La Santa Sede difundió este jueves 25 de noviembre el texto del mensaje del Papa Francisco con motivo de la Jornada Mundial de las Personas con Discapacidad, que tendrá lugar el viernes 3 de diciembre.
A continuación, el
mensaje completo del Papa Francisco:
“Ustedes son mis
amigos” (Jn
15,14)
Queridos hermanos y hermanas:
Con motivo de su Día Internacional, quisiera dirigirme directamente a
ustedes que viven con algún tipo de discapacidad, para decirles que la Iglesia
los ama y necesita de cada uno de ustedes para cumplir su misión al servicio
del Evangelio.
JESÚS, EL AMIGO
¡Jesús es nuestro amigo! Él mismo lo dijo a sus discípulos en la última cena (cf. Jn 15,14). Sus
palabras llegan hasta nosotros, iluminando el misterio de nuestro vínculo con
Él y nuestra pertenencia a la Iglesia. «La amistad
con Jesús es inquebrantable. Él nunca se va, aunque a veces parece que hace
silencio. Cuando lo necesitamos se deja encontrar por nosotros y está a nuestro
lado por donde vayamos» (Exhort. ap. postsin. Christus vivit, 154).
Los cristianos hemos recibido un don: el acceso al corazón de Jesús y la
amistad con Él. Es un privilegio con el que hemos sido bendecidos y que se
convierte en nuestra llamada, ¡nuestra vocación es
ser sus amigos! Tener a Jesús como amigo es el mayor de los consuelos y
puede hacer de cada uno de nosotros un discípulo agradecido y alegre, capaz de
dar testimonio de que la propia fragilidad no es un obstáculo para vivir y
comunicar el Evangelio.
La confianza y la amistad personal con Jesús pueden ser la clave
espiritual para aceptar las limitaciones que todos experimentamos y para vivir
nuestra condición de forma reconciliada. Pueden suscitar una alegría que «llena el corazón y la vida entera» (Exhort. ap.
Evangelii gaudium, 1) porque, como escribió un gran exégeta, la amistad con
Jesús es «una chispa que enciende el fuego del
entusiasmo».
LA IGLESIA ES SU CASA
El Bautismo hace que cada uno de nosotros seamos miembros de pleno
derecho de la comunidad eclesial y, sin exclusión ni discriminación, nos da la
posibilidad de exclamar: “¡Soy Iglesia!”. La
Iglesia, de hecho, es la casa de ustedes. Nosotros, todos juntos, somos Iglesia
porque Jesús ha elegido ser nuestro amigo. La Iglesia —queremos aprenderlo cada
vez más en el proceso sinodal que hemos emprendido— «no
es una comunidad de perfectos, sino de discípulos en camino, que siguen al
Señor porque se reconocen pecadores y necesitados de su perdón»
(Catequesis, 13 abril 2016).
En este pueblo, que avanza a través de los acontecimientos de la
historia guiado por la Palabra de Dios, «todos son protagonistas, nadie puede
ser considerado un mero figurante» (A los fieles de Roma, 18 septiembre 2021).
Por ello, cada uno de ustedes está llamado también a aportar su propia
contribución en el camino sinodal. Estoy convencido de que, si es realmente «un proceso eclesial participado e inclusivo», la
comunidad eclesial se verá verdaderamente enriquecida.
Por desgracia, aún hoy muchos de ustedes «son
tratados como cuerpos extraños en la sociedad. [...] Sienten que existen sin
pertenecer y sin participar», y «hay todavía mucho que les impide tener una
ciudadanía plena» (Carta enc. Fratelli tutti, 98). La discriminación
sigue estando demasiado presente en varios niveles de la vida social; se
alimenta de los prejuicios, la ignorancia y una cultura que lucha por
comprender el valor inestimable de cada persona.
En particular, seguir considerando la discapacidad —que es el resultado
de la interacción entre las barreras sociales y las limitaciones de cada
persona— como si fuera una enfermedad, contribuye a mantener sus vidas
separadas y alimenta el estigma en su contra.
En lo que respecta a la vida de la Iglesia, «la
peor discriminación [...] es la falta de atención espiritual» (Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 200), que a veces se ha manifestado en la negación del
acceso a los sacramentos que, por desgracia, algunos de ustedes han
experimentado. El Magisterio es muy claro en este asunto y recientemente el
Directorio para la Catequesis declaró explícitamente que «nadie puede negar los sacramentos a las personas con
discapacidad» (n. 272).
Frente a la discriminación, es precisamente la amistad de Jesús, que
todos recibimos como un don inmerecido, la que nos redime y nos permite experimentar
las diferencias como una riqueza. En efecto, Jesús no nos llama siervos,
mujeres y hombres de dignidad a medias, sino amigos, confidentes dignos de
conocer todo lo que Él ha recibido del Padre (cf. Jn 15,15).
