Eminentísimo y Reverendísimo Cardenal Hollerich:
Estoy terriblemente preocupado
por la salvación de su alma. Pero
mientras sigamos caminando, Su Eminencia, por este valle de lágrimas, estamos a
tiempo. El día y la hora en que Dios nos llame a su presencia y nos juzgue por
nuestros pecados nadie lo sabe. Por eso es importantísimo estar preparado y en
gracia de Dios, no vaya a ser que fallezca Su Eminencia en pecado mortal y vaya
de cabeza al infierno. Y leyendo sus afirmaciones en el L’Osservatore Romano, está usted en
serio peligro de condenación eterna.
Ya, ya sé que usted se
cree que todo el mundo va al cielo y que el infierno está vacío o, simplemente,
no existe. Lo dice usted mismo: «En el Reino de
Dios ninguno está excluido: ni siquiera los divorciados vueltos a casar, ni
siquiera los homosexuales, todos. El Reino de Dios no es un club exclusivo.
Abre sus puertas a todos, sin discriminaciones».
Perdóneme usted, pero yo no soy
cura ni teólogo. Pero mi abuela me enseñó el Catecismo del P. Astete,
que era jesuita como usted. Y desde finales del siglo XVI, ese cuadernito del
P. Astete sirvió para enseñar la doctrina cristiana a millones de
hispanohablantes.
¿Qué dice el Astete
sobre el infierno,
Eminencia?
P.: ¿Pues hay más de un
Infierno?
R: Hay cuatro y se
llaman: Infierno de los condenados, Purgatorio, limbo de los niños y limbo de
los Justos o Seno de Abraham.
P.: ¿Y qué cosas son?
R: El Infierno de
los condenados es el lugar a donde van los que mueren en pecado mortal, para
ser en él eternamente atormentados; el Purgatorio es el lugar a donde van las
Almas de los que mueren en gracia, sin haber enteramente satisfecho por sus
pecados para ser allí purificadas con terribles tormentos; el limbo de los
niños es el lugar a donde van las Almas de los que antes del uso de la razón
mueren sin el Bautismo; y el de los Justos o seno de Abraham, el lugar adonde,
hasta que se efectuó nuestra Redención, iban las Almas de los que morían en
gracia de Dios, después de estar enteramente purgadas, y el mismo a que bajó
Jesucristo real y verdaderamente.
P.: Y antes del fin del
mundo, ¿serán los hombres juzgados?
R: Si, Padre, a
todos al fin de su vida juzgará y sentenciará el Señor: a los buenos a gozar
eternamente de Dios en la gloria; y a los malos a padecer eternos tormentos en
el Infierno.
P.: ¿Cuántos son los
Novísimos?
R: Cuatro, es a
saber: Muerte, Juicio, Infierno y Gloria.
P.:¿Qué es la Gloria?
R.: Un estado
perfectísimo, en el cual se hallan todos los bienes sin experimentarse mal
alguno; como en el Infierno se hallan todos los males sin experimentarse bien
alguno.
P.: Y para libertarnos
de éste y conseguir aquélla, ¿qué hemos de ejecutar?
R: Guardar los Mandamientos.
P.: ¿Y hay algunos
medios conducentes para que con mayor facilidad podamos guardar éstos y
preservarnos de faltar a ellos?
R: Sí, Padre.
P.: ¿Cuáles son?
R: La frecuencia de los Santos Sacramentos, el
ofrecer a Dios las obras por la mañana, el oír Misa todos los días y rezar el
Rosario a la Santísima Virgen, la lección espiritual, la meditación, el examen
de la conciencia por las noches y, por decir uno que abraza muchos, elegir un
Confesor sabio, virtuoso y prudente y sujetarse a él en todo.
Pero el
gran problema de su eminencia es el sexto mandamiento: no
fornicar. Dice el Astete:
P.: ¿Cuál es el sexto?
R: No fornicar.
P.: ¿Qué se manda en
este Mandamiento?
R: Que seamos
limpios y castos en pensamientos, palabras y obras.
P.: ¿Quiénes pecan
mortalmente contra este Mandamiento?
R.: Los que
advertidamente se deleitan en pensamientos impuros, aunque no los pongan ni
deseen poner por obra; los que hablan y cantan cosas torpes o con complacencia
las oyen; y los que consigo mismo o con otros tienen tocamientos o acciones
deshonestas o las desean ejecutar.
Quien mantiene relaciones
sexuales fuera del matrimonio, sean estas homosexuales o heterosexuales, peca
mortalmente. Pero Su Eminencia pretende bendecir a las parejas homosexuales,
cuyo pecado clama al cielo. Pretende Su Eminencia que el mal está bien y que él y quienes piensan como él pueden
cambiar arbitrariamente la doctrina que la Iglesia ha predicado siempre y en
todas partes. Porque su eminencia peca de antropolatría: se creen Su Eminencia y los
secuaces de la nueva iglesia del nuevo paradigma que ellos son dios y que le
pueden enmendarle la plana a la mismísima Santísima Trinidad: a Dios Padre que
le dio los Diez Mandamientos a Moises; a Cristo, Dios Hijo, que dijo aquello de
que quien mira a una mujer deseándola, ya comete adulterio (Mt.
5, 27-32); y al Espíritu Santo que nos ha revelado la Verdad de la fe y con
ella, la Doctrina de la Santa Madre Iglesia. Pero Su Eminencia se cree que
puede renovar la Iglesia y su doctrina para abrazarse con el Mundo.
