La joven británica Keira Bell alcanzó una gran victoria judicial (luego parcialmente revocada) al conseguir control judicial sobre la industria transgénero en los «cambios de sexo» en menores. Siendo menor, ella fue orientada hacia un tratamiento hormonal que le cambió el vello y la voz y hacia una doble mastectomía. Foto: Captura Sky News.
Estamos asistiendo, en medio de
una sobrecogedora pasividad social, a uno de los fenómenos más
monstruosos de la historia humana.
Con el argumento de que la expresión de los ‘sentimientos’
es la expresión de la verdad, se está imponiendo la creencia desquiciada
de que podemos prescindir de nuestra realidad biológica, borrar las diferencias
sexuales y elegir nuestro ‘género’ dentro de
un supermercado de ofertas tentadoras que atienden nuestros ‘sentimientos’ específicos. Esta noción aberrante
de ‘autodeterminación de género’, infiltrada venenosamente en las nuevas
generaciones a través de la propaganda sistémica, está a punto de ser
reconocida legalmente en nuestro país, después de que en otros haya infligido
una pavorosa devastación antropológica. Una
devastación de la que son plenamente conscientes muchos de nuestros ‘intelectuales’ progresistas, que sin embargo
callan ignominiosamente, por temor a ser estigmatizados.
He estado escuchando testimonios
de diversos niños y adolescentes que proclaman su anhelo de escapar de la
cárcel de su propio cuerpo. Resulta evidente que todas sus expresiones
son estereotipadas e inducidas, como si se
hubiesen aprendido de memoria un guión; resulta evidente que son muchachos con
carencias afectivas, con graves desequilibrios emocionales, que han hallado en la propaganda sistémica el refugio a sus cuitas que no han podido procurarles una familia,
un maestro, un amigo (porque los canallas que manejan la propaganda
sistémica se han preocupado antes de destruir todos los vínculos, para poder depredar más fácilmente a estos
muchachos desnortados). La conquista de la identidad personal, que siempre ha
sido una aventura desgarradora para el adolescente, se resuelve así de un modo
aparentemente fácil, brindando un abanico inagotable de ‘identidades de género’ hechas a la medida de su ‘sentimiento’. Y se imbuye en el adolescente la
idea quimérica de que, con ayuda de tratamientos
hormonales y cirugías ‘transformadoras’, su ‘sentimiento’ se hará
realidad, imponiéndose sobre la tiránica biología.
Estamos permitiendo –por desidia
o por miedo– que una patulea de depredadores, discípulos de Mengele, aprovechen el
desconcierto en que vive toda una generación de niños y jóvenes (en quienes, al
desconcierto natural propio de la edad, se suma el desconcierto inducido por la
demolición de los vínculos) para instilarles ‘sentimientos’
de disgusto y malestar con su propio cuerpo. Su objetivo es crear una industria de las ‘identidades de género’, para lo que necesitan ‘fidelizar’
a sus víctimas desde una edad muy temprana. Primeramente, sometiéndolos
a una ‘educación sexual’ que les imbuya la
idea desquiciada de que la expresión de su sexualidad admite una ‘diversidad’ inagotable de expresiones de ‘género’ que conviene explorar, que conviene
probar, que conviene hacer propias, para que sus ‘sentimientos’
se expresen plenamente. Pura ingeniería social que, como nos anticipó Huxley, se logra moldeando
las conciencias.
Y todo este proceso de ingeniería
social se acompaña de medidas legales que se esfuerzan en rebajar la edad
permitida para la aplicación de terapias hormonales, incluso bajo riesgo
para los padres de perder la tutela de sus hijos si se oponen a su aplicación.
Y a la inoculación de hormonas seguirá la práctica de cirugías y amputaciones
que conviertan a esos jóvenes en consumidores
perpetuos a merced de las empresas farmacéuticas y biomédicas que dan satisfacción a sus ‘sentimientos’. Porque el ‘transgenerismo’
que impulsan estos discípulos de Mengele es la última estación del
consumismo desaforado, que se funda siempre en la creación de necesidades
artificiosas: y como ya no basta con convertir el planeta entero en pasto de la
codicia, necesitan convertir el cuerpo en el último nicho de mercado,
ofreciendo un bazar de ‘identidades de género’ que
permitan someter la realidad biológica al capricho de
‘sentimientos’ que han sido previamente inducidos.
Se trata de exacerbar los
desconciertos que jalonan el descubrimiento de la propia sexualidad, para poder
luego rentabilizarlos. De ahí que el transgenerismo esté
recibiendo el apoyo del reinado plutocrático mundial, que a la
vez que aplaude las legislaciones que exaltan el ‘sentimiento’
se asegura, mediante la propaganda de los medios de cretinización de
masas, un clima pastueño de aceptación social que admita una devastación
antropológica sin precedentes. Porque nunca debe olvidarse que estos nuevos
discípulos de Mengele, envueltos hipócritamente en la bandera de la defensa de
las ‘minorías’, son perros caniches de la
plutocracia.
Publicado en XL Semanal.
Por: Juan Manuel de
Prada
No hay comentarios:
Publicar un comentario