La pregunta más bien
debería ser: ¿Quién te crees que eres para no juzgar?
Por: Álvaro Molina | Fuente: CatolicoDefiendeTuFe.org
Caso hipotético, aunque lamentablemente muy real
en muchos casos: «Mi sobrina tiene sexo con hombres
casados a cambio de dinero o cosas como celulares, zapatos o ropa nueva. Pero
¿quién soy yo para juzgar? No soy quien para andar viendo la paja en el ojo
ajeno. Total que Dios es amor.»
Cuando se trata de corregir a alguien que está
haciendo mal, muchos prefieren callar y, para aquietar sus conciencias,
recurren al ya muy conocido y siempre muy mal entendido «no juzgar» que
encontramos en San Lucas 6,37.
"No juzgar" se ha
convertido en el tapabocas favorito que el mundo usa para silenciar cualquier
opinión que señale alguna situación reñida con la moral, y sobre todo cuando se
trata de situaciones de pecado, que ofenden a Dios. De esa forma, "no juzgar" se usa para proponer
silencio, y hasta inacción cómplice de parte nuestra ante cualquier tipo de
situación. Muchas veces la combinación de mordaza/atadura con que pretenden
matizar el no juzgar, va acompañada de otros elementos como "no mirar la paja en el ojo ajeno", o el
"respeto humano", el cual intentan
usar como barrera para que se permitan toda clase de situaciones, sin que haya
el menor cuestionamiento. También está el caso de pretender disfrazar
situaciones cuestionables como "derechos".
Un ejemplo no muy hipotético. «Mi primo, que está casado, tiene una amante diferente
cada quince días. Son mujeres hermosas que él conquista con regalos caros. Pero
no debo decirle nada porque ¿quién soy yo para juzgar? Total que yo también
tengo mis defectos, y además debo respetar su vida privada. Esas son cosas que
él debe arreglar con su esposa y uno debe respetar a los demás. Además que él
tiene derecho a gastarse el dinero que el gana como a el mejor le
parezca.»
Quienes recurren a «no juzgar» casi siempre
desconocen lo que Jesús dice en San Juan 7,24. Algunos, incluso cuando
finalmente leen ese pasaje, se cierran totalmente a la razón y huyen a
esconderse en su habitación del pánico, que está rotulada con «no juzgar». También recurren al famoso “respeto humano”. Siempre argumentan que hay que
respetar, que el respeto es la paz, respeto, respeto y más respeto. El santo
cura de Ars, San Juan María Vianney, se refirió al respeto humano con estas
palabras: «Maldito respeto humano, que arrastras
tantas almas al infierno.» Esas actitudes “respetuosas”,
que algunos adoptan ante el pecado, ya sea por cobardía o por
complicidad, no son más que parte del arsenal de pretextos para condonar el
pecado. Muchos incluso hacen llamado a la tolerancia, perdiéndose por completo
en el asunto, ya que el pecado no debe recibir tolerancia alguna. Los
cristianos debemos ser siempre tolerantes con todos nuestros hermanos, pero
tenemos que ser implacablemente intolerantes contra el pecado.
Una cosa es el ladrón y otra cosa es el pecado
de robar. Una cosa es el homosexual y otra cosa es el pecado del acto
homosexual. Una cosa es el adúltero y otra cosa es el pecado del adulterio. El
ladrón, el homosexual, el adúltero, y todos los demás pecadores, tenemos las
puertas de la Iglesia abiertas, para que cambiemos, para que trabajemos por
abandonar el pecado, para que perseveremos en alcanzar la salvación. La Iglesia
recibe siempre a los actores, o sea a los pecadores, por muy malos que sean,
pero le cierra las puertas a los malos actuares, o sea al pecado.
