad, el que
ama necesita que le amen. En el amor humano, nunca se llega a formalizar un
noviazgo, si no media una relación de reciprocidad entre los novios.
Posiblemente, mutuamente en un determinado momento, se vieron y se sintieron
mutuamente atraídos. Esta mutua atracción, pasó a la categoría de mutua
simpatía, y de aquí pasó a la mutua reciprocidad del amor entre ambos.
Con relación al amor entre nosotros
y el Señor, somos nosotros los que jugamos con ventaja pues al habernos creado
Él, y como obra creada suya que todos somos, todos somos amados, mientras que
Él anhela nuestro amor y desgraciada mente no todos los hombres le aman.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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