Como este blog es seguido por no
pocos sacerdotes, en el post de hoy me voy a permitir hacer una sugerencia:
recuperar los tenebrarios.
El tenebrario (en latín tenebrarium,
en inglés hearse) era el candelabro que se usaba en el Oficio de Viernes Santo
antes del Vaticano II. Durante ese oficio, todas las luces del templo tenían
que estar apagadas, y en el centro lucía este gran candelabro, solemne, alto,
con quince velas. Durante el oficio, al finalizar cada salmo, se iba a apagando
una vela, así hasta que progresivamente toda la iglesia se quedaba a oscuras.
Era una ceremonia muy impactante en su simplicidad: un candelabro en el que se
iban extinguiendo sus llamas. El candelabro era un centro de luz, la luz de
toda la iglesia. Una especie de solemne árbol de luz. La oscuridad que, poco a
poco, se iba apoderando del espacio, era símbolo del triunfo de las Tinieblas,
triunfo momentáneo. Pero las tinieblas eran tangibles, no una palabra en labios
del sacerdote. La electricidad ha arruinado la belleza de este símbolo.
La actual liturgia del Viernes Santo
me gusta más que la de antes de la reforma. Además, resulta claro que el
antiguo oficio se hacía largo, pues consistía en una continua salmodia. Pero
considero que sería una pena perder la belleza de los tenebrarios. ¿Cómo unir
la actual liturgia y el antiguo objeto?
En mi opinión hay un modo muy
simple. Aunque la liturgia sea la actual, nada impide que a la mitad del pasillo
central se coloque un tenebrario allí donde los haya. Si a los fieles se les
explica el sentido y la historia, ese objeto pasará a ser uno de los símbolos
por excelencia del Viernes Santo.
Una de las cosas que siempre lamento, es que en Viernes Santo, acabado el
oficio, todo el mundo abandona el templo. Digo que eso me da pena, porque la
iglesia desnuda, sin la presencia del Santísimo, se convierte a esa hora del
crepúsculo en un momento óptimo de meditación en el silencio. Los curas en ese
momento solemos tener mucha prisa en cerrar las iglesias, y obrando así
privamos a la gente de un momento óptimo para la oración, en un día que no es
como otro cualquiera, un día especialmente sagrado.
Si explicáramos el sentido de
quedarse a orar en una oración silenciosa, personal, habría gente (mucha o
poca, no importa) que se quedaría. Insisto, no es el número lo que importa. Un
par de personas, y aun una, justifican el que la iglesia quede abierta. Y más
cuando si es una persona conocida, puede avisar al sacerdote para que vaya a
cerrar la iglesia cuando acabe.
Y allí, en ese momento en que la
gente se marcha y la iglesia queda casi en soledad, es cuando entra en juego el
tenebrario de un modo más especial. Sería poéticamente precioso ver la iglesia
casi vacía, con poca gente orando, aislada en los bancos, y con el tenebrario
en el centro luciendo. Y todavía mejor si el sacerdote calculando la longitud
de las velas del tenebrario, hace que éstas se vayan agotando por sí mismas a
lo largo de la hora siguiente al fin del oficio.
Es decir, yo dejaría encendidas las velas antes del comienzo del oficio, y
que se fueran extinguiendo por sí mismas una vez acabado el oficio, en un
tiempo razonable. Todo esto, explicado al pueblo fiel, sin duda sería un
aliciente para quedarse a orar. Y para todos (incluso para los que no se
quedaran en la iglesia tras el oficio) sería un bellísimo signo cargado de
poesía.
EL TENEBRARIO, SEGUNDA PARTE
Me gustaría continuar con las
reflexiones de ayer acerca del tenebrario. Si la corona de adviento es el gran
símbolo del adviento, y el Cirio Pascual lo es de Pascua, el tenebrario sería
el objeto que mejor simbolizaría ese impresionante día de la muerte de
Jesucristo en la Cruz. Quedan testimonios de que el candelabro triangular para
el oficio de tinieblas, se usaba ya en el siglo VII.
Además, el objeto, usado tal como
explique ayer, por sí mismo sería la causa de que algunas personas se quedasen
a orar en la iglesia. Pocas veces, como en este caso, encontraremos un objeto
que por sí mismo, por su mera presencia, provoque la oración.
Las quince velas simbolizan a los
once apóstoles, las tres marías y la Virgen María. Es decir, aquellos que
acompañaron a Jesús en aquel terrible día simbolizado por ese candelabro. De
ahí que su significado también es: acompañemos a Jesús.
Pero lo que el párroco no debe hacer
es mezclar la liturgia preconciliar con la actual. O se celebra una o la otra.
Mezclarlas desvirtuaría ambas. Cada una de ellas debe ser realizada con toda
pulcritud. Ningún presbítero está autorizado, además, para modificar por su
cuenta lo mandado en las rúbricas.
Pero no atenta contra ninguna norma,
la colocación de un objeto allá donde se tenga. Y menos todavía si se coloca en
el pasillo central.
Lo que sí que deberían entender los párrocos, es la
fuerza que tiene la luz dentro de un templo para mover a la gente a la
contemplación. El crepúsculo dentro de una iglesia es una de las cosas más bellas
del mundo. Su ritmo, su lentitud, el atenuarse de los colores, los haces de luz
solar cada vez más nítidos, todo lleva a Dios. Y ese ambiente con un tenebrario
en el centro supone una combinación admirable que, al menos, el día sagrado del
Viernes Santo deberíamos aprovechar para la oración, o para dejar que otros
hagan oración.
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