La persona humana no es algo epidérmico. Ella no se revela al primer contacto con la misma, a la primera percepción de un individuo. No es lo que se ve, el hombre que anda por la calle, sino más bien lo que no se ve. Es un enigma que tiene que ser descifrado.
QUÉ ES Y QUE NO ES EL HOMBRE
Solamente
en el Amor, se manifiesta la Verdad en toda su plenitud, sin sombras ni
limitaciones. Todas las demás funciones de la conciencia, nuestros sentidos,
nuestros sentimientos, la inteligencia, conducen a resultados parciales; sólo
el Amor refleja la Verdad absoluta.
La
persona humana no es algo epidérmico. Ella no se revela al primer contacto con
la misma, a la primera percepción de un individuo. No es lo que se ve, el
hombre que anda por la calle, sino más bien lo que no se ve. Es un enigma que
tiene que ser descifrado. Para poder penetrar en la esencia de una persona en
su fuero íntimo, tenemos, en primer lugar, que apartar algunas capas bajo las
cuales aparece en el mundo exterior, tenemos que atravesar una serie de
antecámaras, hasta descubrir su residencia.
El hombre se halla constituido de un núcleo espiritual, y este núcleo se
manifiesta en el mundo material con la ayuda de un complejo psicofísico. Para
poder sorprender al hombre en su intimidad, en su principio creador, debemos
primeramente apartar esta construcción exterior, que nos impide mirar en su
interior y contemplar la fuente de donde emana nuestra personalidad.
El hombre no es materia, no es una proyección biológica. Este cuerpo que vemos,
que se mueve y al que confundimos con nuestra personalidad, es sólo el vehículo
del que nos servimos en nuestra vida terrenal. Él se halla sometido a las leyes de la naturaleza, puesto que
hemos sufrido una transformación de nuestro ser inmortal debido al pecado del
primer hombre. Pero, según nuestra fe cristiana, el hombre está destinado a
otro mundo, en el cual podrá recuperar su inmortalidad.
De aquí resulta que debe existir algo en nuestro ser que sobrevive a la
destrucción física, una sustancia que tiene el poder de escapar a la tiranía de
las leyes de la naturaleza y emprender su vuelo, después del exilio terrenal,
hacia su verdadera morada.
Incluso permaneciendo dentro del cuadro de la biología, nos damos cuenta de que
el hombre es algo más que la vida. Las células del organismo se renuevan
ininterrumpidamente. Nuestros órganos sufren las mismas transformaciones que
los demás seres vivientes. La única excepción es aquella de las neuronas. A
partir de cierta edad, su número disminuye, sin posibilidad de reconstitución.
Pero en medio de estas continuas transformaciones que soporta nuestra persona
visible, nuestro yo permanece inalterable. Los fenómenos biológicos no le
alcanzan. Desde el punto de vista de nuestra identidad interior, somos
exactamente los mismos, como cuando hemos tomado por primera vez conocimiento
de nuestra existencia. Desde el nacimiento y hasta la muerte, nuestra persona
se desarrolla en torno al mismo punto de referencia. La llama de la conciencia
de sí mismo arde ininterrumpidamente. Cambiamos nuestra fisonomía, se debilitan
las funciones psíquicas, mas no se pierde la unidad y la continuidad de nuestra
persona. Nuestra biografía puede ser trazada gracias a esta permanencia del yo.
En medio del "panta rei" biológico y de la corriente de nuestra
conciencia, existe algo fijo en nosotros y tan sólidamente arraigado que no puede tocarle ningún proceso vital. La
persona humana es esta substancia misteriosa de nuestro interior que se guarda
intacta en medio de todas las degradaciones que padece el hombre en su ser
físico.
Siguiendo la exploración hacia el centro de la personalidad, encontraremos una
nueva capa, su realidad psicológica, constituida según el criterio clásico, de
razón, de sentimiento y de voluntad.
