Nuestros deseos son los generadores
de nuestros actos…, y la sucesiva realización de estos da origen a la actividad
humana, que siempre está orientada a satisfacer nuestros deseos, sean estos
buenos o malos. Y la actividad humana igual y repetitivamente realizada, da
origen al nacimiento de los llamados hábitos que pueden ser de carácter
positivo – Virtud - o de carácter negativo – Vicio -. En el comportamiento
del ser humano no todos son vicios o virtudes aunque lo deseable sería que todo
fuesen virtudes, pero esto no es así. La conducta pues puede ser descrita como
la manera habitual de comportarse una persona, es decir con sus hábitos, en
situaciones semejantes. Por lo tanto las hábitos sean negativos o positivos
siempre condicionan nuestras conductas.
El término “conducta”, implica la
idea de conducir de guiar. Y así es, nuestra conducta es la que nos guía en un
sentido o en otro, por ello la formación de la conducta humana en la niñez y en
la adolescencia es tan importante. En sus inicios el ser humano es como un
árbol, que puede crecer derecho o torcido. Si tiene inclinaciones a crecer
torcido, se le puede enderezar, pero cuando el tronco se hace grande y leñoso
es prácticamente imposible enderezarlo.
Nuestro actual modo de ser, nuestra
personalidad, nuestro modo de obrar, y nuestros hábitos, es decir nuestra
conducta, es el resultado de un largo periodo de acontecimientos físicos,
psíquicos, y sociales en los cuales hemos estado sumergidos directa o
indirectamente desde el nacimiento hasta hoy. Es la parte de nuestra historia
que se fijó en nosotros y que de algún modo, se integró definitivamente en
nuestra personalidad.
En el hombre, la formación de su
conducta, está determinada por su escala de valores, ella es el armario de
dónde saca el hombre la ropa con que vestir su conducta. La escala de valores
en el ser humano es muy importante, aunque haya quien a fuerza de no utilizarla
carezca de ella. Son mayoría aquellas personas, que si la tienen pero
desgraciadamente no la utilizan en la mayoría de sus actuaciones, ya que le dan
prioridad a satisfacer las demandas de sus cuerpos antes que las de su alma.
En la formación de la conducta
intervienen una serie de factores y circunstancias que responde a una serie de
aforismos y principios básicos muy conocidos. Así tenemos el que nos dice, que:
“Nuestra manera de vivir influencia
nuestra manera de pensar”. También hemos de tener presente que en la mente
humana: Fácilmente cree, aquello que ella
desea”. O aquel otro que nos dice que: “El
que quiere hacer todo lo permitido, hará bien pronto lo que no lo está
permitido, lo mismo que; el que no hace sino lo estrictamente obligatorio, bien
pronto no lo hará esto completamente”. Y otro muy conocido y extendido, que
dice: “Si no vives como piensas, acabarás
pensando como vives”. Es decir, es
necesaria la unidad de vida para no ser hipócritas y acomodar la verdad a
nuestro capricho.
San Agustín, como norma de conducta
a observar, aconsejaba: “Procura que haya
armonía entre tu lengua y tu vida, entre la boca y la conciencia, a fin de que
no suceda que tus buenas palabras sean un testigo acusador de tu mala
conducta”. También aconsejaba: “Si tu corazón se pega a la tierra, esto
es, si en el obrar te propones como fin de tus actos el ser visto de los
hombres, ¿cómo puede ser puro lo que se contamina con cosas bajas?”. Y nos
recomendaba no hacer algo, en razón de que todo el mundo lo hace.
La conducta, es como el espejo de
cada uno, que nos identifica, ya que nos muestra nuestra propia imagen a
nosotros mismos y a los demás, y ella solo ha de tener un fin, cual es, el de
cumplimentar del mandato de las divinas palabras: “Sed perfectos, como vuestro
Padre celestial es perfecto”. (Mt 5,48). Ser perfectos es ser
fieles, que equivale a decir: ser igual o tratar de ser igual a alguien o, a
algo. Nosotros estamos llamados a ser hijos de Dios en su plenitud, y
esto nos impone el cumplimiento de unas normas que nos conformarán nuestra
conducta, en forma tal, que esta nos lleve a la perfección que Cristo quiere
para nosotros, a fin de que nos asemejemos al Padre.
Esto es lo que debería de ser, pero
por desgracia no siempre es así. La generalidad de las personas, estima más primordial,
el cuidar su cuerpo antes que su alma; alimentar su cuerpo antes que su alma;
desarrollar su cuerpo antes que su alma; actuar en función de lo que su cuerpo
le pide sin atender a las demandas de su alma. En resumen se vive de espaldas a
Dios. Una cosa es lo que debería de ser y otra, muy distinta, es lo que es. El
Abad Boyland de la orden del Cister, nos dice: La regla de conducta, para el católico que quiere vivir la plenitud de
su vida, es buscar a Cristo y estar unido a Él, por la diaria oración lectura y
meditación, por el uso frecuente de los sacramentos, especialmente el de la
Santísima Eucaristía y por el cumplimiento de la voluntad de Dios. No es
necesario un programa más elevado para alcanzar la santidad. Cualquiera de
quien se pueda decir al final de su vida, “hizo la voluntad de Dios”, es
perfecto. El que así actúe, llegará un día en que su conducta será fiel,
porque ella emanará directamente de como nos inspire nuestra alma, que será
dócil a las inspiraciones y mociones del Espíritu Santo.
Para el cumplimiento de este
programa de conducta, jamás nos faltará la ayuda de Dios, porque lo que
nosotros queremos hacer, por lo que nosotros en este caso luchamos, es por
hacer lo que Dios quiere de nosotros. Para seguir el plan del abad Boyland, hemos
de ver, que el secreto, es: No perder nunca el punto de vista sobrenatural, lo
cual implica, que veamos siempre detrás de cada acontecimiento al Señor,
continuar trabajando con toda el alma; hacer lo que hay que hacer,
prescindiendo un poco de los resultados; y no precipitarse a declarar victorias
o derrotas, sobre todo estas últimas. Solo así seremos capaces de ganar nuestra
alma, porque ello significa, tener dominio de uno mismo, lo cual es el secreto
de la paz interior, lo contrario serán las mil turbaciones que hacen al hombre
sentirse temeroso, desgraciado y contrariado. Solo cuando se tiene dominio
sobre la propia alma es cuando puede gozarse de no sufrir, lo que padecen los
demás.
Pero repito, para todo esto, es
necesaria, más que necesaria imprescindible, las gracias del Señor, la
indispensable ayuda de la divina gracia, pues tal como dice el obispo
norteamericano Fulton Sheen: Vivir en
medio de la infección del mundo y al mismo tiempo estar inmunizado contra ella
es algo imposible sin la gracia. Seguir el camino no es fácil, a nadie le
dijo Jesús cuando estaba en este mundo, que fuese fácil, es más anunció
amarguras y sinsabores a los que le siguiesen y les dijo: “Tomad sobre vosotros mi yugo y
aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para
vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera”. (Mt 11,
29).
Si nuestra conducta, queremos que
sea acorde con el camino hacia Dios, ha de tenerse presente la recomendación
del Cardenal Newman: “Es necesario que un
hombre confiese su inmortalidad con sus palabras y viva además como quien
procura entender lo que confiesa. Entonces se halla en camino de salvación y se
dirige hacia el cielo aunque no haya conseguido todavía librarse completamente de
las ataduras de este mundo”.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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