Dios pone a la mujer en un lugar de privilegio en el plan de la salvación.
Por: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net
Cuando Dios decide venir al mundo, prescinde del hombre varón, pero no de
la mujer: y a María de Nazaret hasta le pide permiso.
La mujer
es inteligente, tiene hasta algo que los hombres no tenemos: tiene intuición, intuye rápido las cosas.
Cuando mi esposa me decía esta persona no me gusta, yo no le hacía caso.
Así lo pagué.
Con el tiempo tuve que aprender a hacerle caso. Nunca se equivocó en su
intuición.
La mujer es sensible a las cosas. Ve las cosas distintas.
El hombre es más cerebral, el hombre podrá gobernar la casa, la mujer reina en
el hogar con el corazón.
Dice Familiaris Consortio que no hay duda de que igual
dignidad y responsabilidad del hombre y la mujer justifican plenamente el
acceso de la mujer a las funciones públicas.
Por otra parte, la verdadera promoción de la mujer exige también que sea
claramente reconocido el valor de su función materna y familiar.
La mujer
no es imprescindible en el trabajo de la casa, pero si es insustituible en la
educación de los hijos, sobre todo en los primeros años. Cuando son muy chicos.
Por ello la Iglesia puede y debe ayudar a la sociedad actual, pidiendo
incansablemente que el trabajo de la mujer en su casa sea reconocido por todos
y estimado por su valor insustituible.
En Suecia, país de gran adelanto
en lo social, la mujer que es madre, está en su casa durante un año, con el
sueldo pago, por supuesto.
El ama de casa ejerce muchas
profesiones a la vez: es Licenciada en Administración, es Ecónoma, es Maestra,
es Licenciada en Quehaceres domésticos, experta en Relaciones Públicas, es
Médica en muchas circunstancias, es Enfermera en otras, etc.
Belén
significa “casa
del pan”, y allí fue donde los
humildes pastores hallaron el Hijo de Dios hecho carne.
Del mismo modo nuestros hogares deben llenarse de esa actitud de Belén: ser casa donde otros reciban el pan. Ese pan que
sacia. No solo el alimento del cuerpo, sino del alma.
Y para ello es necesario que igual que aquel Belén haya una María.
Aunque, debemos también reconocer, que había un José.
Una María y un José son los que hacen un hogar.
Admiro a esas esposas, abundantes años atrás, que fueron el sostén de
los hogares, muchas veces haciendo milagros con muchos hijos y poco dinero y,
en no pocos casos, con poca o ninguna ayuda en su tarea del esposo aunque había
excepciones como pude ver en diversos casos, como el de mi padre. Esas mujeres
tuvieron su felicidad terrena a pesar de los sacrificios, no lo dudéis, porque
asumieron su misión con un orgullo y, sobre todo, con espíritu de entrega y
servicio. El premio ya lo han obtenido, estoy seguro, porque Dios es buen
pagador. (Alejandro González)
Se habla
de Iglesia Doméstica, pero la base fundamental está en la sacramentalidad del
matrimonio, sin la cual no puede nacer una Iglesia Doméstica.
Sacramentalidad matrimonial cuya cabeza visible es el Cristo Nupcial.
La situación de la familia en
nuestra patria es motivo de onda reflexión para quienes trabajamos en
movimientos que centran su accionar en la familia y pretendemos construir una
sociedad donde la familia no solo sea la célula de vida, sino célula de fe.
Algunos piensa y hasta lo dicen
que el matrimonio es “•definitivamente un fracaso”. Pero, ¿quién
establece que está definitivamente fracasado? Sólo si uno de los dos
entra en una nueva relación con nuevos compromisos, entonces ciertamente la
situación se convierte en paradójica, sin posibilidad de salida: compromisos
aquí, compromisos allí; hijos aquí, hijos allí.
Ya en tiempos de Chesterton se
hablaba de un final del matrimonio y con su ironía, Chesterton nos dejó
una frase: “la
familia ha acabado enterrando a sus propios enterradores”.
Por eso urge un diligente cuidado en
la educación para el amor.
La preparación competente, bajo el prisma de la fe, para llegar al matrimonio.
La formación
de los esposos para la paternidad responsable.
Sentido de la unidad, de la fidelidad como valor y la responsabilidad que son
sellados con el sacramento conscientemente recibido.