EN TIEMPO DE PRUEBA
La amistad de Jesús nos protege en el tiempo de la prueba. Soy
consciente de que la pandemia de Covid-19, de la que estamos luchando por
salir, ha tenido y sigue teniendo repercusiones muy duras en la vida de muchos
de ustedes.
Me refiero, por ejemplo, a la necesidad de permanecer en casa durante
largos periodos; a la dificultad que tienen muchos estudiantes con discapacidad
para acceder a las herramientas de aprendizaje a distancia; a los servicios de
atención al público que se interrumpieron durante mucho tiempo en muchos
países; y a muchas otras dificultades que cada uno de ustedes ha tenido que
afrontar. Pero, sobre todo, pienso en los que viven en centros residenciales y
en el sufrimiento que ha supuesto la separación forzosa de sus seres queridos.
En estos lugares el virus ha sido muy violento y, a pesar de la
dedicación del personal, se ha cobrado demasiadas víctimas. Sepan que el Papa y
la Iglesia están cerca de ustedes de manera especial, con afecto y ternura. La
Iglesia está al lado de todos los que siguen luchando contra el coronavirus.
Como siempre, la Iglesia insiste en la necesidad de que todos sean atendidos,
sin que la discapacidad sea un obstáculo para acceder a los mejores cuidados
disponibles.
En este sentido, algunas conferencias episcopales —como las de Inglaterra
y Gales y la de Estados Unidos— ya han intervenido para pedir que se respete el
derecho de todos a ser tratados sin discriminación.
EL EVANGELIO ES PARA
TODOS
Nuestra vocación también deriva de nuestra amistad con el Señor, que nos
ha elegido para que demos mucho fruto y que nuestro fruto permanezca (cf. Jn
15,16). Presentándose como la verdadera Vid, quiso que cada sarmiento, unido a
Él, pudiera dar fruto. Sí, Jesús quiere que alcancemos «la
felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera que nos
conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada» (Exhort. ap.
Gaudete et exsultate, 1).
El Evangelio también es para ti. Es una Palabra dirigida a todos, que
consuela y, al mismo tiempo, llama a la conversión. El Concilio Vaticano II,
hablando de la llamada universal a la santidad, enseña que «todos los fieles, de cualquier estado o condición, están
llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad
[...]. En el logro de esta perfección empeñen los fieles las fuerzas recibidas
según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, [...] se entreguen con
toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo» (Const.
dogm. Lumen gentium, 40).
Los Evangelios nos dicen que cuando algunas personas con discapacidad
conocieron a Jesús, sus vidas cambiaron profundamente y comenzaron a ser sus
testigos. Es el caso, por ejemplo, del ciego de nacimiento que, curado por
Jesús, afirmó con valentía delante de todos que era un profeta (cf. Jn 9,17); y
muchos otros proclamaron con alegría lo que el Señor había hecho por ellos. Sé
que algunos de ustedes viven en condiciones extremadamente frágiles.
Pero me gustaría dirigirme a ustedes —quizá pidiendo, cuando sea
necesario, a sus familiares o a las personas más cercanas a ustedes que les
lean estas palabras o que les transmitan este llamamiento que hago— y pedirles
que recen. El Señor escucha atentamente la oración de los que confían en Él.
Que nadie diga: “No sé rezar”, porque, como
dice el Apóstol, «el Espíritu nos ayuda en nuestra
debilidad, porque como no sabemos orar como conviene, él mismo intercede por
nosotros con gemidos inexplicables» (Rm 8,26).
En los Evangelios, de hecho, Jesús escucha a los que se dirigen a Él
incluso de forma aparentemente inadecuada, quizá sólo con un gesto (cf. Lc
8,44) o un grito (cf. Mc 10,46). En la oración hay una misión accesible a
todos, y me gustaría encomendársela a ustedes de manera especial. No hay nadie
tan frágil que no pueda rezar, adorar al Señor, dar gloria a su santo Nombre e
interceder por la salvación del mundo. Ante el Todopoderoso todos nos
descubrimos iguales.
Queridos hermanos y hermanas, su oración es hoy más urgente que nunca.
Santa Teresa de Ávila escribió que «cuando los
tiempos son recios, son necesarios amigos fuertes de Dios para sostener a los
flojos». La época de la pandemia nos ha mostrado claramente que todos
somos vulnerables, «nos dimos cuenta de que
estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo
tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos» [6]. La
primera forma de hacerlo es rezar.
Todos podemos hacerlo; e incluso si, como Moisés, necesitamos que nos
sostengan (cf. Ex 17,10), estamos seguros de que el Señor escuchará nuestra
súplica. Les deseo lo mejor. Que el Señor los bendiga y la Virgen Santa los
proteja.
Roma, San Juan de Letrán, 20 de noviembre de 2021
FRANCISCO
Redacción ACI Prensa
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