Arriesgarse es perder pie por un tiempo, pero no arriesgarse es perder la vida por completo.
Por: Alfonso Aguiló | Fuente: interrogantes.net
No hace mucho mostraba Ignacio Sánchez Cámara su inquietud ante la progresión
de una nueva leva –o quizá no tan nueva– de falsos héroes, muy aficionados a
abrazar causas que ya no es necesario defender, o cuando ya no se corre el
menor riesgo al hacerlo. Se sacrifican por los tópicos de moda, dan su vida y
su hacienda por lo que no cuesta nada, ni vida ni hacienda. Es un heroísmo de
verbena y de guiñol, porque apuestan siempre a caballo ganador.
Se trata de un héroe que es un batallador de causas ganadas, que rema
afanosamente a favor de la corriente, finge lágrimas y sudores, exhibe agravios
y derrotas, pero nunca paga el menor tributo personal por defender lo que
defiende. Del perdedor adopta la estética, digna y abatida. Del ganador toma
las cartas y las bazas. Combina la estética de la derrota y la cuenta de
resultados de la victoria. Y como en muchos ambientes la exhibición del agravio
y de la queja suele ser el mejor camino hacia la victoria, utiliza agravios
reales o fingidos para obtener ventaja, para medrar.
Ante ese lamentable espectáculo, es cuestión de buen gusto preferir a quien
defiende lo que no está de moda, a quien tiene el valor de ir contracorriente,
a quien sabe decir que no cuando todos ceden y decir que sí cuando nadie se
atreve a dar el primer paso.
Muchas personas tienen auténtico terror a sentirse solas, sienten una especie
de horror que les paraliza. Es cierto que llevar la contraria por sistema es
patético, pero pasarse la vida mirando de reojo a ambos lados antes de
posicionarse, para así nunca salirse de la fila, eso no es otra cosa que
cobardía. Todo aquel que quiera tener ideas propias, o ejercer algún tipo de
liderazgo, o sacar cualquier cosa adelante, ha de asumir que en algunos
momentos tendrá que sentirse solo. Es un peso inevitable que todos, de un modo
u otro, hemos de llevar sobre nuestros hombros. Un costalero que no sintiera la
carga del paso, que no se cansa, puede estar seguro de que está quitando el
hombro, que son los demás quienes llevan el peso.
DE TODO HAY
Se puede uno deslizar por la vida sin entregarse enérgicamente a ella.
No exponerse a los fracasos, a los errores, a las decepciones, a los azares
adversos, al dolor. Son –en expresión de Julián Marías– formas tímidas de
suicidio, de negación de la vida. Con frecuencia se trata de una especie de
avaricia vital, de incapacidad de dar. Otras veces, de un inmoderado afán de
seguridad, de temor a exponerse, a arriesgar. O de una vida dominada por la
pereza, por la evitación del cansancio y del esfuerzo.
Hay vidas extremadamente modestas en cuanto a sus dotes –físicas,
intelectuales, de posición social, etc.–, pero que son espléndidas por la
intensidad y la entrega con que viven, a pesar de la limitación de sus
recursos. Y hay ejemplos evidentes de lo contrario: vidas admirablemente
dotadas, ricas en posibilidades, cuya realización muestra una pobreza lindante
con la miseria. Vidas sin riesgo, sin compromiso, sin ilusión, un triste
panorama de muertos en vida.
Vivir es arriesgarse. No importa perder una batalla si estamos bien situados.
Tener esperanza es arriesgarse a fracasar. Pero un poco hay que arriesgar,
porque el riesgo más grande en la vida es no arriesgarse. Los que no arriesgan
nada, no hacen nada, están encadenados por sus miedos, son esclavos de ellos, han
perdido su libertad. Como decía Kierkegaard,
arriesgarse es perder pie por un tiempo, pero no arriesgarse es perder la vida
por completo.
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