El padre de hoy se abre a las necesidades más sutiles del hijo: las emocionales y las psíquicas.
Fuente: aciprensa.com
El "buen padre", imagen
ampliamente difundida por las sociedades de consumo, es la de "proveedor": aquél que satisface todas las
necesidades materiales del hogar. Para "que
no les falte nada a los hijos" trabaja jornadas dobles y aún los
fines de semana. El padre no logra satisfacer las necesidades presentes, cuando
ya le han sido creadas otras. Así se desgasta febrilmente, sin darse un respiro
para disfrutar lo importante: la experiencia única de ver crecer a los hijos.
Los padres que han logrado vencer las tradiciones atávicas de ser meros
proveedores, comparten el gozo en la crianza de los hijos y hablan de "una nueva dimensión en la convivencia
familiar".
A pesar de los iracundos reproches de quienes pretenden perpetuar el tabú
inmemorial de que cuando el padre se involucra emocionalmente con el hijo se
torna ´suave como una segunda madre´, y que
si participa en el cuidado y atención del hijo se convierte en simple ´mandilón´, cada día son más los padres presentes
en el quirófano en el momento del nacimiento de sus hijos, en los cursos
prenatales y de posparto para capacitarse en el cuidado del bebé.
Se necesitan dos para engendrar un hijo. También se necesitan dos para
su desarrollo. La intuición femenina permite a la madre establecer una
comunicación vital con el hijo desde el momento mismo de su nacimiento.
Interpreta las señales de temor en el infante y con mimos lo tranquiliza y
conduce suavemente.
La voz del padre es de importancia suma: da seguridad, confianza en el
porvenir, establece los límites de la conducta infantil, y cierra el círculo
del amor que debe rodear al niño. El padre proporciona un elemento único y
esencial en la crianza del hijo y su influencia es poderosa en la salud
emocional. La madre le dice: "con cuidado", y el padre le dice "uno
más", al estimular al pequeño a subir otro peldaño para que llegue a la
cima. Juntos, tomados de la mano, padre y madre guían al retoño en el camino de
la vida.
El padre de hoy se abre a las necesidades más sutiles del hijo: las emocionales
y las psíquicas. Trasciende la preocupación de sí mismo y sus ocupaciones, y
logra ver al hijo en sus propios términos. Propicia el ambiente que le permita
el desarrollo de su potencial en un marco de libertad responsable, no de
dominación.
No se detiene en la periferia, sino que conoce al hijo de cerca. Lo guía sin
agresividad, con firmeza motivada y razonada, por el camino de los valores que
desea heredarle. El padre de hoy se ha dado permiso para ver con ojos de amor
al retoño de sus entrañas. Advierte en el hijo, más allá de las limitaciones
presentes, el cúmulo de posibilidades que está por realizar. Y a su lado goza
cada peldaño de su desarrollo.
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