La búsqueda de un culpable se alimenta desde el deseo de justicia.
Por: Fernando Pascual | Fuente: A&A
El incendio en una discoteca o en un supermercado, la fiesta masiva de jóvenes
que termina en una estampida, la explosión de un camión cisterna junto a una
playa, el incendio de un avión lleno de pasajeros, el vertido de miles de
toneladas de petróleo en el océano...
Ante las tragedias del pasado, del presente, y las que puedan ocurrir en el
futuro próximo o lejano, surge el deseo, a veces alimentado por la rabia y la
desesperación de familiares y amigos, de individuar responsabilidades, de
encontrar a los culpables para castigarles adecuadamente, de promover medidas
concretas para que no se repitan catástrofes similares en el futuro.
La búsqueda de un culpable se alimenta desde el deseo de justicia: quien ha sido responsable, quien pudo haber hecho algo por
evitar víctimas inocentes y daños enormes, ha de rendir cuentas de sus acciones
y de sus omisiones, ha de resarcir a las víctimas y pagar por sus culpas.
Paradójicamente, la idea de culpa ha encontrado, y todavía encuentra, enemigos
acérrimos que consideran tal concepto como superado, como peligroso, incluso
como dañino para la psicología de las personas y para la buena marcha de las
sociedades.
La idea de culpa se relaciona, ciertamente, con la idea de responsabilidad
personal y de grupo. Pero no existirían responsabilidades allí donde, desde
planteamientos filosóficos, científicos, sociológicos o de otro tipo, se niega
la libertad humana, se reduce el comportamiento humano a pulsiones neuronales,
se exalta la libertad hasta límites absurdos, o se vuelve a una mentalidad
(para algunos primitiva, pero más viva de lo que imaginamos) según la cual los
seres humanos seríamos títeres de un destino que nos supera y que determina
todas y cada una de nuestras elecciones.
Por eso, frente a esos planteamientos erróneos, la búsqueda de culpables en las
muchas tragedias de nuestro mundo permite abrir los ojos y redescubrir algo que
el mundo antiguo tenía bastante claro: hay acciones
humanas que surgen desde la libertad, que son voluntarias, y que por lo mismo
pueden ser meritorias (buenas) o condenables (malas).
Sólo cuando reconocemos que existen tales acciones, sólo cuando admitimos la
libertad (unida a la capacidad de pensamiento y a la lucidez que acompaña
muchos de nuestros actos) tiene sentido buscar quién tuvo la culpa y trabajar
por construir un mundo más responsable, más seguro y más justo.
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