En todo
momento importante de la historia la Iglesia nos muestra la importancia
de la familia en sus enseñanzas pastorales.
No podemos dejar de recordar la autorizada palabra de Juan Pablo II: Haced todos los esfuerzos para que se haga una pastoral
de la familia. Atended a campo tan prioritario con la certeza de que la evangelización
en el futuro depende en gran parte de la Iglesia Doméstica.
Ese trabajo para la familia debe buscar caminos para que las familias puedan
cumplir con su misión de “formar personas”, “educar en la fe” y “contribuir al
desarrollo”
Según todas las fuentes, las familias estables y con hijos presentan
mejores resultados desde la economía al bienestar, pasando por la salud, y la
felicidad percibida. La gente se casa y tiene hijos porque sigue siendo la
mejor manera de discurrir en el mundo, la que más recompensas comporta,
visiblemente materiales. Pero también está anclada en el corazón del ser
humano, porque el matrimonio y la descendencia es el núcleo de la ley natural
que nos guía. Es donde se realiza en mejor medida el amor humano, en todas sus facetas,
y no solo la de la pasión pasajera. Y una y otra, ley natural y resultados
positivos, lógicamente deben confluir, porque aquella no es nada más que la
palabra de Dios a todos los hombres, crean o no en Él, para que puedan realizar
mejor sus vidas (Forumlibertas.com)
Hay que partir de una aceptación
de las familias cualquiera sea la situación concreta de cada una (Puebla 575) y
acompañarlas comprendiendo su debilidad al ritmo de su pobreza humana y de su
ignorancia.
Toda familia necesita un padre; un padre que no se vanaglorie de que el
hijo sea como él, sino que se alegre de que aprenda la rectitud y la sensatez,
que es lo que cuenta en la vida; lo que constituirá la mejor herencia que
podrá transmitir al hijo.
El padre tratará de enseñar lo que el hijo aún no sabe, corregir los
errores que aún no ve, orientar su corazón, protegerlo en el desánimo y la
dificultad. Y todo esto con cercanía, dulzura y una firmeza que no
humilla.
Para ser buen padre, ante todo hay que estar presente en la familia,
compartiendo los gozos y las penas y acompañando a los hijos a medida que van
creciendo. (Papa Francisco)
Y las
líneas de acción son múltiples, la Iglesia y el mosaico de movimientos de
laicos, nos las ponen en nuestras manos para que en toda parroquia nazcan
centros formativos y de crecimiento para luchar contra todos los males que
debilitan la familia.
La familia estable es la institución básica del sistema del bienestar.
¿Por qué? Porque es la única que hace más
con menos
La
parroquia es la comunidad eucarística y el corazón de la vida litúrgica de las
familias cristianas.
La parroquia debe ser un centro permanente y abierto a la formación, a la
atención y al apoyo de toda necesidad de toda familia.
Algunos
sienten que la religión tradicional ha caído en el gigantismo, se ha vuelto
faraónica, la ven demasiado grande, como si no fuera alcanzable.
Buscan entonces algo a escala humana, pequeñas comunidades donde todos se
conozcan.
La debemos poner más a mano, más al alcance del que la necesite.
Cuando el cristianismo, en los
dos primeros siglos de su existencia, era una vasta red de pequeñas comunidades
urbanas; mantenía una escala humana que les hacía sentirse en familia.
Es la
pequeña comunidad que cobija, que ampara, que ayuda, que acompaña, que orienta,
que se ama.
Y se aman porque los José y las Marías se conocen, saben lo que les duele,
saben lo que les está faltando, saben que son hermanos en una fe viva.
Y cuando
más se conocen, más se aman. Así nació nuestra iglesia y así deberemos
recrearla si queremos ser una gran familia.
Una gran familia que cree y se ama.
En este recrear nuestra Iglesia
con el nuevo ardor deberemos tener en cuenta dos parámetros: Uno es la
continuidad de la enseñanza de la Iglesia, que tiene cosas que son intocables y
que hay que reafirmar siempre contra viento y marea. Y el otro es la actualidad
de las necesidades de la gente.
El gran dilema, el gran desafío
es poder hacer las dos cosas: actualizar la
enseñanza en continuidad con la tradición eterna de la Iglesia.
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