No hay recetas para estos momentos, solo dejar que el amor busque su propio camino.
Por: Luz Ivonne Ream | Fuente: Aleteia
Nos preparamos para casi todo en esta vida. Vamos a las mejores universidades
para sacar títulos profesionales de los más altos rangos y para lo único que seguro todos
experimentaremos -la muerte- no nos preparamos. Ni para enfrentar la muerte
personal ni la de un ser querido. ¿Pero
en realidad existirá eso de preparase para la muerte?
En mi
opinión, sí y no. Sí, cuando se vive en clave de eternidad,
es decir, con los ojos puestos en la vida eterna, en el cielo. El
encontrarte algún día con Dios, cara a cara, es la esperanza más hermosa con la
que podemos vivir.
Luego, ¿cómo prepararte para entregar a tu ser amado? También viviendo un desprendimiento profundo, sabiendo que todos los amores son prestados y despidiendo con gratitud por el tiempo compartido. Eso sí, este concepto lo entiende la cabeza, pero NO el corazón. Por eso duele tanto el decir adiós.
Lo que sí
me queda claro que un duelo se experimenta muy
distinto cuando se vive desde la gratitud y el amor, que cuando se vive desde
el miedo y los remordimientos. De cualquier manera, la muerte
siempre va a impresionar, a sorprender y a doler tanto como si te amputaran el
corazón. Luego pasa el tiempo y te das cuenta que un duelo vivido de forma
sana sirve para purificar y transformar corazones.
¿Pero qué es lo
que duele? ¿Acaso sólo la ausencia? Esa
espantosa sensación de un cuchillo traspasándote el alma es literal. Solo quien
ha sufrido pérdidas profundas podría expresarlo con palabras y, sobre todo,
entenderlo. Duele decir «adiós» (aunque para
los que creemos en la vida eterna sabemos que es un adiós esperanzador).
Duele la falta de su presencia.
Se extraña el olor de su persona. Se echan de menos las palabras y el tono de
su voz. Escuchar su canción te transporta a esos momentos en los que hoy
desearías que el tiempo regresara y se detuviera simplemente para mirarle, para
que con palabras silenciosas pudieras decirle una vez más cuánto le amabas…
pero ¿cómo saber que pronto partiría…?
Duelen los recuerdos y las
palabras no dichas; también duelen los pendientes no concluidos y los problemas
no resueltos; duelen los abrazos no dados, las caricias no recibidas y los
besos no robados; duelen los perdones no otorgados y los acercamientos
rechazados.
Duele el amor no aceptado, las
llamadas no regresadas y los mensajes no contestados. Duele su presencia no
presente, la impotencia de su ausencia… Quererle abrazar y no poder consolándote
con el recuerdo del último apretón que recibiste de ella.
Te quieres envolver en sus brazos
protectores y solo te puedes aferrar a la almohada empapada de tu dolor.
Quieres escuchar su voz, necesitas sus consejos y a lo lejos sólo escuchas su
recuerdo, porque no hay nadie que conteste o que dé respuesta a tanto
sufrimiento.
¿CÓMO HAGO PARA SEGUIR SIN TI?
Duele que
el mundo la olvide y que la huella de amor que dejó alguna vez se borre. Ciega
tanto el sufrimiento de una pérdida que el día se vuelve
noche; amaneces sin querer amanecer porque sabes que te espera un día más de
lágrimas, de ese dolor en el pecho que no te deja respirar. El llanto te ahoga,
vives sin vivir. Simplemente piensas, ¿ahora cómo hago para seguir
sin ti? Me quiero ir contigo
y no puedo… Sigo aquí sin seguir… Vivo sin vivir…
¿Y qué sigue después? Aprender a vivir de manera diferente, hacer
mío el dolor, tan mío que aprenda a vivir con él. Luego éste se transforma, el
sufrimiento cambia, todo adquiere un significado distinto.
Que si el
duelo tiene 5 o 6 etapas, dicen los expertos… Esas etapas de duelo fueron un
modelo que E. Kubler-Ross creó
mientras trabajaba con pacientes terminales de cáncer, es decir, las 5 etapas (negación, enojo, negociación, depresión y aceptación) es el proceso experimenta
una persona que va a morir y hoy en día es aplicado a todo proceso de duelo sin
distinción.
Pero cuando estás de luto, ¿de qué te sirve saber en qué etapa estás? Que me
digan en cuál de esas etapas te voy a dejar de extrañar; en cuál te voy a dejar
de sufrir, en cuál te dejaré de llorar cuando tu recuerdo se apodere de mí alma
y te quiera gritar con la impotencia de una hija huérfana que le reclama al
cielo, ¿por qué te fuiste, por qué me
dejaste? ¿En qué etapa se le deja de sufrir a un hijo o a ese hermano que no
merecía morir así?
Mientras comienzas a vivir ese
proceso escuchas frases de gente de buena voluntad que te suenan tan absurdas: «Ella ya está en un mejor lugar» y uno piensa por
dentro, «¡Pues no! Yo la quiero conmigo». Y
que tal esa de «Ya tienes otro angelito en el cielo
para cuidarte». ¿Ah sí? ¡Pues no! Yo no quiero otro angelito, ya tengo
uno. Yo le quiero a ella, aquí junto a mí, cuidándome aquí, abrazándome aquí.
O esa
frase que me pone los pelos de punta: «¡échale
ganas!» ¿Echarle ganas? ¿Cómo se le hace? Pujo para que salgan las
ganas, ¿o cómo? Neta, cómo echarle ganas si
lo que siento es querer morir junto con el que se fue. Esa es la sensación,
muerte en vida. Por eso, necesitamos
aprender a dejar vivir a cada quien su duelo como vayan pudiendo y solo
acompañemos, calladitos. En esos momentos el único que de verdad
consuela es Dios, si tienes fe.
Un duelo es tan personal y único
como estrellas hay en el firmamento. Cada pérdida es única y digna de ser
vivida de acuerdo a nuestras capacidades personales. Aquí lo único importante
es vivirlo tan profundamente como podamos, siempre de la mano de Dios.
Dicen que el tiempo todo lo cura y yo no estoy tan de acuerdo con eso.
El tiempo te enseña a vivir con la pérdida, pero no podemos hablar de curación
cuando el dolor que sentimos viene de un profundo amor. Además, sólo se cura lo que está
enfermo y el amor no es una enfermedad. Un duelo que viene del amor no necesita
curarse sino vivirse. Además, si el curar implica que te voy a dejar de
extrañar y de pensar, prefiero no curarme, porque tú vivirás mientras tu
recuerdo viva en mí.
Por qué somos tan
necios y no gozamos de la presencia de nuestros seres amados como si de verdad
hoy fuera su último día.
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