Jesús,
vivir la pureza no consiste en hacer cosas raras: no se trata de poner cadenas
ni grilletes. Es cuestión de pedirte ayuda con humildad, que significa también
poner los medios humanos necesarios: cuidar la vista, evitar los lugares y las
situaciones en las que me vienen las tentaciones, etc. Si me comporto así, Tú
enviarás esos espíritus impuros de nuevo a los cerdos, y encima éstos se
ahogarán, para que no sigan molestando.
«Y llegaron a la orilla del mar; a la
región de los gerasenos. Al salir de la barca, en seguida le salió al encuentro
desde los sepulcros un hombre poseído por un espíritu inmundo, que vivía en los
sepulcros y nadie podía tenerlo sujeto ni si quiera con cadenas;(...) se pasaba
las noches enteras y los días por los sepulcros y por los montes, gritando e
hiriéndose con piedras.
Al ver a Jesús desde lejos, corrió y
se postró ante él; y gritando con gran voz, dijo: ¿Qué tengo que ver contigo,
Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios, que no me atormentes. Porque
le decía: Sal, espíritu inmundo, de este hombre. Y le preguntaba: ¿Cuál es tu
nombre? Le contestó: Mi nombre es legión, porque somos muchos. Y le suplicaba
con insistencia que no lo expulsara fuera de la región. Había allí junto al
monte una gran piara de cerdos que estaba paciendo. Y le suplicaron diciendo:
Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos. Y se lo permitió.
Y saliendo los espíritus inmundos,
entraron en los cerdos; y con gran ímpetu la piara, alrededor de dos mil,
corrió por la pendiente hacia el mar; donde se iban ahogando. Los porqueros
echaron a correr; y contaron por la ciudad y los campos lo sucedido. Y
acudieron a ver qué había ocurrido. Y llegaron junto a Jesús, y vieron al que
había estado endemoniado sentado, vestido y en su sano juicio, y se quedaron
asustados: los que lo habían presenciado les contaron lo que le había estado
poseído por el demonio y a los cerdos. Y comenzaron a rogarle que se alejase de
su región». (Marcos 5, 1-20)
Comentario
realizado por Pablo Cardona.
I. Jesús, hoy expulsas a la multitud de espíritus inmundos que destrozaba a
aquel hombre de Gerasa hasta el punto de que se hería a sí mismo y vivía entre
los muertos de los sepulcros. Este hombre me lleva a pensar en esos espíritus
impuros que a veces me dominan y que no puedo atar ni con grilletes ni con
cadenas. Sé que me destrozan, que hieren mi vida cristiana y hasta pueden hacer
que la pierda y que viva en los sepulcros, entre los muertos que no tienen vida
espiritual.
Son
esos espíritus impuros los que a veces gritan en mi interior: ¿Qué tengo que
ver contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? ¿Para qué complicarme la vida si ya
estoy bien así, medio herido, muerto? ¿Para qué he de luchar por vencer esas
tentaciones que me alejan de Ti? Jesús, sé que para amarte de veras necesito
también luchar de veras. «¿Quieres ver a Dios? Escúchalo: «bienaventurados los
de corazón limpio, porque ellos verán a Dios». En primer lugar piensa en la
pureza de tu corazón; lo que veas en él que desagrada a Dios, quítalo» (San
Agustín).
II. «La santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad» (Camino.-118).
Jesús,
vivir la pureza no consiste en hacer cosas raras: no se trata de poner cadenas
ni grilletes. Es cuestión de pedirte ayuda con humildad, que significa también
poner los medios humanos necesarios: cuidar la vista, evitar los lugares y las
situaciones en las que me vienen las tentaciones, etc. Si me comporto así, Tú
enviarás esos espíritus impuros de nuevo a los cerdos, y encima éstos se
ahogarán, para que no sigan molestando.
El
problema, Jesús, es que no es tan sencillo evitar las costumbres y diversiones
mundanas si quiero vivir una vida normal, porque ese modo de actuar chocará con
el ambiente y me puede pasar lo que te pasó a Ti: «Y comenzaron a rogarle que
se alejase de su región».
Es
decir, si trato de vivir una vida limpia, no seré bien recibido en algunos
ambientes. Prefiero cortar con algunas amistades que perder tu amistad. Pero,
en general, Tú me quieres ahí precisamente, en medio de mi ambiente, para
elevar con picardía y buen humor el nivel de las conversaciones, de las
diversiones, etc., de modo que sean dignas de un hijo de Dios. Para ello, tengo
que ser prudente y dejarme aconsejar en la dirección espiritual. Y, sobre todo,
tengo que vivir unido a Ti por la oración y los sacramentos.
Jesús,
ayúdame a vivir una vida limpia que sea ejemplo cristiano para los que me
rodean.
Fuente: Una Cita con Dios, Tomo VI, EUNSA
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