Tampoco estas funciones agotan el contenido de la persona humana. No hemos
llegado a su centro. El hombre es algo más que la razón, voluntad y
sentimientos. El factor psicológico opera solamente en la superficie de la
conciencia y representa solamente nuestra conciencia exterior, aquella parte de
la conciencia que toma contacto con el mundo, sirviendo para nuestra
orientación en el ambiente en el que vivimos, sea el de la naturaleza sea el de
la sociedad. Evidentemente, en una aceptación más amplia, todos estos elementos
forman nuestra personalidad, inclusive el cuerpo con el que paseamos por la
calle, pero el objetivo de nuestra investigación es de descubrir el substrato
que sostiene toda esta estructura psicosomática y sin la cual el hombre no
existiría
PERO NI LOS SENTIMIENTOS NI LA VOLUNTAD AGOTAN A LA
PERSONA HUMANA
Mediante algunas palabras quisiera explicar por qué ni la razón, ni los
sentimientos, ni la voluntad pueden arrojarse la paternidad de la persona
humana. Estos no son más que instrumentos que ayudan al hombre para sobrevivir
en el mundo material, y no la entidad que le define y le distingue del resto de
la creación.
Empezaremos con lo que es más fácil de demostrar que no puede constituir el
fundamento de la persona humana: los sentimientos.
Creo que nadie está dispuesto a confundir su persona con esta masa psíquica
fluida, inconsistente, que se halla en continuo movimiento como las olas del
mar. El hombre puede estar ahora alegre y dentro de media hora triste, hoy amar
con toda la pasión y mañana odiar a la misma persona, hoy puede ser generoso y
mañana ser egoísta, envidioso o malo. Los sentimientos o los afectos
representan la parte más vulnerable del alma; de un colorido vivo y atractivo,
pero que se hallan en un continuo de ebullición y cambio.
En contraste con la movilidad del sentimiento, nuestro yo tiene una estabilidad
de granito. En medio de las transformaciones corporales, en medio de los
cambios que se producen ininterrumpidamente en nuestra conciencia, nuestro yo
permanece igual consigo mismo, como un punto de referencia inmutable, en torno
al cual se reconstituye permanentemente la persona humana. En su seno interior
nos hallamos como en, un refugio que nos defiende contra las inclemencias del
tiempo.
Vamos a insistir algunos momentos sobre la voluntad. Sabemos que existe una
dirección filosófica que identifica la existencia con la voluntad; Schopenhauer
y Nietzsche. La filosofía de Nietzsche es grandiosa, pero encierra en sí este
monumental error que confunde el poder creador de la persona humana, con el de
la voluntad del poder. Y este monumental error lo ha cometido Nietzsche, puesto
que, no ha entendido el cristianismo. El poder creador de la persona humana
emana del amor y no de la voluntad de poder.
La voluntad es una energía psíquica limitada. Se agota. No tiene el aliento del
infinito. No es capaz del heroísmo de larga duración. Todas las grandes
personalidades cristianas se han caracterizado no por una gran voluntad, sino
por una gran pasión que arde sin cesar, sin agotarse jamás.
En segundo término, la voluntad es un poder ciego. Puede servir al bien y al
mal con igual eficacia. La voluntad tiene que ser permanentemente dirigida por
una idea, por un concepto para realizar algo. La voluntad puede ser, incluso,
llevada y arrastrada con facilidad también por las fuerzas del mal y corre
entonces a favor de éstas
Nuestra persona posee una reserva energética superior a la voluntad, tanto en
intensidad como en la duración. El verdadero motor de la persona humana, una
vez puesto en marcha, jamás agota su combustible, mientras que el motor de la
voluntad se debilita y a menudo se para. Luego, no sólo es que nuestro yo
auténtico desarrolla majestuosamente sus energías, sino que sabe al mismo
tiempo arribar a buen puerto. A diferencia de la voluntad, que no dispone de
ningún instrumento de orientación, nuestro yo superior se halla en permanente
guardia y nos dirige con pasos firmes en el curso de nuestra vida.
TAMPOCO LA RAZÓN SE IDENTIFICA CON EL ESPÍRITU.
