Es un misterio altísimo, singular, superior a la capacidad de toda inteligencia creada. ¡Es el Misterio de la fe!
Por: P. Carlos Miguel Buela, VE | Fuente:
www.iveargentina.org
«LA PRESENCIA REAL»
1. VERDADERA, REAL Y SUSTANCIAL
Nos enseña la santa fe católica que Nuestro Señor Jesucristo está verdadera,
real y sustancialmente presente, en el Santísimo Sacramento del altar. Es
sacramento porque es signo sensible –pan y vino–, y eficaz –produce lo que
significa–, de la gracia invisible y porque contiene al Autor de la gracia, al
mismo Jesucristo nuestro Señor.
· ¿Qué quiere decir verdadera?
Verdadera quiere decir que su presencia no es en
mera figura (como en una foto), como quería Zwinglio, sino en verdad.
·
¿Qué quiere decir
realmente?
Realmente quiere decir que su presencia no es por
mera fe subjetiva (no porque uno así lo opine), como quería Ecolampadio, sino
en la realidad.
·
¿Qué quiere decir
sustancialmente?
Sustancialmente quiere decir que la presencia del
Señor en la Eucaristía no es meramente virtual (como la usina eléctrica está
virtualmente presente en el foco de luz), como quería Calvino, sino según el
mismo ser de su Cuerpo y Sangre que asumió en la Encarnación.
El Concilio de Trento enseña que: «Si alguno negare
que en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real, y
sustancialmente el Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad de
Nuestro Señor Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo
está en él como en señal y figura o por su eficacia, sea anatema».
Doctrina que recoge el reciente Catecismo de la Iglesia Católica: «Cristo Jesús
que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (Ro
8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia, allí donde
dos o tres estén reunidos en mi nombre (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos,
los presos, en los sacramentos de los que Él es autor, en el sacrificio de la
misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre
todo (está presente), bajo las especies eucarísticas”.
El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular.
Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que
tienden todos los sacramentos”. En el santísimo sacramento de la
Eucaristía están “contenidos verdadera, real y
substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de
nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero.” “Esta presencia
se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no
fuesen ‘reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo,
Dios y hombre, se hace totalmente presente”».
De tal modo, que Nuestro Señor Jesucristo está presente en la Eucaristía con el
mismo Cuerpo y Sangre que nació de la Virgen María, el mismo cuerpo que estuvo
pendiente en la cruz y la misma sangre que fluyó de su costado.
2. DE LA TRANSUBSTANCIACIÓN
Nuestro Señor se hace presente por la conversión del pan y el vino en su Cuerpo
y Sangre. Esa admirable y singular conversión se llama propiamente
«transubstanciación», no consustanciación, como quería Lutero.
Se dice admirable porque es un misterio altísimo, superior a la capacidad de
toda inteligencia creada. ¡Es el Misterio de la fe!
Se dice singular porque no existe en toda la creación ninguna conversión
semejante a esta.
En la transubstanciación toda la substancia del pan y toda la sustancia del vino
desaparecen al convertirse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo. De
tal manera que bajo cada una de las especies y bajo cada parte cualquiera de
las especies, antes de la separación y después de la separación, se contiene
Cristo entero.
Es de fe, por tanto, que de toda y sola la substancia del pan y del vino se
transubstancia en toda y sola la sustancia del cuerpo y sangre de Cristo.
Ahora bien, ¿qué es lo que permanece?
Permanecen, sin sujeto de inhesión, por poder de Dios, en la Eucaristía los
accidentes, especies o apariencias del pan y del vino.
¿Cuáles son? Los accidentes que permanecen
después de la transusbtanciación son: peso, tamaño, gusto, cantidad, olor,
color, sabor, figura, medida, etc, de pan y de vino. Sólo cambia la sustancia.
