Bin Laden pasó a la clandestinidad
desde los comienzos del bombardeo americano contra las posiciones de los
talibanes en tierras afganas.
Las fuerzas
especiales estadounidenses (Navy SEALs) habían individuado, desde hace
algún tiempo, el escondite dorado de Osama bin Laden en la ciudad norteña de Abbottabad
(Pakistán). Allí vivía el jeque saudí, fundador del movimiento islamista Al
Qaeda. Asalto inesperado en la noche del dos de mayo a la mansión/fortaleza
del fugitivo más rastreado del mundo.
Nunca creí que su “cueva de ensueño” se encontrara en alguna de las numerosas concavidades de Tora Bora (“Cueva Negra”) en las montañas del Afganistán oriental.
Bin Laden pasó a la clandestinidad desde los comienzos del bombardeo americano contra las posiciones de los talibanes en tierras afganas. Pakistán era el mejor de los lugares para evitar ser atrapado en una emboscada tecnológica de los servicios secretos americanos. Pero el ataque nocturno del ejército estadounidense, seguido en vivo por la plana mayor de la administración americana, acabó con la vida del líder en su anónima guarida pakistaní. En la Casa Blanca estaba el Presidente Obama, con cazadora de color azul oscuro, y la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, con ojos atónitos por lo que estaban presenciando.
A Bin Laden había que cogerlo fuera como fuera. Vivo o muerto. Los Estados Unidos respondían con la guerra a la guerra que el líder islamista les había declarado formalmente el 23 de febrero 1996 en el texto fundador de Al Qaeda titulado “Declaración de guerra contra los americanos, los judíos y los cruzados”. Esta declaración es una de las fuentes inspiradoras de islamofobia, antisemitismo y cristianofobia. La organización terrorista de Bin Laden demostró sus diabólicas intenciones en modo trágico, despiadado y cruel con el atentado a las Torres Gemelas (New York) el 11-S de 2001. Con el resultado de más de 3.000 muertos y centenares de heridos. A los pocos días del mayor ataque terrorista de la historia, el 18 de septiembre 2011, el Congreso USA autorizó usar la fuerza contra naciones y personas bajo el lema War on terror.
A partir de ese momento los Estados Unidos estaban en guerra contra Bin Laden y su sanguinaria organización. Desde entonces el Gobierno americano no había cesado en la afanosa caza del criminal más buscado del mundo. El término wanted era la palabra clave Dieron con él, lo mataron y lo enterraron en el mar. El Presidente Obama declaró solemnemente “Justicia ha sido hecha” (Justice has been done). Con esas lapidarias palabras se abrió el turbulento rodeo de la juridicidad legal.
Pero es evidente que la guerra contra Al Qaeda no se ha acabado. Continúa en muchos frentes y con muchos medios. Después de reconocer la muerte de Bin Laden, Al Qaeda está más decidida que nunca a renovar la yihad global bajo el símbolo invisible de su fundador. Pasado el tiempo de reflexión, luto y examen de los curriculums, por fin ha sido designado (17 de mayo 2011) el sucesor ad interim. Se llama Saif Al Adl (“La espada del justo”). Egipcio, militar desertor y experto en explosivos. Jefe feroz, curtido en atentados como los de Nairobi y Dar es Salaam en 1998. Además, lleva fama de ser instructor de combatientes afganos, terroristas somalíes y milicianos sudaneses.
Fue uno de los “maestros” del 11-S y programador de la salvaje odisea. Saif Al Adl es hoy el sucesor predilecto de Al Qaeda. El conclave islamista ha elegido líder y guía. Como su predecesor, sigue siendo errante, fugitivo y escondido. En espera de atizar las brasas bajo las cenizas.
Dos días después del nombramiento de Saif Al Adl, el equipo de comunicaciones de Al Qaeda ha emitido el último audio grabado por Bin Laden. Lleva por título: “La palabra del mártir del Islam”. Alaba los vientos de la revolución en los países árabes como si Al Qaeda se hubiera propuesto ponerse al volante de las protestas, rebeliones y manifestaciones. Los malvados condotieros del terror tienen las miradas puestas en extender el sello de su propia marca a lo que está aconteciendo en los estados árabes. Como si tenían en la mente “pillarle la delantera” al Presidente Obama, que debía pronunciar un solemne discurso en el ministerio de Asuntos Exteriores (The State Department) horas más tarde, el jueves 19 de mayo a las 12.15 del mediodía. De hecho Obama se ha referido a Bin Laden con inequívocas, aceradas y duras palabras: “Bin Laden no era mártir.
Era un criminal de masas que ofreció un mensaje de odio, subrayando que los musulmanes tenían que alzarse en armas contra Occidente, y que la violencia contra hombres, mujeres y niños era la única vía de cambio. Rechazó la democracia y los derechos individuales de los musulmanes a favor del extremismo violento”. Nunca mejor dicho “los puntos sobre las íes”.
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