'La celebración de esta fiesta enseñará a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes' (Pío XI, encíclica Quas Primas).
Solemnidad de Cristo
Rey
Mateo 25, 31-46
El Evangelio del último domingo del año litúrgico, solemnidad
de Cristo Rey, nos hace asistir al acto concluyente de la
historia humana: el juicio universal. "Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria
acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria.
Serán congregadas ante Él todas las naciones, y Él separará a los unos de los
otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a la
derecha y los cabritos a su izquierda".
El primer mensaje contenido en este evangelio no es la forma o el resultado del
juicio, sino el hecho de que habrá un juicio,
que el mundo no viene de la casualidad y no acabará por casualidad. Ha
comenzado con una palabra: "Que exista la
luz... hagamos al hombre" y terminará con una palabra: "Venid, benditos... Apartaos de mí, malditos". En
su principio y en su final está la decisión de una mente
inteligente y de una voluntad soberana.
Este milenio se caracteriza por una encendida discusión sobre creacionismo y evolucionismo.
Reducida a lo esencial, la disputa opone a quienes, aludiendo -no siempre con
razón- a Darwin, creen que el mundo es fruto de
una evolución ciega, dominada por la selección de las especies, y aquellos que,
aun admitiendo una evolución, ven la obra de Dios en el mismo proceso
evolutivo.
Hace tiempo tuvo lugar en el Vaticano una sesión plenaria de la Academia
Pontificia de las Ciencias, con el tema Miradas
científicas en torno a la evolución del universo y de la vida, con la participación de los más importantes
científicos de todo el mundo, creyentes y no creyentes, muchos de ellos Premio
Nobel. En el programa sobre el evangelio que presento en RaiUno, entrevisté a
uno de los científicos presentes, el profesor Francis Collins,
jefe del grupo de investigación que ha llevado al descubrimiento del genoma
humano.
Le pregunté: "Si la evolución es cierta, ¿queda aún espacio para
Dios?". He aquí su respuesta: "Darwin
tenía razón en formular su teoría según la cual descendemos de un antepasado
común y ha habido cambios graduales en el trascurso de largos periodos de tiempo,
pero este es el aspecto mecánico de cómo la vida ha llegado al punto de formar
este fantástico panorama de diversidad. No responde a la pregunta sobre
por qué existe la vida. Hay aspectos de la humanidad que no son
fácilmente explicables, como nuestro sentido moral, el conocimiento del bien y
del mal que a veces nos induce a realizar sacrificios que no están dictados por
las leyes de la evolución, que nos sugieren preservarnos a nosotros mismos a
toda costa. ¿Esta no es quizás una prueba que nos indica que Dios
existe?".
Le pregunté también al profesor Collins si antes había creído en Dios o
en Jesucristo.
Me respondió: "Hasta los veinticinco años fui
ateo, no tenía una preparación religiosa, era un científico que reducía casi
todo a ecuaciones y leyes de la física. Pero como médico empecé a mirar a la
gente que tenía que afrontar el problema de la vida y de la muerte, y esto me
hizo pensar que mi ateísmo no era una idea enraizada. Empecé a leer textos
sobre las argumentaciones racionales de la fe que no conocía. En
primer lugar, llegué a la convicción de que el ateísmo era la alternativa
menos aceptable, y poco a poco llegué a la conclusión de que debe
existir un Dios que ha creado todo esto, pero no sabía cómo era este Dios. Esto
me movió a llevar a cabo una búsqueda para descubrir cuál era la naturaleza de
Dios, y la encontré en la Biblia y en la persona de Jesús. Tras dos años de
búsqueda me di cuenta de que no era razonable oponer resistencia,
y me he convertido en un seguidor de Jesús".
Un gran autor del evolucionismo ateo de nuestros días es el inglés Richard Dawkins, autor del libro El espejismo de Dios. Promovió una campaña
publicitaria para colocar en los autobuses de las ciudades inglesas esta
inscripción: "Dios, probablemente, no existe:
deja de angustiarte y disfruta de la vida" ["There's probably no
God. Now stop worrying and enjoy life"]. "Probablemente":
por tanto, ¡no se excluye del todo que pueda existir! Pero si Dios no existe el
creyente no ha perdido casi nada, si en cambio existe, el no creyente lo ha perdido
todo.
Yo me pongo en el lugar del padre que tiene un hijo discapacitado,
autista o gravemente enfermo, de un inmigrante huido del hambre o de los
horrores de la guerra, de un obrero que se ha quedado sin trabajo, o de un
campesino expulsado de su tierra... Me pregunto cómo reaccionaría
a ese anuncio: "Dios no existe:
deja de angustiarte y disfruta de la vida".
La existencia del mal y de la injusticia en el mundo es ciertamente un misterio y un
escándalo, pero sin fe en un juicio final, resultaría infinitamente
más absurda y trágica. En tantos milenios de vida sobre la
tierra, el hombre se ha hecho a todo; se ha adaptado a todos los climas,
inmunizado contra toda enfermedad. A una cosa no se ha hecho nunca: a la injusticia. Sigue sintiéndola como
intolerable. Y a esta sed de justicia responderá el juicio
universal.
Éste no será sólo querido por Dios, sino, paradójicamente, también por los
hombres, también por los impíos. "En el día
del juicio universal, no será sólo el Juez el que bajará del cielo",
escribió el poeta Claudel, "sino que
toda la tierra se precipitará a su encuentro".
La fiesta de Cristo Rey,
con el evangelio del juicio final, responde a la más universal de las
esperanzas humanas. Nos asegura que la injusticia y el mal no tendrán la última
palabra, y al mismo tiempo nos exhorta a vivir de forma que el
juicio no sea para nosotros de condena sino de salvación, y podamos
ser de aquellos a quienes Cristo dirá: "Venid,
benditos de mi Padre, entrad en posesión del reino preparado para vosotros
desde la fundación del mundo".
Tomado de Homilética.
Por: Raniero
Cantalamessa
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