La esperanza
tiene pocos seguidores. Posiblemente porque no sabemos qué esperar o porque la
entendemos mal. Frente a la crisis esperamos recuperar el estado del bienestar.
Y ese es el error. La esperanza se refiere al futuro y nosotros la ciframos en
el pasado, cuando la esperanza ha de concebir un mundo completamente distinto
del que tenemos ahora.
¿De verdad
lo que llamábamos estado del bienestar era algo positivo o, simplemente, una venda
que llevábamos todos en los ojos? ¿Cuántos habitantes de este planeta gozaban
de ese estado? ¿No era la zanahoria colocada ante nuestros ojos para hacernos
consumir y trabajar para el enriquecimiento de unos pocos?
Necesitamos
un alto en el camino. Pararnos y reflexionar sobre a dónde nos dirigimos y a
dónde queremos ir de veras. Si queremos un mundo mejor, una sociedad más
humana, el estado del bienestar debe estar regulado por la solidaridad. Nos
hemos de dar cuenta que pasarlo un poco peor para que otros lo pasen mejor, es
un beneficio y no una pérdida. Empezamos el siglo llenándonos la boca con la
globalización. Pero sólo hemos utilizado su parte negativa: libertades globales
para que unos pocos se beneficiaran. Y no hemos puesto en marcha el verdadero
bien de la globalización: la solidaridad.
Pensar este
camino es la finalidad de la esperanza. Barrios, pueblos, comunidades, se están
movilizando en acciones solidarias. Ese es el camino. Y hay que hacérselo ver a
los políticos y a los sindicalistas (que cobran igual que un político). Y hay
que enseñar a los banqueros, que existe una banca ética. Y a los empresarios,
que la participación de los trabajadores en los beneficios, es la mejor manera
de que sientan la empresa como algo suyo...
¡Huy! No me hagáis caso. Es
lunes...Debe ser la resaca del domingo...
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