Son muchos lo errores que cometemos
en nuestras relaciones con el Señor. La mayor parte de ellos no son
intencionados sino que se comenten por ignorancia y ya sabemos lo que Él, dijo
en la cruz: “… Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. (Lc
23,34). Y en estas palabras del Señor, estamos todos incluidos, tal como así
nos lo manifiesta Juan Pablo II en su libro “Vida de Cristo”, al decir que: “Todos
los hombres, cada uno en la concreción de su propio yo, de su bien y mal,
están, pues, comprendidos potencialmente e incluso se diría que
intencionalmente en la oración de Jesús al Padre: “Perdónalos”.”. Pero sean
los errores intencionados o no intencionados, ellos existen y nosotros los
cometemos. Por supuesto que los errores no intencionados, que son los que aquí
nos ocupan, no constituyen ofensa alguna al Señor, pero si nos frenan en el
avance espiritual de nuestra alma hacia Él.
Dios como sabemos es única y
exclusivamente Espíritu puro, un espíritu que es amor y se mueve por amor (1Jn 4,16)
y por razón de amor creó el orden material, al que pertenecen nuestros cuerpos.
Siendo el orden espiritual superior al orden material, es lo suyo que sea el
espíritu el que domine la materia. Y así fue al principio en la persona humana
en Adán y en Eva, cuando gozaban de la felicidad del Paraíso, pero el odio que
atormente a todo condenado y el deseo de que a él se le acompañe en su destino,
movió al demonio a tentar a Adán y a Eva. Ellos cayeron en la tentación y
subvirtieron su propio orden personal quedando sus almas sometidas a la
concupiscencia de sus cuerpos. Y como nadie puede dar lo que no tiene, esta
situación, es lo que nos dieron a todos sus descendientes, que somos nosotros.
Vine a cuento lo anterior, para que
comprendamos lo sometida que tenemos nuestra alma a las veleidades de nuestro
cuerpo y que esencialmente nuestra lucha ascética, tiene por finalidad dar
armas a nuestra alma para que ella, venza a nuestro cuerpo y así amando al
Señor nuestro Dios y Creador, se abstenga del vicio y del pecado y se purifique
debidamente, para poder hacer efectiva en nosotros nuestra salvación eterna,
por razón de los méritos del Nuestro Señor, que por amo y con su Pasión y
muerte en la cruz, nos redimió de la esclavitud del demonio y nos abrió las
puertas del cielo, para que entremos en él con la categoría de hijos del Dios.
Pues bien, la mayoría de errores que
nosotros tenemos en nuestro trato con el Señor, derivan de considerarle
mentalmente como uno de nosotros, con nuestras mismas reacciones y deseos. Nos
hemos tomado muy en serio ese versículo del Génesis que dice: “Creó, pues,
Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los
creó”. (Gn 2,27). Si, es cierto, nos creó a imagen y semejanza suya, pero
solo el alma no el cuerpo; por la sencilla razón de que Dios no tiene cuerpo.
Es nuestra alma es la que se salva y la que es eterna, no nuestro cuerpo. Y el
primer error básico que tenemos es que pensamos en Dios, como lo vemos en las
iconografías, un anciano venerable de luengas barbas blancas.
El segundo error consiste en
olvidarnos, de que Dios que es amor y solo amor, nos ama de una forma
inimaginable para nosotros y está más interesado que nosotros mismos, en
nuestra eterna salvación. Esto tiene mucha importancia en la llamada oración de
petición, que es la que habitualmente más practicamos, pues en los Evangelios,
más de una vez se nos dice: “Pedid, y se os dará; buscad y hallareis; llamad
y se os abrirá. Porque quien pide recibe, quien busca halla, y a quien llama se
le abre” (Mt 7, 7-8). O bien en otro versículo se nos dice: “Os aseguro
también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir
algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos.
Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos. En verdad os digo que si alguna cosa pedís a mi Padre en mi nombre se os
dará”. (Mt 18, 19-20). O bien este otro que nos dice: “Buscad primero el
reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura”. (Mt
6,33). Y sin embargo, muchas son las personas que se sienten defraudadas, con
estas promesas del Señor. ¿Qué es lo que ocurre?
Lo que ocurre es que, tal como antes
he dicho Dios nos ama, mucho mas que lo que nosotros creemos amarnos, y sus
deseos no coinciden con los nuestros. Su deseo principal, es nuestra eterna
salvación, que es un deseo de orden espiritual, y en general nuestros deseos
son siempre de orden material, referidos a la obtención de bienes materiales,
para asegurarnos un porvenir en esta vida, para nosotros y nuestros seres
queridos, o la obtención de una buena salud y remedio de nuestros males
corporales. A este respecto para que comprendamos más a Dios, voy a relatar un
sucedido. Leí hace unos días que una madre de cuatro niños pequeños, con un
cáncer en estado terminal, se fue a Lourdes, no para pedir por su curación,
sino solo para pedirle a la Virgen que cuidase, como madre que es de ellos, de
los hijos que quedarían huérfanos. Salió de Lourdes curada de su cáncer, es muy
posible que si hubiese pedido directamente por su curación, esta no le habría
llegado.
Dios sabe mucho mejor que nosotros
lo que necesitamos y si nos deniega algo es porque entiende que no nos
conviene, aunque nosotros nos emperremos en lo contrario. Nos dice San Pablo: "Y
de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros
no sabemos cómo pedir para orar como conviene; más el Espíritu mismo intercede
por nosotros con gemidos inefables”. (Rm 8,26). En relación a este
versículo, comenta Jean Lafrance:
“¿Qué sucede cuando una persona dice
lentamente las palabras del Padrenuestro? A fuerza de golpear su corazón con
las palabras mismas de Cristo, lo atraviesa y hace brotar el Espíritu oculto en
el fondo de su corazón, del que ni el mismo tiene conciencia. Es poco más o
menos lo que dice San Pablo en Romanos (8,26): Pues nosotros no sabemos como
pedir para orar como conviene, más el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables”.
Pero cuando la petición es del orden
espiritual, todo cambia radicalmente, a nadie le deniega el Señor una petición
de orden espiritual, por difícil que parezca y hablo por ajena y propia
experiencia. Solo es necesario ser perseverante.
Otro error muy común, es olvidar que
Dios no mira gestos, ni escucha palabras, solo mira el corazón del que ora,
porque Dios lee en el corazón del hombre. La intencionalidad es básica para el
Señor. El que ama las riquezas, incluso sin tenerlas, más que a Dios mismo, ya
pecó en su corazón. "Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer
deseándola, ya adultero con ella en su corazón". (Mt 5,28).
Mas de una mañana entra en la
sacristía, en la que habitualmente me encuentro ayudando al sacerdote que dice
la misa, una señora, con aire más o menos agresivo, que se encara con el
sacerdote que acaba de decir la misa, y le reprocha que ella había encargado
una misa por un difunto, cuyo nombre no ha pronunciado el sacerdote oficiante o
bien lo ha pronunciado incorrectamente. Realmente puede ser que la señora tenga
razón y al sacerdote se le olvidó el nombre o lo confundió con otro. Pues bien,
uno se pregunta: ¿Acaso cree esta clase de señoras, que Dios tiene un de
superordenador que contabiliza los números de misas de difuntos? ¿Acaso cree,
que si no se dice correctamente el nombre del difunto, con su DNI si es
necesario, Dios no le contabiliza la misa? Ridículo.
Otros de los muchos errores que se
cometen por desconocimiento de quien es Dios y cual es su esencia de amor, es
el de pensar que si algo en la vida nos sale mal, es una consecuencia de que
Dios por algo castiga por algo que tenemos remordiéndonos nuestra conciencia.
Craso error, ni en esta vida ni en la otra, Dios castiga a nadie. El que se va
al infierno se va él solo como elección que hace al no querer aceptar el amor
que Dios le ofrece. Dios nos ama demasiado como para tratar de procurarnos
sufrimientos castigándonos, Dios sufre cuando nosotros sufrimos.
También es frecuente, tomar a Dios
por un cambista o mercader. Si me concedes esto, te prometo que haré tal
sacrificio. Absurdo, el sacrificio que tiene autentico valor ante el Señor, es
el que libremente y como fruto de un gran amor a Él, uno puede realizar
gozosamente, pero sin pedir nada a cambio excepto que nos dé más fuerzas para
amarle más intensamente.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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