miércoles, 9 de noviembre de 2022

CARTA A SU EMINENCIA REVERENDÍSIMA

Eminentísimo y Reverendísimo Cardenal Hollerich:

Estoy terriblemente preocupado por la salvación de su almaPero mientras sigamos caminando, Su Eminencia, por este valle de lágrimas, estamos a tiempo. El día y la hora en que Dios nos llame a su presencia y nos juzgue por nuestros pecados nadie lo sabe. Por eso es importantísimo estar preparado y en gracia de Dios, no vaya a ser que fallezca Su Eminencia en pecado mortal y vaya de cabeza al infierno. Y leyendo sus afirmaciones en el L’Osservatore Romano, está usted en serio peligro de condenación eterna.

Ya, ya sé que usted se cree que todo el mundo va al cielo y que el infierno está vacío o, simplemente, no existe. Lo dice usted mismo: «En el Reino de Dios ninguno está excluido: ni siquiera los divorciados vueltos a casar, ni siquiera los homosexuales, todos. El Reino de Dios no es un club exclusivo. Abre sus puertas a todos, sin discriminaciones».

Perdóneme usted, pero yo no soy cura ni teólogo. Pero mi abuela me enseñó el Catecismo del P. Astete, que era jesuita como usted. Y desde finales del siglo XVI, ese cuadernito del P. Astete sirvió para enseñar la doctrina cristiana a millones de hispanohablantes.

¿Qué dice el Astete sobre el infierno, Eminencia?

P.: ¿Pues hay más de un Infierno?

R: Hay cuatro y se llaman: Infierno de los condenados, Purgatorio, limbo de los niños y limbo de los Justos o Seno de Abraham.

P.: ¿Y qué cosas son?

R: El Infierno de los condenados es el lugar a donde van los que mueren en pecado mortal, para ser en él eternamente atormentados; el Purgatorio es el lugar a donde van las Almas de los que mueren en gracia, sin haber enteramente satisfecho por sus pecados para ser allí purificadas con terribles tormentos; el limbo de los niños es el lugar a donde van las Almas de los que antes del uso de la razón mueren sin el Bautismo; y el de los Justos o seno de Abraham, el lugar adonde, hasta que se efectuó nuestra Redención, iban las Almas de los que morían en gracia de Dios, después de estar enteramente purgadas, y el mismo a que bajó Jesucristo real y verdaderamente.

P.: Y antes del fin del mundo, ¿serán los hombres juzgados?

R: Si, Padre, a todos al fin de su vida juzgará y sentenciará el Señor: a los buenos a gozar eternamente de Dios en la gloria; y a los malos a padecer eternos tormentos en el Infierno.

P.: ¿Cuántos son los Novísimos?

R: Cuatro, es a saber: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.

P.:¿Qué es la Gloria?

R.: Un estado perfectísimo, en el cual se hallan todos los bienes sin experimentarse mal alguno; como en el Infierno se hallan todos los males sin experimentarse bien alguno.

P.: Y para libertarnos de éste y conseguir aquélla, ¿qué hemos de ejecutar?

R: Guardar los Mandamientos.

P.: ¿Y hay algunos medios conducentes para que con mayor facilidad podamos guardar éstos y preservarnos de faltar a ellos?

R: Sí, Padre.

P.: ¿Cuáles son?

R: La frecuencia de los Santos Sacramentos, el ofrecer a Dios las obras por la mañana, el oír Misa todos los días y rezar el Rosario a la Santísima Virgen, la lección espiritual, la meditación, el examen de la conciencia por las noches y, por decir uno que abraza muchos, elegir un Confesor sabio, virtuoso y prudente y sujetarse a él en todo.

Pero el gran problema de su eminencia es el sexto mandamiento: no fornicar. Dice el Astete:

P.: ¿Cuál es el sexto?

R: No fornicar.

P.: ¿Qué se manda en este Mandamiento?

R: Que seamos limpios y castos en pensamientos, palabras y obras.

P.: ¿Quiénes pecan mortalmente contra este Mandamiento?

R.: Los que advertidamente se deleitan en pensamientos impuros, aunque no los pongan ni deseen poner por obra; los que hablan y cantan cosas torpes o con complacencia las oyen; y los que consigo mismo o con otros tienen tocamientos o acciones deshonestas o las desean ejecutar.

Quien mantiene relaciones sexuales fuera del matrimonio, sean estas homosexuales o heterosexuales, peca mortalmente. Pero Su Eminencia pretende bendecir a las parejas homosexuales, cuyo pecado clama al cielo. Pretende Su Eminencia que el mal está bien y que él y quienes piensan como él pueden cambiar arbitrariamente la doctrina que la Iglesia ha predicado siempre y en todas partes. Porque su eminencia peca de antropolatría: se creen Su Eminencia y los secuaces de la nueva iglesia del nuevo paradigma que ellos son dios y que le pueden enmendarle la plana a la mismísima Santísima Trinidad: a Dios Padre que le dio los Diez Mandamientos a Moises; a Cristo, Dios Hijo, que dijo aquello de que quien mira a una mujer deseándola, ya comete adulterio (Mt. 5, 27-32); y al Espíritu Santo que nos ha revelado la Verdad de la fe y con ella, la Doctrina de la Santa Madre Iglesia. Pero Su Eminencia se cree que puede renovar la Iglesia y su doctrina para abrazarse con el Mundo.

