jueves, 10 de mayo de 2012

CONDUCTA HUMANA FIEL


Nuestros deseos son los generadores de nuestros actos…, y la sucesiva realización de estos da origen a la actividad humana, que siempre está orientada a satisfacer nuestros deseos, sean estos buenos o malos. Y la actividad humana igual y repetitivamente realizada, da origen al nacimiento de los llamados hábitos que pueden ser de carácter positivo – Virtud - o de carácter negativo – Vicio -. En el comportamiento del ser humano no todos son vicios o virtudes aunque lo deseable sería que todo fuesen virtudes, pero esto no es así. La conducta pues puede ser descrita como la manera habitual de comportarse una persona, es decir con sus hábitos, en situaciones semejantes. Por lo tanto las hábitos sean negativos o positivos siempre condicionan nuestras conductas.

El término “conducta”, implica la idea de conducir de guiar. Y así es, nuestra conducta es la que nos guía en un sentido o en otro, por ello la formación de la conducta humana en la niñez y en la adolescencia es tan importante. En sus inicios el ser humano es como un árbol, que puede crecer derecho o torcido. Si tiene inclinaciones a crecer torcido, se le puede enderezar, pero cuando el tronco se hace grande y leñoso es prácticamente imposible enderezarlo.

Nuestro actual modo de ser, nuestra personalidad, nuestro modo de obrar, y nuestros hábitos, es decir nuestra conducta, es el resultado de un largo periodo de acontecimientos físicos, psíquicos, y sociales en los cuales hemos estado sumergidos directa o indirectamente desde el nacimiento hasta hoy. Es la parte de nuestra historia que se fijó en nosotros y que de algún modo, se integró definitivamente en nuestra personalidad.

En el hombre, la formación de su conducta, está determinada por su escala de valores, ella es el armario de dónde saca el hombre la ropa con que vestir su conducta. La escala de valores en el ser humano es muy importante, aunque haya quien a fuerza de no utilizarla carezca de ella. Son mayoría aquellas personas, que si la tienen pero desgraciadamente no la utilizan en la mayoría de sus actuaciones, ya que le dan prioridad a satisfacer las demandas de sus cuerpos antes que las de su alma.

En la formación de la conducta intervienen una serie de factores y circunstancias que responde a una serie de aforismos y principios básicos muy conocidos. Así tenemos el que nos dice, que: “Nuestra manera de vivir influencia nuestra manera de pensar”. También hemos de tener presente que en la mente humana: Fácilmente cree, aquello que ella desea”. O aquel otro que nos dice que: “El que quiere hacer todo lo permitido, hará bien pronto lo que no lo está permitido, lo mismo que; el que no hace sino lo estrictamente obligatorio, bien pronto no lo hará esto completamente”. Y otro muy conocido y extendido, que dice: “Si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. Es decir, es necesaria la unidad de vida para no ser hipócritas y acomodar la verdad a nuestro capricho.

San Agustín, como norma de conducta a observar, aconsejaba: “Procura que haya armonía entre tu lengua y tu vida, entre la boca y la conciencia, a fin de que no suceda que tus buenas palabras sean un testigo acusador de tu mala conducta”. También aconsejaba: “Si tu corazón se pega a la tierra, esto es, si en el obrar te propones como fin de tus actos el ser visto de los hombres, ¿cómo puede ser puro lo que se contamina con cosas bajas?”. Y nos recomendaba no hacer algo, en razón de que todo el mundo lo hace.

La conducta, es como el espejo de cada uno, que nos identifica, ya que nos muestra nuestra propia imagen a nosotros mismos y a los demás, y ella solo ha de tener un fin, cual es, el de cumplimentar del mandato de las divinas palabras: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto”. (Mt 5,48). Ser perfectos es ser fieles, que equivale a decir: ser igual o tratar de ser igual a alguien o, a algo. Nosotros estamos llamados a ser hijos de Dios en su plenitud, y esto nos impone el cumplimiento de unas normas que nos conformarán nuestra conducta, en forma tal, que esta nos lleve a la perfección que Cristo quiere para nosotros, a fin de que nos asemejemos al Padre.

Esto es lo que debería de ser, pero por desgracia no siempre es así. La generalidad de las personas, estima más primordial, el cuidar su cuerpo antes que su alma; alimentar su cuerpo antes que su alma; desarrollar su cuerpo antes que su alma; actuar en función de lo que su cuerpo le pide sin atender a las demandas de su alma. En resumen se vive de espaldas a Dios. Una cosa es lo que debería de ser y otra, muy distinta, es lo que es. El Abad Boyland de la orden del Cister, nos dice: La regla de conducta, para el católico que quiere vivir la plenitud de su vida, es buscar a Cristo y estar unido a Él, por la diaria oración lectura y meditación, por el uso frecuente de los sacramentos, especialmente el de la Santísima Eucaristía y por el cumplimiento de la voluntad de Dios. No es necesario un programa más elevado para alcanzar la santidad. Cualquiera de quien se pueda decir al final de su vida, “hizo la voluntad de Dios”, es perfecto. El que así actúe, llegará un día en que su conducta será fiel, porque ella emanará directamente de como nos inspire nuestra alma, que será dócil a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo.

Para el cumplimiento de este programa de conducta, jamás nos faltará la ayuda de Dios, porque lo que nosotros queremos hacer, por lo que nosotros en este caso luchamos, es por hacer lo que Dios quiere de nosotros. Para seguir el plan del abad Boyland, hemos de ver, que el secreto, es: No perder nunca el punto de vista sobrenatural, lo cual implica, que veamos siempre detrás de cada acontecimiento al Señor, continuar trabajando con toda el alma; hacer lo que hay que hacer, prescindiendo un poco de los resultados; y no precipitarse a declarar victorias o derrotas, sobre todo estas últimas. Solo así seremos capaces de ganar nuestra alma, porque ello significa, tener dominio de uno mismo, lo cual es el secreto de la paz interior, lo contrario serán las mil turbaciones que hacen al hombre sentirse temeroso, desgraciado y contrariado. Solo cuando se tiene dominio sobre la propia alma es cuando puede gozarse de no sufrir, lo que padecen los demás.

Pero repito, para todo esto, es necesaria, más que necesaria imprescindible, las gracias del Señor, la indispensable ayuda de la divina gracia, pues tal como dice el obispo norteamericano Fulton Sheen: Vivir en medio de la infección del mundo y al mismo tiempo estar inmunizado contra ella es algo imposible sin la gracia. Seguir el camino no es fácil, a nadie le dijo Jesús cuando estaba en este mundo, que fuese fácil, es más anunció amarguras y sinsabores a los que le siguiesen y les dijo: “Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera”. (Mt 11, 29).

Si nuestra conducta, queremos que sea acorde con el camino hacia Dios, ha de tenerse presente la recomendación del Cardenal Newman: “Es necesario que un hombre confiese su inmortalidad con sus palabras y viva además como quien procura entender lo que confiesa. Entonces se halla en camino de salvación y se dirige hacia el cielo aunque no haya conseguido todavía librarse completamente de las ataduras de este mundo”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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