Con la pretendida intención de «adaptar el sistema educativo a los retos y desafíos del siglo XXI», nuestros próvidos gobernantes se disponen a introducir nuevas asignaturas en la enseñanza secundaria, entre las que se hallan ‘Educación en valores cívicos y éticos’, ‘Digitalización’ o ‘Economía y Emprendimiento’, todas ellas además abordadas con «perspectiva de género».
Naturalmente, a nadie se le
escapa que estas presuntas asignaturas aspiran a moldear
conciencias. Decía Leibniz que «el dueño de la educación es el dueño del mundo». En
una correcta interpretación de la frase, todo sistema educativo sano debería
esforzarse por hacer dueños de la educación a sus destinatarios, que serán
quienes mañana tengan la responsabilidad de guiar el mundo. Pero es achaque
de todas las tiranías que en el mundo han sido erigirse
en dueñas de la educación; precisamente porque saben que, al arrebatar el
control sobre la educación, se aseguran el control sobre el mundo. La fractura
de la educación nace cuando el poder establecido, en su afán por adueñarse del
mundo, viola el derecho que asiste a los padres para elegir la educación que
desean para sus hijos. El poder establecido no está hecho para ser pedagogo,
sino para asistir y estimular la pedagogía; no está hecho para ser dueño del
mundo, sino para garantizar que quienes son sus legítimos dueños lo sean de
forma efectiva. Cuando el poder establecido, en su pretensión monopolizadora,
aspira a convertirse en dueño de la educación, no hace sino incurrir en
una tentación totalitaria.
Y esa tentación totalitaria se
muestra de modos muy diversos; el más sibilino de todos ellos consiste en hacer
ininteligible el mundo, o en ofrecer una interpretación sesgada del mundo que
satisfaga sus intereses. Una de las fallas más preocupantes de nuestro sistema
educativo atañe, precisamente, a la sustitución de un saber que proporcione un
conocimiento en profundidad del mundo por un saber puramente
utilitario (‘Digitalización’,
‘Economía y Emprendimiento’), cuando no por el puro adoctrinamiento (‘Educación
en valores cívicos y éticos’). Así debe explicarse el menoscabo que,
desde hace ya demasiado tiempo, sufren las Humanidades. Sólo el conocimiento
del pasado permite una mirada comprensiva sobre la realidad presente; cuando
ese conocimiento del pasado se escamotea, la realidad presente se convierte en
un carrusel aturdidor. Cuando ignoramos nuestra genealogía cultural, nos
convertimos en seres desvalidos arrojados a la intemperie; y nuestra
fragilidad, nuestro desconcierto ante un mundo que no alcanzamos a comprender,
nos hace también más fácilmente manipulables.
No se puede avanzar en el conocimiento de la realidad, no se puede
establecer un contacto comprensivo con esa realidad sin unos cimientos que nos
aporten una idea sobre su significado. Y esos cimientos los proporcionan las
Humanidades: la Historia, el Latín, la Filosofía no
son meros ornamentos educativos; son la entraña misma de la educación.
Cuando esa entraña se vacía, la realidad a la que pertenecemos, la realidad de
la que procedemos, se torna incomprensible; y, desvinculados de
esa realidad, nos convertimos en átomos perdidos en la inmensidad de
un vacío que no pueden llenar otros conocimientos supletorios, mucho menos
forzadas disciplinas concebidas con un inequívoco designio adoctrinador.
Resulta sumamente revelador que
el ocaso de las Humanidades coincida con el advenimiento de estas nuevas
disciplinas utilitarias o adoctrinadoras. Y es que, cuando previamente se ha
arrebatado el sentido del mundo a quienes deberían ser sus dueños, es preciso
inculcarles un sentido nuevo o inventado. A quien ignora la Historia es mucho
más fácil adormecerlo con leyendas; a quien desconoce las corrientes
filosóficas que han permitido la configuración del estatuto humano es mucho más
sencillo imbuirlo de paradigmas culturales de nuevo cuño. Y, en fin, a quien le
ha sido arrebatada la posibilidad de construir su visión del mundo sobre los
cimientos que proporcionan las Humanidades resulta mucho más practicable
convertirlo en víctima de la ‘homologación
gregaria’ propia de cada
época. Una educación que arrincona las Humanidades es una educación
expropiadora, que condena a quienes deberían ser dueños del mundo a la
condición de náufragos, arrojados a la vorágine de mil fuerzas
externas -tendencias, modas, inercias- cuyo común denominador es la alienación.
Y así quienes tendrían que ser
los legítimos dueños del mundo se convierten en esclavos del poder establecido.
Publicado en XLSemanal.
Por: Juan Manuel de
Prada
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