¿Qué se puede hacer para que los laicos conozcan su fe y establezcan una sólida relación con Jesús?
Por: Alejandra Sosa | Fuente: Desde la Fe
Como en el último domingo del ciclo litúrgico, que este año es el 20 de
noviembre de 2022, la Iglesia celebra la Solemnidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Rey del Universo (popularmente conocida como de ‘Cristo Rey’), suele pasar un poquito
desapercibido que ese día también se festeja el “Día
del Laico”, lo cual fue establecido en 2018, cuando el beato Anacleto
González Flores fue declarado patrono de los laicos mexicanos. Así que sería
bueno empezar a pensar en ello con anticipación.
La Iglesia llama ‘laicos’ a los bautizados que no participan del
estado clerical ni religioso, es decir, en lenguaje popular, que no son curas
ni monjes o monjas.
¿Qué sentido tiene
dedicarles un día? Probablemente la intención sea
agradecer y promover su presencia en la vida de la Iglesia: su asistencia a Misa y a otras celebraciones litúrgicas
y su participación en diversos servicios y ministerios laicales.
Qué bueno que se reconozca la
importancia de la presencia de los laicos en la Iglesia, ahora lo que urge es
hacer algo concreto y eficaz para mantener e incrementar esa presencia.
Esta semana me enteré de una
estadística alarmante. Más de la mitad de los miembros de otras denominaciones
religiosas son ex-católicos. Surge la pregunta: ¿qué
les pasó?, ¿por qué se fueron de la Iglesia?
Si uno se tomara el tiempo de
platicar con ellos descubriría que la gran mayoría tuvo la misma experiencia:
su familia era católica, pero sólo de nombre; si iban a Misa era por obligación
y sin saber a qué. En casa no hablaban de Dios ni rezaban ni leían la Biblia.
Los mandaron de chiquitos al catecismo, hicieron su Primera Comunión, e incluso
algunos se confirmaron, pero nunca tuvieron una relación personal con Jesús y
tampoco siguieron recibiendo formación. Al crecer olvidaron las razones de su
fe y ya siendo jóvenes o adultos alguien los invitó a algún servicio religioso
donde se vivía una fe muy animada, con cantos y prédicas, les dijeron sobre la
Iglesia mentiras que no supieron rebatir, y terminaron quedándose allí,
ignorando que habían abandonado a Jesús, Presente en la Eucaristía, para
conformarse con cantarle y oír hablar de Él.
¿Qué se puede hacer
para que los laicos conozcan su fe y establezcan una sólida relación con Jesús?
Ayudaría mucho que una vez al mes, mejor si fuera
más seguido, las familias pudieran reunirse para una hora de enseñanza,
adoración y convivencia.
Que en el rato dedicado al
aprendizaje, a los niños muy pequeños se les dieran colores y papel para
dibujar, y con títeres se les explicara el Evangelio o les contaran anécdotas
de los santos.
Que a los niños mayores se les
animara a memorizar textos bíblicos (para acumular en su mente y corazón un
tesoro del que podrían echar mano cuando lo necesitaran). Que se organizaran
competencias y juegos divertidos para familiarizarlos con la Biblia.
Que a los adolescentes se les
invitara a participar en la pastoral de caridad para encauzar su natural
compasión y permitirles conocer cuánto bien hace la Iglesia.
Que a los jóvenes se les enseñara
apologética, para que si van a la universidad y sus creencias son cuestionadas,
sepan defenderlas. Que se les preparara con debates y dándoles a leer textos de
santos y Padres de la Iglesia que respondan a su sed de conocimiento y a las
interrogantes que a esa edad suelen plantearse.
Y que los adultos recibieran
cursos de Biblia y temas del Catecismo aplicados a su vida.
Después de media hora de
enseñanza se podría tener un momento de adoración en silencio ante Jesús Sacramentado
para que cada uno lo contemplara, adorara y tuviera un encuentro personal con
Él.
Y por último podría haber un
ratito de convivencia para que pudieran relacionarse con miembros de otras
familias, hicieran amigos, formaran comunidad.
Qué gran manera de celebrar a los
laicos sería ayudarles a valorar lo que la Iglesia les ofrece, y que no
hallarán en ningún otro lugar: su confiable
autoridad; el encuentro personal con Jesús, Presente en la Eucaristía, y la
plenitud de la verdad.
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