NOBUO FUJITA. EL SAMURÁI SOLITARIO QUE BOMBARDEÓ AMÉRICA
Entre las más extravagantes aventuras de la II Guerra Mundial está la
del aviador japonés Nobuo Fujita, que, despegando desde un submarino, trató de
incendiar a bombazos los bosques de Oregón en el único ataque aéreo que ha
sufrido el territorio continental de EE UU hasta el 11-S.
Cuando
aquella mañana del 9 de septiembre de 1942 el sargento especialista y aviador
de la Armada Imperial japonesa Nobuo Fujita, de 31 años, trepaba a la carlinga
de su aeroplano, con cierta dificultad, pues ceñía espada de samurái, era muy
consciente de que estaba haciendo historia.
El
problema era que no podían acercase con un portaaviones a las costas americanas
sin correr el grandísimo riesgo de que fuera hundido. Así que si el único barco
que se podía acercar lo suficiente era un submarino: ¿por
qué no llevar un avión transportado en un submarino?
Era una
cuestión más complicada de lo que hoy parece, el piloto Nobuo Fujita, quien,
desde un submarino porta-aviones I-25, tecnología usada por Japón, tenía que
transportar un hidroavión desarmado en el sumergible y en menos de una hora
instalar la catapulta de lanzamiento en la cubierta para lanzar el avión
totalmente listo.
De esta
manera, fue lanzado desde el mar para acercarse hasta 80 kilómetros del
objetivo, partiendo en su hidroavión Yokosuka E 14 y llegar hasta las costas de
Oregon donde lanzó bombas incendiarias sobre el bosque y llegó a tocar un
objetivo militar.
Pero en
realidad... nada de eso causó un real daño, su nave, que permitía un piloto y
un navegante de reconocimiento -- Shoji Okuda, quien moriría en acciones
futuras, era más parecida a un planeador que a un bombardero, y en cuanto a
daños a la instalación militar, sólo se trató de la destrucción de una cancha
de baloncesto.
Vecinos
del pueblecito de Brookings y guardabosques siguieron con lógica preocupación
las evoluciones del avioncito japonés, y se dio la alarma, incluso al FBI.
En cada
una de sus dos excursiones sobre territorio yanqui lanzó seis bombas de 76 kg,
que dispersaban 520 bolitas incendiarias en un área de 90 m2. Y como dijimos
antes por suerte nada de daños mayores.
Pero la
hazaña, en realidad fue Fujita y su copiloto, pudiesen salir con vida y llegar
hasta el submarino nuevamente, para volver a lanzar el avión la mañana
siguiente y volver a atacar.
La parte
bonita de la historia de Fujita viene después de la guerra (en la que continuó
volando desde submarinos hasta que en 1944 le transfirieron al adiestramiento
de kamikazes, un destino sin mucho futuro). En 1962, el viejo piloto
reconvertido en comerciante de metales recibió una invitación para viajar a
Brookings.
Temiendo
que fuera para juzgarle por crímenes de guerra, se llevó su espada, por si
había que hacerse el haraquiri.
Con gran
sorpresa por su parte, le recibieron con simpatía.
Tanta,
que decidió regalar al pueblo el sable de su familia -el que llevó en sus
vuelos-, que se exhibe en el Ayuntamiento de la localidad.
Fujita
regresó varias veces al pueblo, del que fue nombrado ciudadano honorario, e
incluso volvió a volar sobre los parajes de su ataque y plantó un árbol -un
retoño de secuoya- en el lugar exacto donde cayó una de sus bombas. En 1997,
cuando Fujita murió de cáncer de pulmón, su hija Yoriko enterró parte de sus
cenizas entre los bosques que el samurái aviador quiso un día incendiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario