Durante estas
festividades, ¿estamos dispuestos a compartir sinceramente?
Por: Lcdo. Víctor Cárdenas Negrete | Fuente: Revista Vive!
Desde siempre he tenido en mente los días
previos a la Navidad, se podría decir que en casa de mis padres existía todo un
ritual: debíamos primero guardar la imagen de Cristo Rey que se exhibía en la
ventana de nuestra casa junto a las banderas de la ciudad y del Ecuador. Luego
empezábamos a desempolvar todos los cartones con los arreglos navideños, con el
árbol y las luces incluidas. Entretanto mis hermanos y yo nos disponíamos a
pasar un fin de semana en familia con este “proyecto”
liderado por mi papá a cargo del árbol de Navidad y mi mamá del
Nacimiento. Era realmente un tiempo pedagógico, desarrollábamos habilidades de
paciencia, organización, colaboración y apreciación estética por decirlo menos…
porque debía quedar hermosa la escena de Belén.
UN TIEMPO PARA GUARDAR EN EL CORAZÓN
¿Qué es lo que más recuerdo
y aprecio de esas épocas? Pues indudablemente estar junto a mi padre,
imitando sus movimientos y esmeros por enderezar el árbol y reemplazar cada
foquito quemado o flojo de la guirnalda de luces. Realmente eran horas de
trabajo, con mucho polvo y calor incluido, pero estábamos felices en familia,
con nuestros hermanos y a veces hasta con los vecinos. Lo mismo pasaba con mamá
y su compra del musgo para el nacimiento (que hoy lo considerarían
antiecológico). Cómo penetraba por la nariz ese olor de humedad que anunciaba
que llegaban las fiestas de Navidad, que coincidía con las primeras lluvias y
los primeros brotes de los guayacanes.
No había espacio para la discordia, a lo sumo
opiniones diversas sobre el lugar donde armaríamos el árbol, que se difuminaban
en la alegría al comprar un nuevo juego de luces, ¡todo
era tan sencillo! Días después se pensaba en la cena navideña, en cómo
presentar al Niño en la Misa de Gallo y qué regalo recibiríamos de la carta al
Niño Dios.
¿Y EL ESPÍRITU NAVIDEÑO?
Nada más distante a lo que vemos, escuchamos y
sentimos hoy en las proximidades de las fiestas. No es solo que ya nadie habla
de Cristo Rey, sino que hasta tenemos que soportar los monstruos y fantasmas de
Halloween, en medio de un sincretismo comercial-religioso que anticipa la decoración
navideña y confunde especialmente a los niños que ya no alcanzan a distinguir
su significado.
Este escenario se complica cuando las ofertas de
Black Friday invaden los medios de comunicación y no permiten apreciar el
verdadero carácter de esta celebración religiosa. No podemos darnos el lujo de
desperdiciar un tiempo tan hermoso para hablar, abrazar, cantar y sonreír junto
a nuestra familia. No nos inundemos de cintas de colores y papel de regalo, que
acaban en la basura o de juguetes tan diversos y costosos, que a la semana
termina novedad.
De la misma manera echamos nuestros sentimientos
y vivencias familiares, al tacho de basura. No recordamos el regalo de amor que
nos hace Jesús (sin entrar en detalles teológicos), basta con comprobar la paz
y el amor que se respira en los hogares cuando viven de corazón la Navidad.
Este es un tiempo de preguntarnos si lo estamos aprovechando o no, no por falsa
piedad ni folclor, sino por nuestra familia y la oportunidad de amarnos
nuevamente en la sencillez del Niño que se nos regala.
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