El Papa Francisco presidió este domingo 21 de noviembre en la Basílica de San Pedro del Vaticano la Santa Misa de la Solemnidad de Cristo Rey del Universo. En este Solemnidad, las diócesis de toda la Iglesia celebran también la Jornada Mundial de la Juventud con el tema “¡Levántate! Te hago testigo de lo que has visto”.
A continuación, el
texto completo de la homilía del Papa Francisco:
Dos imágenes, tomadas de la Palabra de Dios que hemos escuchado, nos
ayudan a acercarnos a Jesús Rey del Universo. La primera, basada en el
Apocalipsis de san Juan y anticipada por el profeta Daniel en la primera
lectura, está descrita con estas palabras: “Viene
entre las nubes” (cf. Ap 1,7; Dn 7,13).
Se refiere a la venida gloriosa de Jesús como Señor y como el fin de la
historia. La segunda imagen es del Evangelio, Cristo está ante Pilato y le
dice: «Soy rey» (Jn 18,37). Nos hace bien,
queridos jóvenes, detenernos a contemplar estas imágenes de Jesús, mientras
iniciamos el camino hacia la Jornada Mundial del 2023 en Lisboa.
Detengámonos entonces en la primera: Jesús
que viene entre las nubes. Es una imagen que habla de la venida de
Cristo en la gloria al final de los tiempos. Nos hace comprender que la última
palabra sobre nuestra existencia será de Jesús, no nuestra.
Él —dice la Escritura— es Aquel que “cabalga
sobre las nubes” y manifiesta su poder en los cielos (cf. Sal
68,5.34-35), es el Señor que viene de lo alto y no conoce el ocaso, es Aquel
que permanece frente a lo contingente, es nuestra eterna e inquebrantable
confianza. Es el Señor. Esta profecía de esperanza ilumina nuestras noches.
Nos dice que Dios viene, que Dios está presente, obrando, y que dirige
la historia hacia Él, hacia el bien. Viene “entre
las nubes” para tranquilizarnos, como diciendo: “No
los dejo solos cuando sus vidas están envueltas por nubes oscuras. Yo estoy
siempre con ustedes. Vengo para iluminar y hacer brillar la calma”.
El profeta Daniel, además, especifica que vio al Señor que venía entre
las nubes, contemplándolo “en una visión nocturna” (cf.
Dn 7,13), esto quiere decir que Dios viene durante la noche, entre las nubes a
menudo tenebrosas que se ciernen sobre nuestra vida. Cada uno de nosotros
conoce estos momentos. Es necesario que lo reconozcamos, que miremos más allá
de la noche, que levantemos la mirada para verlo en medio de la oscuridad.
Queridos jóvenes, ¡profundicen en las
visiones nocturnas! Es decir, tengan ojos luminosos aun en medio de las
tinieblas, no dejen de buscar la luz en medio de las oscuridades que llevamos
en el corazón y que vemos a nuestro alrededor. Elevemos la mirada desde la
tierra hacia lo alto para vencer la tentación de quedar tumbados en el piso de
nuestros miedos, este es el peligro que nos tumben nuestros miedos, de
encerrarnos en nuestros pensamientos, compadeciéndonos de nosotros mismos.
Alza la mirada, ¡levántate! Es la
invitación que el Señor nos dirige, y de la que quise hacer eco en el Mensaje
que les dediqué a ustedes jóvenes para acompañar este año de camino. Es la
tarea más ardua y fascinante que les he dado: quedarse de pie mientras parece
que todo se derrumba, ser centinelas que saben distinguir la luz en las
visiones nocturnas, ser constructores en medio de los escombros, hay muchos en
este mundo de hoy, ser capaces de soñar. Y esto para mí es clave. Un joven que
no es capaz de soñar…, pobre, ha envejecido antes de tiempo.
Porque esto hace quien sueña: no se deja
absorber por la noche, sino que enciende una llama, una luz de esperanza que
anuncia el mañana. Soñad, estad despiertos, y mirad el futuro, con
valentía.
Quisiera decirles esto: nosotros, todos nosotros,
les estamos agradecidos cuando ustedes sueñan. Pero cuando los jóvenes
cuando sueñan hacen ruido. Pues haced ruido. Porque vuestro ruido es el fruto
de vuestros sueños. Quiere decir que no queréis vivir en la noche.
Cuando hacen de Jesús el sueño de sus vidas y lo abrazan con alegría,
con un entusiasmo contagioso que nos hace bien.
Gracias por las veces que son capaces de seguir soñando con valentía,
por las veces que no dejan de creer en la luz aun en medio de las noches de la
vida, por las veces que se comprometen con pasión para hacer nuestro mundo más
hermoso y humano.
Gracias por las veces que cultivan el sueño de la fraternidad, por las
veces que se preocupan de las heridas causadas a la creación, por las veces que
luchan por la dignidad de los más débiles y difunden el espíritu de la
solidaridad y el compartir.
Y, sobre todo, gracias porque en un mundo que, reducido por el beneficio
inmediato, tiende a sofocar los grandes ideales, ustedes no pierden en esto
mundo la capacidad de soñar. No vivan atormentados o anestesiados. No, sueñen
vivos. Esto nos ayuda a nosotros adultos y a la Iglesia. Sí, también como
Iglesia necesitamos soñar, ¡necesitamos el
entusiasmo y el ardor de los jóvenes para ser testigos de Dios que es siempre
joven!