Todo aquel que entre a la Iglesia, pero que no
abandone el pecado, que no cambie ni busque cómo alcanzar la santidad, perderá
su alma y se condenará. Si el ladrón no deja de robar, aunque llegue a misa
todos los días, se condenará. A pesar de que la salvación es para todos, Jesús
exige un cambio. Sin ese sincero cambio de corazón, no habrá salvación. A eso
se refiere Jesús cuando nos dice que debemos volver a nacer, o sea que debemos
descartar las cosas viejas que nos sirven de estorbo para alcanzar la
salvación, y ser nuevas personas en Cristo (San Juan 3,5-7).
El pecado es lo que no tiene cabida dentro de la
Iglesia. Al pecado siempre se le cerrará la puerta. Además, el pecado siempre
debe ser señalado, con caridad, para corregir al pecador de forma fraterna, a
fin de ayudarle a salvarse.
Si alguna vez te preguntaste «¿Quién soy yo para juzgar? Más bien pregúntate por qué
no habrías de juzgar. Nosotros podemos y debemos juzgar las acciones y, de
llegar a la conclusión de que se trata de pecados, debemos corregir
fraternalmente a nuestros hermanos, y debemos llamar al pecado por su único
nombre: pecado. Debemos evitar los eufemismos que pretenden presentarnos
el pecado bajo la falsa protección del "respeto"
o bajo el disfraz de "derechos".
El único juicio que tenemos prohibido es el de
condenar a un pecador. No tenemos la autoridad para excluir a nadie de la
Iglesia, sin importar cuál sea su situación. No podemos cerrarle la puerta a un
pecador solo porque nos escandaliza el tipo de pecado que lo tiene esclavizado.
Debemos perdonar, una y otra vez, y debemos perseverar en la corrección. No
podemos abstenernos de decirle a un alcohólico que embriagarse es pecado.
Tenemos que decírselo, y tratar de ayudarle en lo que se pueda. No podemos
simplemente callarnos y pensar «¡Es un borracho,
irá directo al infierno!». En San Lucas 6,37 tenemos prohibido hacer esa
clase de juicios en contra de nuestros hermanos. Y también tenemos prohibido
contemplar de lejos a nuestros hermanos que estén sumergidos en pecado. En San
Juan 7,24 tenemos la orden de juzgar el pecado, para salvar al pecador.
Si te preguntas «¿Quién
soy yo para juzgar?» Recuerda que la pregunta más bien debe ser: Y tú, ¿Quién te crees que eres para no juzgar? Recuerda
estos pasajes:
San Juan 7,24:
«Juzguen con juicio justo.»
«Juzguen con juicio justo.»
Ezequiel 33,7-9:
«A ti, también, hijo de hombre, te he hecho yo centinela de la casa de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si yo digo al malvado: «Malvado, vas a morir sin remedio», y tú no le hablas para advertir al malvado que deje su conducta, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta, y él no se convierte, morirá él debido a su culpa, mientras que tú habrás salvado tu vida.»
«A ti, también, hijo de hombre, te he hecho yo centinela de la casa de Israel. Cuando oigas una palabra de mi boca, les advertirás de mi parte. Si yo digo al malvado: «Malvado, vas a morir sin remedio», y tú no le hablas para advertir al malvado que deje su conducta, él, el malvado, morirá por su culpa, pero de su sangre yo te pediré cuentas a ti. Si por el contrario adviertes al malvado que se convierta de su conducta, y él no se convierte, morirá él debido a su culpa, mientras que tú habrás salvado tu vida.»
Levítico 19,17:
«No odies en tu corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que no te
cargues con pecado por su causa.»
Santiago 5,20:
«Sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma [la del pecador] de la muerte y cubrirá multitud de pecados»
«Sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma [la del pecador] de la muerte y cubrirá multitud de pecados»
San Mateo 18,15:
«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.»
«Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.»
Gálatas 6,1:
«Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado.»
«Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado.»
Recuerda que tenemos terminantemente prohibido
juzgar al pecador, pero tenemos la obligación ineludible de juzgar y condenar
al pecado, y también tenemos el deber de usar la corrección fraterna, para
salvar el alma del pecador.
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