Bueno, al menos, me alegro de que se haya logrado un diálogo entre el post y los comentarios. Así que voy a ofrecer alguna respuesta a lo dicho.
La mejor
comparación, me parece, es la que puse de entrar en el Templo de Salomón a solas. ¿Por qué entrar a solas, pudiendo entrar un grupo de
levitas?
¿Por qué Dios determinó que el sumo sacerdote penetrara sin nadie más en el Sancta
Sanctorum? La cuestión que planteo no es la
de la representatividad (él representa al pueblo), ¿sino
por qué a solas?
¿Por qué Jesús subió al Tabor solo
con tres apóstoles pudiendo subir con todos? ¿Por qué celebrar la
Última Cena solo con los Doce?
¿Ningún laico podría haber sido
preparado para el Sacramento?
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Efectivamente,
aquí no se trata de que todas las misas sean sine populo. Aquí no se trata de implantar una
práctica que suponga un perjuicio para
las misas parroquiales. Lo más normal es que esas misas puedan darse, con más
frecuencia, en comunidades religiosas o en determinadas ocasiones en la vida del
sacerdote secular: retiros, vacaciones, visitas a
la familia, visitas de un sacerdote a la parroquia. Tampoco se trata de
hacer de menos a la concelebración, modo de celebración que debe ser encarecido, es un modo al que hay que animar a participar en
él.
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Se ha
planteado la comparación con una cena, y la comparación me parece adecuada.
Pero por más que uno goce de las celebraciones con todos a la mesa, ¿resulta ilícito desear también una cena a solas? ¿Es lo mismo una cena con todos a la mesa (hijos,
abuelos, amigos) que una cena a solas con dos o tres personas? Sirva
como recordatorio que ya dije que la misa individual o misa sin pueblo no debe
ser una misa con nadie acompañando al sacerdote. Pero sí, no es lo mismo una
cena con Jesucristo y cincuenta personas, que una cena con solo dos o tres más
a la mesa. Repito que Jesús quiso una cena reducida en el caso de la Última
Cena, y más podrían haber sido preparados satisfactoriamente.
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Un
comentarista alegaba que la misa en la Iglesia primitiva era siempre
comunitaria. Bueno, y solo era una vez a la semana. Pero después, en cierto
momento de la Edad Media, se comenzó con la missa
sine populo hasta ahora como una práctica totalmente lícita, no como la
permisión de un mal menor.
En la
basílica vaticana, la praxis de la missa sine populo se ha continuado siglo tras siglo. Actualmente,
de 7 a 9 de la mañana, todos los días. Los casos de santos canonizados que
pudiendo celebrar con pueblo lo hicieron en capillas con uno o pocos ministros
resultarían innumerables. Incluido algún santo canonizado que siguió haciéndolo
después del Concilio Vaticano II, como san José María Escrivá.
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Por
supuesto que hay que encarecer la celebración comunitaria de la liturgia de las
horas allí donde viven varios sacerdotes. Pero si un sacerdote insistiera en
que él se
concentra mejor, siente más devoción, haciéndolo solo a su propia velocidad,
no veo por qué habría que forzarle a la celebración comunitaria, salvo que
hubiese una razón que obligase a ello: pertenencia a una congregación,
estatutos de la casa en la que mora, obligaciones concretas como pertenecer a
un cabildo, o algo similar.
Este afán
contra la misa sin pueblo es como si por el hecho de aprobar la misa en lengua
vernácula hubiera que prohibir la misa en latín de forma absoluta. Como si el
hecho de celebrar en latín fuera un capricho que, como mucho, solo puede ser
permitido como un mal menor para aquellos que no entienden el sentido de la
liturgia.
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La misa
del padre Pío solía durar tres horas. ¿En qué
parroquia los parroquianos aceptarían hoy una misa celebrada así, de espaldas,
en voz muy baja, con continuas pausas, con silencios cada dos por tres? No
hubiera hecho falta preguntar al padre Pío si le gustaba la misa individual. ¿Qué pensaríamos de un superior que le hubiera obligado a
concelebrar?
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Conclusión: No os preocupéis, puedo dar muchas
razones a favor de la misa sin pueblo, pero siempre obedeceré lo que determine
la Iglesia en su ley y mi
obispo en sus preceptos particulares.
Con estos
posts solo he querido manifestar que la celebración sin pueblo no es algo que
la Iglesia permite como un mal menor, sino que el Espíritu Santo mueve a algunos laicos y sacerdotes a la devoción
a este tipo de misa.
P. FORTEA
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