Seguramente a Su Eminencia se le
ha olvidado que los tres enemigos
del alma son el mundo, el demonio y la carne. Y que la Virgen de Fátima les reveló a los
pastores que «la
mayoría de los que se condenan es por los pecados de la carne».
Dice el Catecismo del P. Astete, sj,:
LOS ENEMIGOS DEL ALMA,
DE QUE HEMOS DE HUIR, SON TRES
El primero es el Mundo.
El segundo, el Demonio. El tercero, la Carne.
P.: ¿Quién es el Mundo?
R: Son los hombres
mundanos, malos y perversos.
P.: ¿Quién es el
Demonio?
R: Es un Ángel,
que, habiéndolo criado Dios en el Cielo, por haberse rebelado contra su
Majestad, con otros muchos, le precipitó en los Infiernos con los compañeros de
su maldad, que llamamos Demonios.
P. :¿Quién es la Carne?
R: Es nuestro mismo
cuerpo con sus pasiones y malas inclinaciones.
P.: ¿Cómo se vence y
huye del mundo?
R: Éste se huye y
vence con menosprecio de sus pompas y vanidades.
P.: ¿Cómo se vence y
huye del demonio?
R: Con oración y
humildad.
P.: ¿Cómo se vence y
huye de la carne?
R: Esta se huye y
vence con asperezas, disciplinas y ayunos; éste es el mayor enemigo, porque la
carne no la podemos echar de nosotros; al mundo y al Demonio, Sí.
El P. Astete era jesuita. Su
Eminencia Reverendísima, también. Yo soy un pobre ignorante, pero mi abuela me
enseñó la doctrina de la Iglesia con el catecismo del P. Astete. Tal vez Su
Eminencia debería repasarlo. Si no, podría ser que usted cayera en herejía por
predicar lo contrario de lo que la Iglesia ha predicado durante más de dos mil
años. Y puede usted condenarse a las penas del infierno.
Creer que uno mismo es Dios y que
puede enmendarle la plana al Señor es un pecado muy grave. A Su Eminencia y a
mí nos queda medio telediario para encontrarnos cara a cara con nuestro Creador
y Señor y afrontar nuestro juicio particular. Estamos a tiempo de convertirnos,
confesarnos y seguir la doctrina de los santos, doctores y pontífices santos,
que nos han explicado el camino seguro para nuestra salvación.
Le ruego que no
escandalice a los sencillos.
«Pero al que
escandalice a uno de estos pequeños, más le vale que le cuelguen al cuello una
de esas piedras de molino que mueven los asnos y le hundan en lo profundo del
mar» (Mt, 18,6 ss).
Y aprovechando que es Su Eminencia
el relator del Sínodo, le hago una aportación para que la Iglesia salga de este
invierno en el que se encuentra tiritando: yo le propongo recuperar el Catecismo del P. Astete y
enseñar con él la doctrina de la Iglesia a los niños. Un creyente que
haya estudiado el Astete hace cuarenta o cincuenta años sabe más de teología,
según se ve, que los obispos alemanes y centroeuropeos que pretenden, como Su
Eminencia, bendecir las parejas homosexuales, acabar con el celibato sacerdotal
u ordenar sacerdotisas. Volvamos al Astete en las parroquias y dejémonos de «pinta y colorea», de buenismo, de ideologías
ecologistas, LGTBI, feministas, pacifistas y antimilitaristas. Alejémonos de
Agendas 2030, del Foro de Davos, de los designios de las Logias Masónicas, de
la ONU y de sus agencias. Las utopías que plantean las ideologías son grandes
mentiras. El hombre no puede hacer
mejor el mundo porque está herido por el pecado. El progreso es un
falso mito de los revolucionarios. Nunca habrá un mundo feliz y perfecto en
este mundo. El mundo maravilloso que nos venden las ideologías es un
timo. Solo Cristo puede acabar con
el pecado del mundo y redimirnos y salvarnos del mal. Solo Dios: no nosotros. Y
la única felicidad que merece la pena es la visión beatífica de Dios en el cielo.
QUIEN AMA A DIOS,
CUMPLE SUS MANDAMIENTOS.
P.: Decid, ¿cuál es el
primer Mandamiento de la ley de Dios?
R: Amar a Dios
sobre todas las cosas.
P.: ¿Quién ama a Dios?
R: El que guarda
sus Mandamientos.
P.: ¿Qué es amarle
sobre todas las cosas?
R: Querer antes
perderlas todas que ofenderle.
P.: ¿A qué más nos
obliga este Mandamiento?
R: A adorarle a Él
solo con suma reverencia de cuerpo y alma, creyendo y esperando en Él con Fe
viva.
P.:
¿Quién peca contra esto?
R: El que adora o cree en ídolos o dioses falsos; el que cree alguna
cosa contra la fe o duda de alguno de sus misterios o ignora los necesarios; el
que no hace, cuando está obligado, Actos de Fe, Esperanza y Caridad, o
desconfía de la misericordia de Dios o recibe indignamente algún Sacramento.
Conversión y penitencia. Arrepintámonos todos de
nuestros pecados, confesémonos,
recemos el rosario, participemos en la
Santa Misa y dejémonos santificar por el Señor.
Dios le bendiga y le haga santo y le libre de todo
mal de cuerpo y alma,
Pedro L. Llera
Vázquez
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