Estas experiencias del sufrimiento del inocente constituyen un argumento muy fuerte sobre la creencia en Dios
Por: Myriam Ponce | Fuente: Catholic.net
La existencia del mal ha sido un debate sumamente profundo a lo largo del
tiempo. Sabemos que Dios es bueno, pero muchos
escépticos han descartado Su existencia argumentando la presencia del «mal» en
el mundo. A la luz de las constantes guerras, el terrorismo extremista, el
hambre, la pobreza persistente, el abandono social y la enfermedad recurrente,
es natural preguntarnos: ¿Por qué Dios permite el mal?
Estas
experiencias del sufrimiento del inocente constituyen un argumento
existencialmente muy fuerte sobre la creencia en Dios, basándose en la teoría
del conocimiento, las ciencias y algunas ideologías. El mismo Juan Pablo II, en
su catequesis sobre el Credo (1986), indicó que la presencia del mal y del
sufrimiento en el mundo «constituyen para muchos la
dificultad principal para aceptar la verdad, la Providencia Divina». Después
de todo, Él, siendo Dios, sería capaz de erradicarlo. Pero, la
verdad es que la existencia del mal exhibe, de manera indirecta, la existencia
de Dios.
«SI EL MAL EXISTE
ENTONCES DIOS NO PUEDE EXISTIR»
Consideremos
real por un minuto, este argumento ateo. Solo por un minuto. Si así fuera, la
existencia del ser humano sería un «accidente
cósmico». Sin sentido y sin ningún valor más allá que un producto de la
materia y el azar. De ser así, ¿Cómo
fundamentaríamos nuestros valores morales?, ¿cómo podemos afirmar que algo está
mal?, ¿bajo qué fundamento consideramos que el Holocausto fue un evento
terrible, o que el tráfico de humanos daña la voluntad personal?, ¿qué rige el
bien o el mal?
Entendemos que estas acciones son universalmente degradantes porque
agreden el valor mismo del ser humano. Por ende, comprendemos que
el ser humano tiene un valor por sí mismo, regido por su voluntad y su
libertad. Pero, ¿Cómo justificamos ese valor si
somos un mero accidente sin propósito? En la ausencia de Dios, nuestro «valor» carece de sentido, por lo que nuestros
principios sociales son meras construcciones que difieren incluso de persona a
persona. Lo que es bueno para ti, podría no ser tan bueno para otro. Siendo
así, los conceptos del bien y el mal carecerían de mera objetividad. Como
mencionó el novelista ruso Fyodor Dostoyevsky: «Si
Dios no existe, todo es permitido».
¡Cuánta razón tenía! Muchos podrán decir que el bien y
el mal son meras edificaciones sociales, pero nadie vive bajo ese principio.
Nadie ve un ataque terrorista y piensa: «Vaya, no importa. Solo es resultado de
una construcción social». En el fondo todos reconocemos, a través de nuestra
experiencia moral, que el mal existe y es todo aquello que no debe ser (1Jn 3,
4). Pero, si hay algo que no debe ser, entonces tendría que haber un estándar
de lo que debe ser. Es decir, irónicamente,
el mal solo puede existir si Dios existe, siendo Él el ejemplo máximo del
bien.
SI DIOS ES BUENO, ¿POR QUÉ PERMITE EL MAL?
La
respuesta se esconde en dos palabras: Libre albedrío. Dios ha hecho al hombre a su
imagen y semejanza, dotado de voluntad e inteligencia. Hemos sido creados con
la capacidad de hacer el auténtico bien moral, en semejanza a Dios, que es
bueno. No obstante, la libertad de hacer el bien también tiene su contraparte.
Todos podemos decidir entre seguir los designios de Dios y atender Su Voluntad,
o no hacerlo. Por tanto, el origen del mal moral es
el mal uso de nuestra libertad.
Los males
físicos, son solo consecuencias de este primer mal. Ahora bien, ¿Por qué Dios
no evita el mal? Porque cualquier intervención en nuestras decisiones
significaría corromper nuestra libertad, eliminando nuestro individualismo y
humanidad. En esencia, Dios permite el mal, aunque no lo desea,
porque quiere una relación con nosotros.
Es importante
recordar que Dios siempre extrae bienes de los males y, por sobre todo, siempre
hará brillar Su justicia. El mismo Catecismo de la Iglesia Católica (272)
afirma que «La fe en Dios Padre Todopoderoso puede ser puesta a prueba por la
experiencia del mal y del sufrimiento». Entonces, Dios permite el
mal, sí, pero su fin siempre será un bien mayor.
Así, la
cruel muerte de Cristo fue un terrible sufrimiento a través del cual se
consiguió el mayor bien concebible: la salvación de todos. Es posible que, como le sucedió
a Job, nos sea difícil comprender el porqué de muchas
situaciones en nuestra vida y en el mundo. Pero, una cosa es segura: el amor de Dios es inmenso y fue garantizado en la Cruz.
Dios no nos ha dejado abandonados en medio de la
aflicción, Él nos ha mostrado el camino de la verdad. Un día Dios erradicará
todo mal, eso es verdad y en la Biblia está. Pero, en su increíble bondad y
paciencia, nos permite volver a Él y ser salvos, en nuestra propia
libertad para seguirlo. Aunque, estoy plenamente convencida que espera con
ansia que volvamos a casa.
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