En cuanto a la cuestión de la razón es más delicada, ya que una confusión que
perdura desde hace siglos, sobre todo, en el Occidente, identifica el espíritu
con la razón. La razón sería la sede de la persona humana, "cogito, ergo sum", de Descartes. «El hombre es un animal racional», se afirma en
una archiconocida definición. «Quien atenta contra
la razón, atenta contra el espiritu», se oyen protestas de muchas
partes. Entre otros, Karl Jaspers y Giovanni Papini se han prestado a defender
la razón como instrumento del conocimiento. Corneliu Codreánu, doctrinario de
la acción creadora, rechaza la razón como factor determinante en la vida del
individuo. Repudia la materia, pero también la razón. Se ha concedido demasiada
confianza a estas entidades y los resultados son devastadores. «La razón -dice Corneliu Codreanu-, ha levantado al mundo contra Dios. Nosotros, sin echarla
y menospreciarla, la vamos a situar allí donde tiene su lugar, al servicio de
Dios y de las finalidades de la vida».
Vamos a meditar un poco sobre esta frase. Analizando desde el punto de vista
histórico las actividades de la razón, descubriremos en ella comportamientos
extraños. En la filosofía escolástica, la razón gozaba de tanta veneración, que
el ejercicio del silogismo, con todas las sutilezas y los refinamientos
posibles, constituía la pieza capital de la enseñanza. Pero ¿qué ocurre durante la Revolución francesa? La
misma razón fue elevada al rango de deidad y se le ha constituido un culto
oficial. En su nombre las iglesias son incendiadas y se lanzan piedras contra
Dios. En el siglo XIX, la razón engendra la doctrina atea del materialismo. ¿Qué confianza podemos depositar en la capacidad de la
razón para descubrir la verdad, cuando nos ofrece resultados tan
contradictorios, durante diversas épocas? Posiblemente que la razón no
es el instrumento adecuado para el conocimiento de la verdad, tal vez se le
emplea erróneamente en sectores que superan su competencia.
La debilidad de la razón se hace patente cuando comprobamos que ella se halla
dispuesta a servirnos argumentos para cualquier finalidad, creencias, ideas, e
incluso, para cosas absurdas. Para el exterminio de los enfermos incurables, de
los inválidos, de los locos, los dirigentes del Tercer Reich encontraron
argumentos muy sólidos, basados en la genética y en las teorías raciales. El
marxismo, también con argumentos racionales proclama la necesidad de destruir
clases enteras de una nación, con el fin de asegurar el triunfo de la dictadura
del proletariado. Incluso en los países de la Unión Europea, ¿no asistimos a los debates del parlamento donde con
"pruebas científicas y bien expuestas racionalmente", se ha
legalizado y primado la homosexualidad? Más aún, ¿cuántas aberraciones
no son admitidas por los legisladores, por la sociedad, cuántas son difundidas por los escritores a base de unos "raciocinios"
muy sólidos en apariencia? Las tiranías comunistas, con los millones de
muertos, ¿no han sido justificadas en el mundo
libre como una nueva forma social? Unos bandidos, unos asesinos, unos
monstruos, unos torturadores de pueblos, han sido presentados durante años, con
lujo de dialéctica, como unos reformadores sociales y genios de la Humanidad.
HE AQUÍ LAS PERFIDIAS DE LA RAZÓN, HE AQUÍ QUÉ PLATOS
ENVENENADOS NOS SIRVE SI NO VIGILAMOS SUS ACTIVIDADES.
Si admitimos que la razón forma el centro de la persona humana, ¿cómo contestaremos a otra cuestión? También los
animales poseen una inteligencia, como lo demuestra la psicología animal, una
inteligencia, bien entendido, limitada a su categoría biológica. Los animales
igualmente razonan, ellos son también capaces de sacar ciertas conclusiones, de
ciertas premisas. El silogismo le es también familiar a los animales. En esto
se funda su amaestramiento.
Entonces, ¿qué hacemos? ¿Aceptamos la teoría
evolucionista y nos declaramos también animales, poniéndonos en la misma
categoría con los peces, los pájaros y los cornúpetas? ¿Somos también unos
animales dotados con una inteligencia superior a los que se hallan debajo de
nosotros en la escala biológica?
