domingo, 27 de noviembre de 2022

BENDIGAMOS LAS CASAS

 El otro día vino un sacerdote a bendecir mi casa y, aunque no tengo mucho tiempo, me gustaría dejar por escrito cinco reflexiones rápidas antes de que las olvide.

1) Quien encuentra un sacerdote con fe y con celo, encuentra un tesoro. Qué gran regalo nos ha hecho Dios con el sacerdocio. Si un cáliz sagrado es precioso por estar consagrado al Señor, mucho más lo será un hombre ungido para hacer presente al mismo Cristo entre nosotros. Recemos por los sacerdotes, seamos cariñosos con ellos, ayudémoslos en todo lo que podamos y demos continuamente gracias por ellos a Dios.

2) La bendición de las casas es un rito precioso, que no debemos perder de ninguna manera, especialmente en esta época en que las familias están tan amenazadas y en que fácilmente entran demonios en los hogares, especialmente a través de la televisión. ¿Qué puede haber mejor para nuestras familias que recibir en su seno la bendición de Dios? Benditas bendiciones que tanto bien nos hacen.

3) Cuánto hemos perdido ya. El sacerdote utilizó para bendecir tanto agua bendita como sal bendecida. Esto último no recuerdo haberlo visto más que una vez en mi vida, pero es estupendo, teniendo en cuenta que el mismo evangelio nos propone la sal como signo de la vida cristiana en medio del mundo. Que, en la práctica, la Iglesia haya dejado de usar la sal bendecida en el bautismo y las bendiciones no se puede considerar más que un empobrecimiento. Además, el sacerdote mezcló oraciones del nuevo bendicional y de uno antiguo y, sin excepción, los textos antiguos eran más profundos, piadosos, sustanciosos y a la vez concretos que los nuevos, que adolecían de un cierto buenismo insípido y etéreo. Qué sabio fue Benedicto XVI al decir que era necesario que la liturgia antigua coexistiera con la moderna para enriquecerla y hacerla verdaderamente tradicional.

4) Los sacramentales son magníficos. El agua y la sal benditas son tesoros de la Iglesia y manifestación de su naturaleza intrínsecamente sacramental. El desprecio de que tantos sacerdotes y laicos modernos sienten por esos tesoros es una muestra de la pobreza de su catolicismo, la superficialidad de su teología y el complejo de inferioridad ante el mundo moderno que arrastran. Dios no deje que se nos contagien esos virus mundanos y nos dé el gusto por las cosas católicas que han tenido todos los santos. Decía la gran santa de Ávila que “no hay nada como el agua bendita para hacer huir a los demonios y evitar que regresen” y se asombraba de “ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que así se pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia con lo que no es bendito”.

5) Todo párroco debería empeñarse en visitar una por una todas las casas de su parroquia. Sí, todas y una por una. Son familias que se le han confiado a él personalmente y no debería presentarse ante Dios sin haber hecho al menos el intento de visitarlas en sus casas. También las familias que no sean católicas. Mejor dicho, especialmente las familias no católicas, que son esas ovejas perdidas que el Señor les pidió especialmente que fueran a buscar donde se encontrasen. Si al párroco en cuestión le cierran la puerta en las narices, les da la bendición a través de ella, da gracias a Dios por haber sufrido ese pequeño desprecio y continúa con la siguiente. En el caso de las familias católicas, practicantes o alejadas, la bendición de la casa es el motivo o la excusa perfecta: a todo el mundo le gusta que le bendigan su casa. A muchos fieles no se les ocurre, porque no se habla de ello en las parroquias, pero la mayoría estarán encantados si el párroco se lo propone.

Soy consciente de que no es fácil llegar a todas las casas de una parroquia, pero se puede hacer, con el celo por anunciar el evangelio que movió a los apóstoles a ir al fin del mundo. Como tanto se decía antes (y desgraciadamente se ha dejado de decir), Cristo quiere reinar en todos los hogares. Estoy convencido de que los frutos de llevarles la bendición de Dios serán inmensos, porque Dios recompensará con creces esa preocupación por todas sus ovejas. El sacerdote que bendijo mi casa venía de ochenta kilómetros de distancia y nosotros ni siquiera somos parroquianos suyos. Ya sé, ya sé que hay parroquias muy grandes en las que quizá visitar tantos miles de casas no sea del todo humanamente posible, pero, en esos casos, si el sacerdote en cuestión se muere en la tarea, sin haber conseguido visitarlas todas, se le convalidan las que le falten.

Bruno

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