Entonces,
¿qué es lo que me da miedo? ¿Son motivos tan graves como para poner en
entredicho el poder infinitamente grande como es el del Amor que el Señor nos
tiene?
Evangelio (Mc 4,35-41): Un día, al
atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Pasemos a la otra orilla». Despiden a
la gente y le llevan en la barca, como estaba; e iban otras barcas con Él. En
esto, se levantó una fuerte borrasca y las olas irrumpían en la barca, de
suerte que ya se anegaba la barca. Él estaba en popa, durmiendo sobre un
cabezal. Le despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».
Él, habiéndose despertado, increpó al
viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó y sobrevino una
gran bonanza. Y les dijo: «¿Por qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis
fe?». Ellos se llenaron de gran temor y se decían unos a otros: «Pues ¿quién es
éste que hasta el viento y el mar le obedecen?».
Comentario:
Rev. D. Joaquim FLURIACH i Domínguez (St. Esteve de P., Barcelona, España)
«¿Por
qué estáis con tanto miedo? ¿Cómo no tenéis fe?»
Hoy,
el Señor riñe a los discípulos por su falta de fe: «¿Cómo no tenéis fe?» (Mc
4,40). Jesucristo ya había dado suficientes muestras de ser el Enviado y
todavía no creen. No se dan cuenta de que, teniendo con ellos al mismo Señor,
nada han de temer. Jesús hace un paralelismo claro entre “fe” y “valentía”.
En
otro lugar del Evangelio, ante una situación en la que los Apóstoles dudan, se
dice que todavía no podían creer porque no habían recibido el Espíritu Santo.
Mucha paciencia le será necesaria al Señor para continuar enseñando a los
primeros aquello que ellos mismos nos mostrarán después, y de lo que serán
firmes y valientes testigos.
Estaría
muy bien que nosotros también nos sintiéramos “reñidos”. ¡Con más motivo aun!:
hemos recibido el Espíritu Santo que nos hace capaces de entender cómo
realmente el Señor está con nosotros en el camino de la vida, si de verdad
buscamos hacer siempre la voluntad del Padre. Objetivamente, no tenemos ningún
motivo para la cobardía. Él es el único Señor del Universo, porque «hasta el
viento y el mar le obedecen» (Mc 4,41), como afirman admirados los discípulos.
Entonces,
¿qué es lo que me da miedo? ¿Son motivos tan graves como para poner en
entredicho el poder infinitamente grande como es el del Amor que el Señor nos
tiene? Ésta es la pregunta que nuestros hermanos mártires supieron responder,
no ya con palabras, sino con su propia vida. Como tantos hermanos nuestros que,
con la gracia de Dios, cada día hacen de cada contradicción un paso más en el
crecimiento de la fe y de la esperanza. Nosotros, ¿por qué no? ¿Es que no
sentimos dentro de nosotros el deseo de amar al Señor con todo el pensamiento,
con todas las fuerzas, con toda el alma?
Uno
de los grandes ejemplos de valentía y de fe, lo tenemos en María, Auxilio de
los cristianos, Reina de los confesores. Al pie de la Cruz supo mantener en pie
la luz de la fe... ¡que se hizo resplandeciente en el día de la Resurrección!
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