Este día, la Santa Iglesia festeja el día en que, pequeñita, María fue presentada en el Templo.
Por: María Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
Al meditar sobre tu vida, Madre querida, nos queda siempre en el alma alguna
enseñanza, un prudente consejo, un camino...
Este 21 de noviembre la Santa Iglesia festeja el día en que, pequeñita, fuiste
presentada en el Templo.
Por más que intento, Madrecita, no puede descubrir mi corazón una enseñanza en
esta parte de tu vida. Me quedo en oración. Acabo de recibir a tu Hijo bajo la
apariencia de pan. Así, mi corazón hecho pregunta se postra ante ti.
Enséñame, Madre...
Me abrazas el alma y siento que te acompaño en tan hermoso día.
Vas llegando al Templo de la mano de tus padres. La mano de Joaquín te llena de
fuerza y confianza. La de Ana te sostiene un equipaje de amor, besos y abrazos
para que te acompañe en el viaje trascendental que emprendes.
Con tu inocencia, jamás perdida, y tu ternura, exquisitamente multiplicada en
años venideros, vas acercándote al lugar del que tanto te han hablado y vas
aprendiendo a abrazarte al Dios eterno que conociste de la boca de tus amados
padres.
Por estas cosas de la imaginación una María mamá, tal como me la recuerda la
imagen de la Parroquia, me acompaña a descubrir a una María niña.
Vamos subiendo las escalinatas... Al llegar al último escalón distingo, a una
prudente distancia un personaje conocido...
¡Madre! ¿Acaso esa mujer que está allí, observando de lejos es... ?
-Si, hija, es Ana, la profetisa.
Claro, según dice la Escritura: "... casada en su juventud, había vivido
siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda y tenía
ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día
con ayunos y oraciones" (Lc 2, 36-37)
Ana... quien a ños más tarde hablaría "... acerca del niño a todos los que
esperaban la redención de Jerusalén"...(Lc 2,38)
Ana... mira a esta niña de ojos dulces, belleza serena y sonrisa de cielo.
Ana... guarda ese rostro en su corazón, pues el rostro de María es inolvidable.
Me descubro nuevamente arrodillada en la Parroquia. Te miro con el alma, María,
y descubro de tu mano la enseñanza. Simple y profunda. Simple como una mujer
viuda mirando de lejos. Profunda, como el amor que nos tienes.
¡Nadie puede olvidarte, Madre!. Una vez que se te ha conocido, no es posible el
olvido.
Aunque pasen muchos años entre el encuentro y el abrazo... entre la mirada y la
sonrisa.
Nadie, que te haya visto, aunque sea una vez, puede olvidarte. Verte... no con
los ojos del cuerpo, sino con los del alma. El encuentro es interior. El
abrazo, único.
Mi corazón está feliz pues me has enseñado, una vez más, que meditar en tus
ejemplos no es en vano, ni "pérdida de tiempo". Meditar en ti calma
las angustias del alma, encamina los pasos del corazón y nos acerca a tu Hijo.
Este 21 de noviembre quiero pedirte que subas conmigo las escalinatas de mi
vida. Que me lleves de la mano y me proveas de un imprescindible equipaje
interior. Que sepa mantener ese equipaje meditando siempre en tus virtudes y
ejemplos.
Feliz recuerdo de tu Presentación, Madre.
Hermano que lees estas sencillas líneas. Acompaña a Maria recordando con
ella este día. Acompáñala con una oración, con un pensamiento, con una obra de
caridad... Suma tu sencilla ofrenda a la que hizo de su vida la más pura
ofrenda de amor.
NOTA de la autora:
Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación
por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe
pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada
que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla"
o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin
intervención sobrenatural alguna.
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