Y quisiera decirles otra cosa, muchos de sus sueños se corresponden con
los del Evangelio. La fraternidad, la solidaridad, la justicia, la paz, son los
mismos sueños de Jesús para la humanidad. No tengan miedo de abrirse al
encuentro con Él, que ama sus sueños y los ayuda a cumplirlos.
El Cardenal Martini decía que la Iglesia y la sociedad necesitan «soñadores que nos mantengan abiertos a las sorpresas del
Espíritu Santo» (cf. Conversaciones nocturnas en Jerusalén. Sobre el
riesgo de la fe). Me gustaría que ustedes se encuentren entre esos soñadores.
Y ahora vamos a la segunda imagen, a Jesús que dice a Pilato: “Soy rey”. Impacta su determinación, su valentía,
su libertad suprema. Ha sido arrestado, llevado al pretorio, interrogado por
quien puede condenarlo a muerte. En semejante circunstancia hubiera podido
dejar que prevaleciera el derecho natural a defenderse, quizá buscando “arreglar las cosas”, pactando una solución de
compromiso.
En cambio, Jesús no escondió la propia identidad, no camufló sus
intenciones, no se aprovechó de un resquicio que Pilato le dejaba abierto para
salvarlo. No. Con la valentía de la verdad respondió: “Soy
rey”. Asumió la responsabilidad de su vida: he
venido para una misión y llegaré hasta el final para dar testimonio del Reino
del Padre. Dijo: «Para esto he nacido y he
venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37).
Jesús es así. Vino sin dobleces, para proclamar con la vida que su Reino
es diferente de los del mundo, que Dios no reina para aumentar su poder y
aplastar a los demás, que no reina con los ejércitos y con la fuerza. Su Reino
es de amor. Yo soy Rey, pero de este Reino de amor. Yo soy Rey de quien da la
propia vida por la salvación de los demás.
Queridos jóvenes, la libertad de Jesús es fascinante. Dejemos que vibre
dentro de nosotros, que nos sacuda, que suscite en nosotros la valentía de la
verdad. Podemos preguntarnos: si estuviera aquí, ahora, en el lugar de Pilato,
delante de Jesús, mirándolo a los ojos, ¿de qué me
avergonzaría? Ante la verdad de Jesús, ante la verdad que es Jesús, ¿cuáles son esas falsedades mías que no se sostienen,
esas dobleces mías que a Él no le gustan?
Cada uno de nosotros las tiene. Busquémoslas. Todos nosotros tenemos
estas dobleces, estas falsedades, este ajustar las cosas para que la cruz se
aleje.
Necesitamos ponernos delante de Jesús para reconocer nuestra propia
verdad. Necesitamos adorarlo para ser interiormente libres, para iluminar
nuestra vida y no dejarnos engañar por las modas del momento, por los fuegos
artificiales del consumismo que deslumbra y paraliza. Amigos, no estamos aquí
para dejarnos encantar por las sirenas del mundo, sino para tomar las riendas
de la propia vida, para “gastar la vida”, para
vivirla plenamente.
De este modo, en la libertad de Jesús también encontramos la valentía de
ir contracorriente. Esta es una palabra que quisiera subrayar. Ir a
contracorriente, tener la valentía de ir contracorriente. No contra alguien,
que es la tentación de cada día, como hacen los victimistas y los complotistas,
que siempre cargan la culpa sobre los demás; no, contra la corriente malsana de
nuestro yo egoísta, cerrado y rígido, para ir tras las huellas de Jesús.
Él nos enseña a ir contra el mal con la única fuerza mansa y humilde del
bien. Sin atajos, sin falsedad, sin dobleces. Nuestro mundo, herido por tantos
males, no necesita de más pactos ambiguos, de gente que va de aquí para allá
como las olas del mar, de quienes están un poco a la derecha y un poco a la
izquierda después de haber olfateado lo que les conviene.
Los equilibristas. Un cristiano que va así, parece más un equilibrista
que un cristiano. Un equilibrista que siempre busca un camino para no mancharse
las manos, para no comprometerse la vida, para no jugarse la vida.
No, queridos jóvenes. Sean libres, auténticos, sean la conciencia
crítica de la sociedad. No tengan miedo de criticar. Necesitamos vuestras
críticas. Muchos de vosotros estáis criticando la contaminación ambiental.
Necesitamos eso.
Tengan pasión por la verdad, para que con sus sueños puedan decir: mi vida
no es esclava de las lógicas de este mundo, porque reino con Jesús por la
justicia, el amor y la paz. Deseo que cada uno de ustedes pueda sentir la
alegría de decir: “También yo soy rey con Jesús”.
Soy rey, soy un signo viviente del amor de Dios, de su compasión y ternura.
Soy un soñador deslumbrado por la luz del Evangelio y profundizo con
esperanza en las visiones nocturnas. Y cuando caigo, encuentro en Jesús la
valentía de luchar y de esperar, el coraje de volver a soñar. En cualquier edad
de la vida.
Redacción ACI Prensa
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