Es que Cristo está allí realmente presente en el Sagrario y como Dios que es, nos conoce y nos llama.
Por: P. Evaristo Sada LC | Fuente:
www.la-oracion.com
El sol ilumina, calienta, ejerce atracción sobre los planetas, es el centro del
sistema solar. Me gusta imaginar a Cristo Eucaristía como un sol. La eucaristía es signo de la presencia viva del Resucitado.
Las custodias donde se expone el Santísimo Sacramento tienen forma de sol, la
mayoría de las veces. En casa, aquí en Roma, tenemos adoración eucarística
todos los días; la custodia es grande, como un sol.
Estar allí “expuestos al Sol”, frente a Él,
es escuchar que te dice: “He venido a traer fuego a
la tierra y qué quiero sino que arda” (Lc 12, 49).
EN LA ÓRBITA DEL SOL
EUCARÍSTICO
En momentos de fuerte sufrimiento moral, de soledad, duda o confusión, la
mayoría de nosotros, si no todos, sentimos una atracción especial hacia Cristo
Eucaristía. Y es que Cristo está allí realmente presente en el Sagrario y como
Dios que es, nos conoce y nos llama.
Para eso se quedó con nosotros, para ser compañero de camino, consuelo,
alimento, luz y guía. La experiencia nos demuestra cómo después de esas visitas
al Santísimo salimos de la capilla en paz. Tantas veces llegamos con el
espíritu descompuesto y rebelde y después de quince minutos frente a Él
recobramos la paz. No hicimos nada, simplemente estuvimos en su presencia, “expuestos al Sol”. Y Él hizo su labor. Sólo
necesitaba tenernos delante, rendidos con fe en su presencia, como la
hemorroísa: “Con que toque la orla de tu manto
quedaré sana…” (cf Mt 9,21). No es magia, es la fuerza transformante del
amor de Dios.
En muchos libros y predicaciones, al hablar de la unión con Dios y de la
búsqueda de la perfección, se insiste en los medios que el hombre debe poner
para lograr progreso espiritual: los actos de piedad, los ejercicios
espirituales, los métodos de oración, etc. y da la impresión de que la acción
de Dios se deja en segundo lugar. Pero el progreso en la oración es gracia, don
de Dios. La acción principal es la que pone Dios. El “espíritu
que da vida” (1 Cor 15,49) es Él, y a Él lo recibimos por los
sacramentos que son la fuente de la vida espiritual.
ALIMENTO ESPIRITUAL
Al comer, el sistema digestivo transforma el alimento en nuestro mismo cuerpo.
En el caso de la Eucaristía, al recibirla como alimento es Cristo quien nos
transforma en sí mismo. Nos va haciendo como Él.
Para hablarnos de la unión con Él, Cristo nos propone la parábola de la vid y
los sarmientos (cf Jn 15, 1-8) Para visualizar la imagen, ayudan los iconos que
representan esta parábola. Se ve cómo la cepa, que es Cristo, alimenta los
sarmientos con su savia. Esa savia, energía o vida que nos transmite la hostia
consagrada lo hace en virtud de la presencia real de Cristo en ella, en cuerpo,
alma y divinidad. Allí está Cristo entero escondido con todo su poder de Dios.
(cf. Catecismo 1374)
Cuando comemos su cuerpo y bebemos su sangre, crece su presencia espiritual en
nosotros, el amor va creciendo, nos va transformando y modelando, haciéndonos
más y más semejantes a Él, manteniéndonos en vida espiritual.
La Eucaristía es vida, es “el pan vivo bajado del
cielo” (Jn 6, 51) “Si no comiereis la carne
del Hijo del hombre y no bebiereis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn
6,54). “Mi carne verdaderamente es comida, y mi
sangre verdaderamente es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre mora en
mí y yo en él (Jn 6,56-57).
CUANTO MÁS NOS EXPONGAMOS
AL CALOR DEL SOL, MEJOR
El maestro de oración es Cristo, aquel a quien buscamos en la oración es a
Cristo. Por eso, si queremos mejorar nuestra comunicación con Dios lo mejor que
podemos hacer es frecuentar a Cristo Eucaristía, visitarle y recibir la
comunión. Hacer la meditación diaria en su presencia es excelente opción. Y
así, poco a poco, será más grande nuestra unión con Él, toda nuestra persona se
irá modelando conforme a Su imagen. Este es el poder de la oración ante Cristo
Eucaristía.
“Podría decirse que la vida eucarística conduce a una transformación de toda
la sensibilidad, permitiendo la aparición de los sentidos espirituales: la
vista se transforma por la contemplación, el gusto se hace capaz de percibir
las realidades espirituales y la dulzura de Dios, el olfato siente el aroma de
la divinidad.”
(cfr.
Teología espiritual, Charles André Bernard)
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