El otro día vino un sacerdote a bendecir mi casa y, aunque no tengo mucho tiempo, me gustaría dejar por escrito cinco reflexiones rápidas antes de que las olvide.
1) Quien encuentra un sacerdote con fe y con
celo, encuentra un tesoro. Qué gran
regalo nos ha hecho Dios con el sacerdocio. Si un cáliz sagrado es precioso por
estar consagrado al Señor, mucho más lo será un hombre ungido para hacer
presente al mismo Cristo entre nosotros. Recemos por los sacerdotes, seamos
cariñosos con ellos, ayudémoslos en todo lo que podamos y demos continuamente
gracias por ellos a Dios.
2) La bendición de las casas es un rito precioso, que no debemos perder de ninguna manera, especialmente en esta época
en que las familias están tan amenazadas y en que fácilmente entran demonios en
los hogares, especialmente a través de la televisión. ¿Qué
puede haber mejor para nuestras familias que recibir en su seno la bendición de
Dios? Benditas bendiciones que tanto bien nos hacen.
3) Cuánto hemos perdido ya. El sacerdote utilizó para
bendecir tanto agua bendita como sal bendecida. Esto último no recuerdo haberlo
visto más que una vez en mi vida, pero es estupendo, teniendo en cuenta que el
mismo evangelio nos propone la sal como signo de la vida cristiana en medio del
mundo. Que, en la práctica, la Iglesia haya dejado de usar la sal bendecida en
el bautismo y las bendiciones no se puede considerar más que un
empobrecimiento. Además, el sacerdote mezcló oraciones del nuevo bendicional y
de uno antiguo y, sin excepción, los textos antiguos eran más profundos,
piadosos, sustanciosos y a la vez concretos que los nuevos, que adolecían de un
cierto buenismo insípido y etéreo. Qué sabio fue Benedicto XVI al decir que era
necesario que la liturgia antigua coexistiera con la moderna para enriquecerla
y hacerla verdaderamente tradicional.
4) Los sacramentales son magníficos. El agua y la sal benditas son tesoros de la Iglesia y manifestación de
su naturaleza intrínsecamente sacramental. El desprecio de que tantos
sacerdotes y laicos modernos sienten por esos tesoros es una muestra de la
pobreza de su catolicismo, la superficialidad de su teología y el complejo de
inferioridad ante el mundo moderno que arrastran. Dios no deje que se nos
contagien esos virus mundanos y nos dé el gusto por las cosas católicas que han
tenido todos los santos. Decía la gran santa de Ávila que “no hay nada como el agua bendita para hacer huir a los
demonios y evitar que regresen” y se asombraba de “ver que tengan tanta fuerza aquellas palabras, que así
se pongan en el agua, para que sea tan grande la diferencia con lo que no es
bendito”.
5) Todo párroco debería empeñarse en visitar una por una todas las casas de
su parroquia. Sí, todas y una por una. Son
familias que se le han confiado a él personalmente y no debería presentarse
ante Dios sin haber hecho al menos el intento de visitarlas en sus casas.
También las familias que no sean católicas. Mejor dicho, especialmente las
familias no católicas, que son esas ovejas perdidas que el Señor les pidió
especialmente que fueran a buscar donde se encontrasen. Si al párroco en
cuestión le cierran la puerta en las narices, les da la bendición a través de
ella, da gracias a Dios por haber sufrido ese pequeño desprecio y continúa con
la siguiente. En el caso de las familias católicas, practicantes o alejadas, la
bendición de la casa es el motivo o la excusa perfecta: a todo el mundo le
gusta que le bendigan su casa. A muchos fieles no se les ocurre, porque no se
habla de ello en las parroquias, pero la mayoría estarán encantados si el
párroco se lo propone.
Soy consciente de que no es fácil llegar a todas
las casas de una parroquia, pero se puede hacer, con el celo por anunciar el evangelio que movió a los apóstoles a ir al fin del mundo.
Como tanto se decía antes (y desgraciadamente se ha dejado de decir), Cristo
quiere reinar en todos los hogares. Estoy convencido de que los frutos de
llevarles la bendición de Dios serán inmensos, porque Dios recompensará
con creces esa preocupación
por todas sus ovejas. El sacerdote que bendijo mi casa venía de ochenta
kilómetros de distancia y nosotros ni siquiera somos parroquianos suyos. Ya sé,
ya sé que hay parroquias muy grandes en las que quizá visitar tantos miles de
casas no sea del todo humanamente posible, pero, en esos casos, si el sacerdote
en cuestión se muere en la tarea, sin haber conseguido visitarlas todas, se le
convalidan las que le falten.
Bruno
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