Una buena lección de San Ignacio de Antioquía.
Por: P. Juan A. Ruiz | Fuente: www.la-oracion.com
«Sois piedras de un templo, preparadas de antemano para un edificio de Dios el Padre, siendo elevadas hacia lo alto por medio del instrumento de Jesucristo, que es la Cruz, y usando como cuerda el Espíritu Santo; en tanto que la fe es vuestra polea, y el amor es el camino que lleva a Dios. Así pues, todos sois compañeros en el camino, llevando a vuestro Dios y vuestro santuario, vuestro Cristo y vuestras cosas santas, adornados de pies a cabeza en los mandamientos de Jesucristo. […] Y orad sin cesar por el resto de la humanidad (los que tienen en sí esperanza de arrepentimiento) para que puedan hallar a Dios» (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios, 9 y 10).
Acabo de
tener la oportunidad de estar en un campamento con 55 niños españoles entre 9 y
11 años. Fue una experiencia maravillosa y refrescante. Además de disfrutar de
cada una de las actividades con ellos durante esos días, pude volver a
comprobar que los niños llegan a ser pequeños maestros de vida con sus
comentarios y acciones cargados de inocencia. Y mientras preparaba este
artículo me vino a la mente una respuesta que me dio Javier en uno de esos
días.
Habíamos tenido un día muy hermoso y le pregunté a Javi si había ido a
agradecer a Jesús por el día en la capillita del campamento. Su respuesta fue
un no, pero acompañado de una sonrisa. Me intrigó y por eso volví a la carga: «Pero, ¿de qué te ríes? No crees que a Jesús le gustaría
que le agradecieras todo lo que te dio hoy?». Su respuesta fue una
pequeña bofetada de guante blanco: «¡Claro que sí, padre! Pero no había tenido
tiempo de ir a la capillita, por lo que ya le había agradecido en mi corazón a
Jesús por todo. Pero ahora mismo voy a decírselo también en persona». Menos mal
que se fue corriendo y no volvió la vista; hubiese visto un sonrojo de
vergüenza pintado en mi cara…
Javi me enseñó en esa ocasión algo que San Ignacio de Antioquía reafirma en el
texto que preside este artículo: que Dios está
siempre en el corazón de quienes lo acogen. El Santo habla de ser
«templos de Dios», «portadores» suyos. ¿Nos damos cuenta de la grandeza que eso
supone? Dios siempre nos acompaña, nos ve, nos anima, nos abraza. En ningún
momento se separa de nosotros… siempre y cuando nosotros no le cerremos las
puertas con el pecado. E incluso si lo hacemos, Él está ahí, esperando a que le
volvamos a encontrar con la confesión y dispuesto a perdonar cualquier cosa con
tal de morar de nuevo en nuestro interior.
¿Y tiene esto importancia para nuestra oración? ¡Yo diría que es básico! Si
esto es verdad –y lo es– significa que podemos orar en cualquier circunstancia,
en cualquier momento, estemos donde estemos: en el trabajo, en la cocina, en el
colegio, jugando, escribiendo, leyendo este artículo, etc. Siempre podemos
elevar el corazón y hablar con Quien lo habita. De esta manera, aunque la
Eucaristía sea efectivamente el lugar apropiado para hacer oración (y lo
recomiendo muy vivamente) no será absolutamente indispensable o necesario tener
que acudir a una iglesia para orar. Tú mismo eres templo de Dios, teóforos (para
usar el término de San Ignacio). Ahí, en el santuario de tu corazón puedes
adorarle, hablarle y tratar con Él.
Otra consecuencia de esta certeza es que también nos permite sabernos “compañeros de camino” unos con otros. Tú, que
lees estas líneas, eres templo del mismo Dios que habita mi alma. Por eso mi
oración te enriquece también a ti y la tuya nos enriquece a todos. Mi oración
deja de ser sólo “mía” y se convierte en
“nuestra”; deja de ser sólo un diálogo con “mi”
Dios y se convierte en un diálogo de todos con “nuestro” Dios.
«No sabéis que vuestro cuerpo es santuario del
Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os
pertenecéis?». Esta rotunda frase de San Pablo en la primera carta a los
corintios (6, 19) es el leitmotiv de la oración del cristiano. San Ignacio lo
sabía… y presiento que el buen Javi lo intuye. Después de todo, sólo el corazón
inocente, como el de los niños, es capaz de percibir esa Presencia Amorosa en
nuestro interior.
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