Acudid, caminos, a las
cuatro esquinas de nuestra silenciosa distancia, mientras tú, luna llena, reina
sabia, inicias tu periplo diario por las colinas del cielo y te desplazas por
el cielo del estío con tanta dignidad como María dirigiéndose a casa de Isabel.
En los bosques reina el silencio del sueño de las palomas, el fluir de los ríos no rompe la paz de los valles, y en todos nuestros establos duerme tranquilo el ganado.
Todavía despiertas, las pacas de trigo en los campos urgen y piden a los orantes: que vuestra oración vespertina sea tan dulce como la nuestra, cuyo mundo veraniego, listo ya para el granero y la troje, parece haber penetrado en este día
en el verano de la Natividad del Señor.
Ahora, cuando cae la noche, los treznales aún inclináis la cabeza como amables y humildes reyes tal como hicisteis aquella dorada mañana en que visteis pasar a la Madre de Dios, mientras todas nuestras ventanas se sacian de dulzor con las dulces vísperas del heno y la cebada.
La luna y las estrellas nacientes derramáis sobre nuestros graneros y casas vuestras dulces bendiciones.
En los bosques reina el silencio del sueño de las palomas, el fluir de los ríos no rompe la paz de los valles, y en todos nuestros establos duerme tranquilo el ganado.
Todavía despiertas, las pacas de trigo en los campos urgen y piden a los orantes: que vuestra oración vespertina sea tan dulce como la nuestra, cuyo mundo veraniego, listo ya para el granero y la troje, parece haber penetrado en este día
en el verano de la Natividad del Señor.
Ahora, cuando cae la noche, los treznales aún inclináis la cabeza como amables y humildes reyes tal como hicisteis aquella dorada mañana en que visteis pasar a la Madre de Dios, mientras todas nuestras ventanas se sacian de dulzor con las dulces vísperas del heno y la cebada.
La luna y las estrellas nacientes derramáis sobre nuestros graneros y casas vuestras dulces bendiciones.
Recordadnos cómo nuestra Madre, con mucho más sutil y santa influencia, bendice
nuestros tejados y aleros, nuestros postigos, celosías y umbrales, nuestras
puertas, nuestros suelos y escaleras, nuestras estancias y dormitorios, sonriendo
en la noche a sus hijos que duermen.
¡Oh dulce María! ¡Oh adorable Madre celestial!
(Thomas Merton)
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