Seguramente a Su Eminencia se le ha olvidado que los tres enemigos del alma son el mundo, el demonio y la carne. Y que la Virgen de Fátima les reveló a los pastores que «la mayoría de los que se condenan es por los pecados de la carne».

Dice el Catecismo del P. Astete, sj,:

LOS ENEMIGOS DEL ALMA, DE QUE HEMOS DE HUIR, SON TRES

El primero es el Mundo. El segundo, el Demonio. El tercero, la Carne.

P.: ¿Quién es el Mundo?

R: Son los hombres mundanos, malos y perversos.

P.: ¿Quién es el Demonio?

R: Es un Ángel, que, habiéndolo criado Dios en el Cielo, por haberse rebelado contra su Majestad, con otros muchos, le precipitó en los Infiernos con los compañeros de su maldad, que llamamos Demonios.

P. :¿Quién es la Carne?

R: Es nuestro mismo cuerpo con sus pasiones y malas inclinaciones.

P.: ¿Cómo se vence y huye del mundo?

R: Éste se huye y vence con menosprecio de sus pompas y vanidades.

P.: ¿Cómo se vence y huye del demonio?

R: Con oración y humildad.

P.: ¿Cómo se vence y huye de la carne?

R: Esta se huye y vence con asperezas, disciplinas y ayunos; éste es el mayor enemigo, porque la carne no la podemos echar de nosotros; al mundo y al Demonio, Sí.

El P. Astete era jesuita. Su Eminencia Reverendísima, también. Yo soy un pobre ignorante, pero mi abuela me enseñó la doctrina de la Iglesia con el catecismo del P. Astete. Tal vez Su Eminencia debería repasarlo. Si no, podría ser que usted cayera en herejía por predicar lo contrario de lo que la Iglesia ha predicado durante más de dos mil años. Y puede usted condenarse a las penas del infierno.

Creer que uno mismo es Dios y que puede enmendarle la plana al Señor es un pecado muy grave. A Su Eminencia y a mí nos queda medio telediario para encontrarnos cara a cara con nuestro Creador y Señor y afrontar nuestro juicio particular. Estamos a tiempo de convertirnos, confesarnos y seguir la doctrina de los santos, doctores y pontífices santos, que nos han explicado el camino seguro para nuestra salvación.

Le ruego que no escandalice a los sencillos.

«Pero al que escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del mar» (Mt, 18,6 ss).

Y aprovechando que es Su Eminencia el relator del Sínodo, le hago una aportación para que la Iglesia salga de este invierno en el que se encuentra tiritando: yo le propongo recuperar el Catecismo del P. Astete y enseñar con él la doctrina de la Iglesia a los niños. Un creyente que haya estudiado el Astete hace cuarenta o cincuenta años sabe más de teología, según se ve, que los obispos alemanes y centroeuropeos que pretenden, como Su Eminencia, bendecir las parejas homosexuales, acabar con el celibato sacerdotal u ordenar sacerdotisas. Volvamos al Astete en las parroquias y dejémonos de «pinta y colorea», de buenismo, de ideologías ecologistas, LGTBI, feministas, pacifistas y antimilitaristas. Alejémonos de Agendas 2030, del Foro de Davos, de los designios de las Logias Masónicas, de la ONU y de sus agencias. Las utopías que plantean las ideologías son grandes mentiras. El hombre no puede hacer mejor el mundo porque está herido por el pecado. El progreso es un falso mito de los revolucionarios. Nunca habrá un mundo feliz y perfecto en este mundo. El mundo maravilloso que nos venden las ideologías es un timo. Solo Cristo puede acabar con el pecado del mundo y redimirnos y salvarnos del mal. Solo Dios: no nosotros. Y la única felicidad que merece la pena es la visión beatífica de Dios en el cielo. 

QUIEN AMA A DIOS, CUMPLE SUS MANDAMIENTOS.

P.: Decid, ¿cuál es el primer Mandamiento de la ley de Dios?

R: Amar a Dios sobre todas las cosas.

P.: ¿Quién ama a Dios?

R: El que guarda sus Mandamientos.

P.: ¿Qué es amarle sobre todas las cosas?

R: Querer antes perderlas todas que ofenderle.

P.: ¿A qué más nos obliga este Mandamiento?

R: A adorarle a Él solo con suma reverencia de cuerpo y alma, creyendo y esperando en Él con Fe viva.

P.: ¿Quién peca contra esto?

R: El que adora o cree en ídolos o dioses falsos; el que cree alguna cosa contra la fe o duda de alguno de sus misterios o ignora los necesarios; el que no hace, cuando está obligado, Actos de Fe, Esperanza y Caridad, o desconfía de la misericordia de Dios o recibe indignamente algún Sacramento.

Conversión y penitencia. Arrepintámonos todos de nuestros pecados, confesémonos, recemos el rosario, participemos en la Santa Misa y dejémonos santificar por el Señor. 

Dios le bendiga y le haga santo y le libre de todo mal de cuerpo y alma,

Pedro L. Llera Vázquez

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