El testimonio de fe de los ancianos, tiene que ser para nosotros un llamado de atención, un modelo de vida de lo vivido.
Por: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net
¿Ser anciano, es ser viejo? Muchos se hacen esta
pregunta.
La simple denominación de “viejos” con que
llamamos normalmente a los ancianos puede ser visto en el mundo actual como
algo que no tiene valor.
En una sociedad que vive el “usar y descartar” todo
lo que usa, los ancianos son tratados muchas veces como algo descartable, como
algo que estorba, que molesta que ya no se necesita.
De acuerdo con este enfoque de la sociedad actual hacia los ancianos nos
deberíamos plantear: ¿qué ocurriría en una sociedad
donde sólo tuvieran cabida los jóvenes?
Y esta pregunta lleva a plantearse: ¿qué
papel deben desempeñar los ancianos en la familia y en la sociedad?
La sociedad actual con su ritmo frenético poco desea ocuparse de los ancianos.
En nuestra sociedad de hoy predomina una mentalidad utilitaria y aquello que no
sirve se descarta.
Los ancianos no siempre están faltos de juventud o vigor; muchos la tienen en
su frescura interior, en su energía y la mayoría está en condiciones de dar
mucho más de lo que se les reclama, en sabiduría y experiencia.
No hay libros que den el saber de lo vivido.
Los ancianos son la reserva de valores, de costumbres, de tradiciones, que si
no fuera por ellos, muchas se perderían.
Lo cierto es que la vejez supone una disminución que no se puede negar ni
ignorar, pero también tiene una dimensión positiva evidente.
Que lo digan sino las madres modernas que tienen que salir a trabajar fuera de
su casa y que bien les viene que haya una abuela o un abuelo.
Cada uno de nosotros tiene una imagen ideal de si mismo que nos impulsa a
desarrollar nuestras posibilidades. Este impulso no tiene porque dejar de
existir a una edad avanzada de la vida.
El arte de ser anciano es no perder el gustar de vivir. Apreciar la vida es la
mejor manera de prolongarla.
Llegar a anciano es algo que desea todo el mundo. Nadie quiere morirse joven.
Hay que aceptar el ciclo de la propia vida. Algunos lo pueden ver, otros se
quedaron en el camino.
Hay algo suicida en este descarte de la ancianidad, que vemos con frecuencia en
el mundo actual.
¿No será que piensan así porque no le dan valor a la
vida?
La religiosidad de los ancianos nos debe mover a otra reflexión.
Es clara su presencia, a veces mayoritaria en las celebraciones litúrgicas.
La percepción de una necesaria preparación espiritual, que les brinda esta
etapa de la vida es un hecho que no puede pasarnos inadvertida.
Es un testimonio en vivo y en directo.
Es un prepararse para el gran paso del hombre.
Pero también sabemos que hay muchos ancianos alejados de Dios.
Es un deber de todo creyente orar por ellos, es un deber buscar el cómo llegar
a ellos a fin de hacerles saber que Dios también tiene presente a todos y nunca
es demasiado tarde para acercarse a ÉL
La decadencia producida por la edad lleva consigo un desapego recíproco entre
la sociedad y la persona que va envejeciendo.
La ayuda más importante que podemos darle a los ancianos es crear situaciones
que permitan que continúen desarrollando su personalidad, que sigan sintiéndose
parte de la vida.
El testimonio de fe de los ancianos, tiene que ser para nosotros un llamado de
atención, un modelo de vida de lo vivido.
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