SIN EMBARGO EL HOMBRE POSEE, ADEMÁS, EL PODER
CREADOR
Y nosotros preguntamos a los que sostienen que el hombre desciende del mono o
de otros animales: pues bien, ¿qué queréis
demostrar con esto? A pesar de que el hombre se separa del más
evolucionado animal, por su enorme inteligencia, no es la inteligencia su
característica principal. El hombre posee, en
comparación con el animal, algo más: el poder
creador. El hombre vivía antaño en cavernas y hoy día vive en palacios,
mientras que el animal, a pesar de que el está también dotado con inteligencia,
no se puede elevar por encima de sus condiciones de vida. Ningún animal se ha
imaginado alguna vez poder vivir de otra manera que en su escondrijo. El animal
permanece eternamente prisionero de la naturaleza. El hombre puede emanciparse
de la tiranía de las leyes de la naturaleza, porque posee una facultad
desconocida para el reino animal, que es su fantasía creadora, este don
misterioso que revela su esencia divina.
Existe, además, una lógica primitiva como lo han demostrado los sociólogos que
han estudiado las tribus de África, Asia,
Australia y América, fundamentalmente distintas de nuestra lógica europea.
Nuestras categorías mentales no se asemejan con las de las civilizaciones
primitivas. Se observa, incluso, que cada civilización posee su lenguaje
lógico, e incluso, de pueblo a pueblo, en el cuadro de la misma civilización,
se notan ciertos matices.
¿Cómo nos orientamos en este caso? ¿Puede constituir la
razón la esencia de la persona humana, cuando la misma razón sufre tantas
transformaciones, según la civilización que la emplea?
En nuestros días ocurren también otras cosas extrañas con la razón, logrando
desconcertarnos. Parte de las funciones de la razón, y no de las menos
importantes, como lo son los cálculos matemáticos, han sido transferidas a las
máquinas. La cibernética trabaja sobre bases racionales y ha facilitado
enormemente el esfuerzo de nuestra inteligencia. Pero estos ordenadores, estas
computadoras, como se denominan, estas máquinas que piensan por nosotros, ¿han sustituido al hombre como pretenden algunos
exaltados del progreso técnico?
En absoluto. La persona humana permanece la misma. El hombre ha creado estas
máquinas y ellas sirven a su expansión en el mundo, pero actuando siempre bajo
su control.
En el caso de la cibernética, la diferencia entre la razón y la persona humana
aparece todavía más evidente. La cibernética demuestra que el hombre no es
razón o no es sólo razón; por esto fue capaz de construir máquinas que se
encargan de razonar por él. Pero ha sido sustituida por las máquinas solamente
la razón, no el hombre en sí, quien tiene algo más que le eleva por encima de
la razón y, desde luego, por encima de las máquinas que él ha construido. Es el
hecho creador lo que distingue al hombre de éstas máquinas y de los procesos
racionales para los que ellas sirven.
Entonces, ¿qué es la razón? Es un auxiliar
de la persona humana. La razón ayuda a la organización de la vida material y de
la vida social. Es un instrumento de comunicación entre los hombres,
exactamente igual que el lenguaje. Un gran profesor de lógica de Bucarest, Nae
lonescu, nos explicó que la razón no sirve al conocimiento de la verdad, sino
para su transmisión. Es una especie de cinta transportadora de las verdades que
obtenemos por otras vías estrictamente personales.
De hecho, nosotros no pensamos haciendo silogismos como nos enseña la lógica
formal. Las ideas nos aparecen instantáneamente. Vamos a pensar en la manzana
de Newton que caía del árbol y que, a la vista de este hecho, se le pasó por la
mente, como un rayo, la ley de la gravedad.
Sólo cuando se trata de comunicar a otra persona nuestro pensamiento entonces
tenemos que emplear la cadena de los silogismos. La verdad que a nosotros ha
aparecido espontáneamente, para que sea comprendida por los demás, debe ser
fragmentada, debe ser ofrecida trozo por trozo. Exactamente como pasa con una
medicina que no se puede tomar de una sola vez, sino cucharilla tras
cucharilla.
La meta principal de la razón es aquella de hacer accesible a otros las
verdades adquiridas por nosotros fulminantemente, en virtud de una disposición
especial de nuestra alma, y que, sin esta cinta transportadora, permanecerían
incomprendidas.
