«DIOS, DAME TU FUERZA PORQUE YO NO PUEDO MÁS», GRITABA A LO ALTO, Y FUE ESCUCHADO
Antonio Sena da
gracias a Dios tras lograr salir con vida tras 36 días perdido en el Amazonas tras
estrellarse con su avioneta.
La historia dio la vuelta al
mundo hace unos meses. Antonio Sena, piloto
brasileño de 36 años, cruzaba con su avioneta una zona recóndita del Amazonas
tras llevar suministros a una mina cuando su aparato empezó a dar problemas. El motor se paró y se acabó estrellando.
Apenas se hizo unos rasguños,
pero así empezó para Antonio un periplo de 36 largos días de
supervivencia extrema en una zona aislada del Amazonas. Antes de
que la avioneta se incendiara logró sacar algunos víveres. En este tiempo hasta
que encontró a unos recolectores de castañas tuvo que evitar los ataques de
cocodrilos, anacondas o los jaguares, entre otros muchos depredadores.
UN INESPERADO ENCUENTRO
CON DIOS
Dios desempeñó un papel
fundamental en estos días de soledad. Lejos de exigir explicaciones a lo alto,
pues estaba enfadado con Él tras la muerte de su padre, experimentó una fuerte conversión hasta el punto de que Dios fue su sustento durante
esas semanas. De hecho, como dato
curioso, Antonio portaba una camiseta con una imagen del Sagrado Corazón cuando
fue rescatado.
“Imaginaba que
tendría que estar allí entre cinco a ocho días, el tiempo habitual para una
operación de búsqueda y rescate”, contaba
tras ser puesto a salvo. Sin embargo, la ayuda no llegaba. Entonces se dio
cuenta de que “tendría que encontrar la manera de
salir de ese lugar. Para ello, decidí caminar hacia el este, rumbo al sol, y
caminaba todas las mañanas alrededor de dos y cuatro horas. Después de eso tenía que planificar
la noche: construir mi refugio y encender una fogata”.
Dos eran sus grandes
preocupaciones: la necesidad de conseguir alimentos con el desgaste que ello
conllevaba junto a las marchas diarias, y los peligros del Amazonas. “Cada vez que construía mi refugio lo hacía en la
cima de las colinas. Y la razón es que los jaguares, cocodrilos y
anacondas tienen una gran relación con el agua, así que nunca acampé al lado de
una fuente de agua”, señala.
Pese a su gran capacidad de
supervivencia perdió peso rápidamente y a este problema se sumaba la incertidumbre
sobre si alguna vez le rescatarían. Y en ese momento de crisis entró Dios en
escena.
Toda su historia la ha relatado
en un libro titulado Stay Alive until the End,
que sin duda da para realizar una película. En declaraciones a Famille Chretienne
durante su reciente visita a Francia, Antonio Sena cuenta que “el hombre se compone de tres dimensiones, el cuerpo, la
inteligencia y el espíritu. Y el quinto día, en el bosque, mi cuerpo y mi mente
se vinieron abajo y le grité e Dios: ‘¡Dios, no puedo hacerlo!’.
Entonces le escuché decirme: ‘si quieres volver a ver a tu familia sigue el
camino’. Le pedí fuerzas e inmediatamente recibí una gran paz. Mi cuerpo e
inteligencia aún no podían soportar la situación pero mi mente se hizo cargo”.
A partir de ese encuentro con
Dios que le devolvió la fe que había perdido tras la muerte de su padre todo
era diferente para Antonio. “Era el mismo
bosque, los mismos problemas, pero todo cambió”, relata.
LA CERTEZA DE QUE
SOBREVIVIRÍA
En una entrevista pasada con El Deber explica
aquel instante: “después de ese momento yo tenía fe absoluta de que iba a salir
de ahí, no sé cuándo o a qué hora porque ese tiempo pertenecía a Dios, pero yo
sabía en mi corazón que iba a salir de ahí y la única cosa que debía
hacer era caminar, caminar y no desistir. No desistí en ningún momento, aún
cuando las cosas estaban más difíciles, aún cuando tenía mucho dolor, aún
cuando estaba con frío bajo la lluvia, cuando parecía que no podía seguir más”.
“Dios, dame
tu fuerza porque yo no puedo más”,
era la frase que pronunciaba en los momentos de
flaqueza.
Durante aquellos días de soledad,
Dios se convirtió en su único compañero de viaje: “Me
hablaba todo el tiempo, me decía 'aquí estoy. No tengas miedo. Vete
en paz'. Vi el Sagrado Corazón a mis espaldas, era una señal de su
presencia”.
Además recuerda: ¡Rezaba todo el tiempo! Por la mañana
abría los ojos y le saludaba, cuando me iba a la cama por la noche le pedía que
no lloviera… En ese momento empezaba a llover muy fuerte, así que cambiaba mi
oración y pedía que me diera la fuerza para soportar la lluvia”.
Hoy su vida ha cambiado profundamente
y piensa que su misión es dar testimonio de que “Dios no es el
que hace sufrir al hombre, sino el que ayuda al que sufre". Y uno de los
pasajes del Evangelio que más marcó a nuestro aventurero fue la siguiente: "Si tuvieras la fe como una semilla de mostaza, podrías decirle a
esta montaña que se arroje al mar, y lo hará (Lc 17,6)”. Nada es
imposible para el que cree.
J.Lozano / ReL
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