Por la fuerza de las palabras bajo la especie de pan se contiene el Cuerpo de
Cristo y, por razón de la compañía o concomitancia, junto con el Cuerpo, por la
natural conexión, se contiene la Sangre, y el alma y, por la admirable unión
hipostática, la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Y, ¿qué se contiene por razón de las palabras bajo
la especie del vino? Por razón de las palabras se contiene la Sangre de
Cristo bajo la especie del vino y, por razón de la concomitancia, junto con la
Sangre, por la natural conexión, se contiene el Cuerpo, el Alma y, por la unión
hipostática, la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: «Mediante
la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente
en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la
Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu
Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo declara que: “No es
el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre
de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote,
figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia
provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra transforma las cosas
ofrecidas”.
Y san Ambrosio dice respecto a esta conversión: “Estemos
bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo
que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la
de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza misma resulta
cambiada... La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que no existía,
¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía? Porque no es
menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela”».
Sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica: «El Concilio de Trento
resume la fe católica cuando afirma: “Porque
Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era
verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta
convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan
y del vino se opera el cambio de toda la sustancia del pan en la sustancia del
Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la sustancia del vino en la sustancia
de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este
cambio transubstanciación”».
3. OMNIPOTENCIA DE DIOS
El sacerdote ministerial predica la Palabra de Dios, presenta a Dios los dones
de pan y vino, los inmola y los ofrece al transubstanciarlos en el Cuerpo y la
Sangre del Señor, obrando en nombre y con el poder del mismo Cristo, de modo
tal que, por sobre él sólo está el poder de Dios, como enseña Santo Tomás de
Aquino: «El acto del sacerdote no depende de potestad
alguna superior, sino de la divina», de tal modo, que ni siquiera el Papa,
tiene mayor poder que un simple sacerdote, para la consagración del Cuerpo de
Cristo: «No tiene el Papa mayor poder que un simple sacerdote».
«Al mandar a los Apóstoles en la Última Cena: Haced
esto en memoria mía (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25), les ordena reiterar el
rito del Sacrificio eucarístico de mi Cuerpo que será entregado y de mi Sangre
que será derramada (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25). Enseña el Concilio de Trento que
Jesucristo, en la Última Cena, al ofrecer su Cuerpo y Sangre sacramentados: “a sus apóstoles, a quienes entonces constituía
sacerdotes del Nuevo Testamento, a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio,
les mandó... que los ofrecieran”».
Y esto por el poder divino, ya que existe «en la
misma transformación, una selección que indica penetración extraordinaria;
dentro de una misma cosa material hay algo que cambia y algo que permanece
inmutable; además el cambio produce algo nuevo...». En la Divina
Invocación, como llamaban muchos Santos Padres a la consagración, se da:
1. Una selección: entre la substancia y los accidentes;
2. Una penetración extraordinaria: distinguir ambos elementos, para que
desaparezca uno y permanezca el otro;
3. Algo nuevo aparece: el Cuerpo entregado y la Sangre derramada de Cristo,
bajo especie ajena, o sea, sacramental.
Por esto, la conversión del pan y del vino en la Misa, implica dificultades más
grandes que respecto a la creación del mundo, como dice Santo Tomás de Aquino:
«En esta conversión hay más cosas difíciles que en la creación, en la que sólo
es difícil hacer algo de la nada. Crear, sin embargo, es propio de la Causa
Primera, que no presupone nada para su operación. Pero en la conversión
sacramental (de la Eucaristía) no sólo es difícil que este todo (el pan y el
vino) se transforme en este otro todo (el Cuerpo y la Sangre de Cristo), de
modo que nada quede del anterior, cosa que no pertenece al modo corriente de
producir, sino que también queden los accidentes desaparecida la
substancia...».
Queridos hermanos y hermanas:
Crezcamos siempre en la fe y el amor a Nuestro Señor presente en la Eucaristía.
Estimemos por «justa y conveniente» la
palabra exacta que expresa la conversión del pan y del vino: ¡Transubstanciación!, que debería sonar en
nuestros oídos como música celestial.
Y admiremos siempre el poder de Dios que allí se manifiesta, como lo hace el
pueblo fiel que dice, con las palabras del Apóstol Tomás, después de ocurrida
la transustanciación: ¡Señor mío y Dios mío! (Jn
20,28).
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