RAHBAR, FRAILE FRANCISCANO: «CAMBIABA LETRA POR LETRA PARA QUE NO ME DESCUBRIERAN»
"Llevar un Evangelio o una Biblia en Irán
equivale a llevar seis kilos de heroína. No sé quién dejó este libro tirado en
la calle aquel día. Pero este libro cambió mi vida", comenta el
franciscano André Marie Rahbar.
"Nací en una
ciudad donde todo el mundo era musulmán. No
había cristianos. Nací en una familia que ni siquiera creía en
Dios, eran ateos. Hasta los 13 años fui un niño que jugaba en la
calle, que iba a la escuela y al que no le interesaba Dios ni la
religión", comenta el fraile franciscano
André Marie Rahbar.
El iraní ha ofrecido su impresionante
testimonio en la XXI Convención General de la
Comunidad Magnificat, que se ha celebrado en Chianciano Terme, en la provincia
de Siena (Italia). "Hace 22
años conocí a una persona llamada Jesucristo. ¿Dónde? En Irán, en la ciudad de Tabriz, que es famosa por sus alfombras
persas", añade.
ENCUENTRO
CON "AQUEL LIBRO"
El futuro franciscano era todavía
pequeño cuando encontró tirado en la calle algo que le cambiaría la vida.
"Un día, camino del colegio, tendría 12 o 13 años, encontré un libro en el
suelo. Por curiosidad, lo cogí y ponía: 'Evangelio de
Jesucristo'. Era algo muy extraño. ¿Quién era Jesús? ¿qué era el
Evangelio?, me preguntaba", explica Rahbar.
Abrió aquel libro y empezó a leer
el Evangelio de San Mateo. Al principio le pareció aburrido pero, poco a poco,
se fue desatando su interés. "Llegué a unas
páginas que eran las bienaventuranzas. 'Bienaventurados los pobres'. Todos
sabemos lo que es la pobreza, y también la vemos. Cuanto más avanzaba, más
interesante se volvía este Jesús. Era la primera vez que oía
que los pobres eran bienaventurados, al igual que los tristes",
asegura.
André estaba a punto de leer algo
realmente impactante. "Por primera
vez oía que había que rezar por nuestros enemigos. Digo esto porque, para vosotros, es más normal, habéis
crecido en una sociedad cristiana. Pero, en nuestra sociedad, eso no
existía", explica.
Pero aquellas enseñanzas le iban
a acarrear muchos problemas con su familia. Rahbar devoraba la Biblia día y
noche sin parar. "Aún hoy, este libro está
prohibido en mi país. Llevar un Evangelio o una Biblia equivale a
llevar seis kilos de heroína. No sé quién dejó este libro en la
calle aquel día. Pero este libro cambió mi vida", asegura.
André iba a descubrir que ese
mismo libro había cambiado la vida de muchas otras personas en el mundo. Su
familia, mientras, le seguía haciendo la vida imposible. "Me decían que eran cuentos, palabras que tenían
2000 años, que no me rompiera el cerebro con esas tonterías. Pero, yo no
podía, la persona que encontré en aquel libro hablaba del amor. Después de 22
años no puedo explicar lo que sentí, sólo puedo decir que Jesús estaba cerca de
mí, lo sentí y percibí su presencia", relata fray André.
Rahbar estaba descubriendo en su
corazón que Jesús existía de verdad. Aunque su familia seguía sin entenderlo.
Hasta el punto de que decidieron llevarlo al psicólogo. Su padre optó directamente por romper el libro, pero André no se rindió. Con el dinero que le daba su padre cada mañana
para pagar el transporte a la escuela, el joven prefirió tener que caminar y
gastarse ese dinero en buscar el libro por toda la ciudad, para comprarlo de
nuevo.
El padre del futuro fraile
católico no aceptaba la presencia de aquel "objeto"
en su casa. Sin embargo, cuantas más
veces lo hacía desaparecer, más veces lo volvía a comprar el joven André. Quien, de camino a la escuela, rezaba siempre
mirando al cielo, convencido de estar hablando con "nuestro
Padre que está en los cielos".
'Por primera vez oí que
había que rezar por nuestros enemigos', comenta
Rahbar.
Las oportunidades de encontrarse
con el libro de nuevo se iban reduciendo. Un día el librero le dijo a André que
ya no tenía más ejemplares y, a la par, su padre, le comentó que ya no le daría
más dinero, que le entregaría nada más que el billete para ir al colegio. Así que el niño decidió vender los billetes y
comprar aquel último Evangelio que quedaba. Para resguardar ese último
ejemplar, André tuvo que idear algo brillante.
"A menudo iba
a la biblioteca cercana a mi escuela para leer el Evangelio, sobre todo cuando
era invierno", comenta el fraile. Y,
entonces, para proteger el libro, pensó que sería mejor
donarlo a la biblioteca. El encargado, que no sabía muy bien que se
trataba de un libro prohibido, lo cogió agradecido, le puso el sello de la
biblioteca y le preguntó al joven si quería algo más. André le dijo que quería
en préstamo el libro que le acababa de entregar.
SIN
CASA Y ENTRADA EN PRISIÓN
El joven volvía a casa cada tarde
pero pasaba las noches sin su libro, por lo que no paraba de llorar. "Tenía celos de este libro, en él había encontrado
la luz", comenta. André no podía mantenerse alejado mucho tiempo de
aquel libro y, como no siempre podía ir a la biblioteca, decidió
escribir y copiar los 27 libros del Nuevo Testamento. Para
que no le descubriera su familia, aprendió alfabeto armenio y fue sustituyendo
cada letra persa por letras en armenio. "Fue
una obra del Espíritu Santo", asegura.
"Sin embargo, no era posible
llevar conmigo siempre los casi 30 cuadernos en los que había copiado el Nuevo
Testamento, así que le pregunté a Jesús lo que debía hacer y me dijo: 'Tienes que vivir el Evangelio, no tienes solo que leerlo. Si tú vives el Evangelio tendrás la luz en tu
interior, no en tu bolsillo'. Este fue el gran punto revolucionario de mi vida:
el Señor abrió otra ventana delante de mí", explica.
Pasaron dos años de aquel primer
encuentro con el libro y, por fin, André descubrió una iglesia en la capital, a
800 kilómetros de su ciudad, que era pentecostal. "Hice un camino de casi siete años para llegar a recibir el Bautismo", comenta el franciscano.
A partir de ese momento, de esa
decisión, se iban agravar todos los problemas para André. Su familia le echó de casa y tuvo muchos conflictos con la Policía.
A los 16 años lo metieron incluso en la cárcel y, tras 15 años de
preparación, recibió la Primera Comunión. "Estoy
contando toda una vida, que fue difícil pero bellísima", explica el
fraile.
Después de todas estas
dificultades y presiones sufridas en sus propias carnes, el joven empezó a preguntarse por qué había tanta persecución contra los cristianos en Oriente. Y,
mientras todo esto sucedía, maduraba en él la semilla de la vocación.
"He visto una
luz y esa luz es precisamente el Evangelio de Jesús. He decidido seguirla como
los pastores siguieron a la estrella", relata.
Cuando hizo su primera profesión, André y sus compañeros recibieron una carta
del Papa Francisco: "Entre las cosas que
escribió, la frase que más me impactó fue que el mundo necesitaba nuestra
sonrisa". "Yo soy fruto de las oraciones de personas
que, como tú, han rezado por mí", concluye el
franciscano.
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