No es de extrañar, pues, que exista una lógica primitiva y un modo de pensar de
cada civilización, puesto que la razón siendo un instrumento de comunicación de
las ideas, se adaptaría de manera natural al ambiente específico de las grandes
comunidades humanas.
Por tanto, empleamos la razón en el lugar que le corresponde, al servicio de
Dios y a las finalidades de la vida. En cuanto a la persona humana se refiere,
debemos emprender una incursión más profunda en nuestro fuero interno, para
descubrirla. Ella yace igual que el oro en el fango de una mina y tenemos que
remover mucha tierra y rocas hasta localizarla.
EL SUBCONSCIENTE ES EL DESHECHO DE LA EXISTENCIA
Dándose cuenta de la fragilidad del principio "cógito,
ergo sum", una serie de filósofos y sabios de la época moderna, han
realizado sondeos en otros departamentos de la persona humana, con la esperanza
de hallar una explicación más satisfactoria para nuestra existencia. Entre
otras experiencias y teorías, se ha revelado la existencia del subconsciente.
En esta dirección se han intensificado las investigaciones en tal medida, que
se ha creado una escuela de la investigación del subconsciente, siendo el
fundador de la misma, Freud. En su nombre, legiones de médicos, de sociólogos y
psicólogos, se han lanzado a la exploración del subconsciente, con la esperanza
de descubrir el lugar del nacimiento de la persona humana. Según esta teoría,
el hombre no sería lo que se pensaba hasta Freud; una expresión de la vida
psíquica consciente, una manifestación de sus actividades en estado de
vigilancia. Sino que el origen de la persona humana hay que buscarlo en una
región mucho más profunda que escapa al control del yo consciente. La
conciencia no sería más que un derivado, un epifenómeno, siendo permanentemente
dominada por el subconsciente.
La idea de perforar la conciencia exterior del individuo para descubrir las
primeras palpitaciones de la persona humana, ha sido hecha bien, pero se ha
efectuado el sondeo en un sitio equivocado. Lo que se ha encontrado no contiene
el manantial de la persona humana. El subconsciente, no sólo no puede ser
identificado con el "nervum rerum
gerendarum" de la persona humana, sino que representa exactamente
lo que su nombre dice, una categoría inferior de la conciencia, inferior a la
psicología normal. El subconsciente es algo así como un subsuelo donde se
acumulan los deshechos de la existencia. La escoria que queda de la actividad
de nuestra alma, se deposita aquí como en una especie de recipiente. Así como
las amas de casa llevan diariamente a fuera la basura de la casa y la depositan
para que sea transportada por el servicio público, del mismo modo la persona
humana se desprende de todos los elementos nocivos de los instintos
adulterados, de las imágenes morbosas, de las tendencias repugnantes,
condenadas por el yo consciente, de las turbulencias funcionales, y las
deposita en este «container», denominado subconsciente, a la espera de su
vaciado.
Y, ¿qué ocurre con el contenido del subconsciente? Un
alma sana lo quema, liberándose de él, exactamente como proceden las amas de
casa. El subconsciente es la basura del alma. Bien entendido que si no se quema
a su debido tiempo, si se le deja amontonarse, entonces el subconsciente invade
la conciencia, provocando perturbaciones. El individuo al que le gusta remover
los deshechos de su actividad psíquica, se acostumbrará al final a vivir en
éste ambiente interior infectado exactamente igual a como ocurre en la
periferia de la sociedad donde se encuentra toda clase de individuos a los que
les repugna el trabajo, tienen horror al esfuerzo, prefiriendo la existencia de
los vagos y maleantes que pululan bajo los puentes del Sena y en los asilos de
noche. Los complejos psíquicos, la doble personalidad, las neurosis, se
producen a raíz del deslizamiento del hombre en la promiscuidad del
subconsciente.
La inspiración de cualquier naturaleza artística, literaria, científica, no hay
que atribuirla al subconsciente, como afirma esta escuela. Del subconsciente no
nos llegan más que malos y perjudiciales impulsos para el proceso creador. La
inspiración, como dice Horacio, es "mens
divinior", ella desciende del Cielo, es un don de la
super-conciencia nuestra, de nuestro yo superior, y no se destila de las
miasmas del subconsciente.
Fuente: Arbil
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