El sentido verdadero
y profundo de la celebración navideña.
Por: Gustavo Daniel D´Apice | Fuente: Gustavo Daniel D´Apice
Más que una simple reunión familiar, que en
estos tiempos ya es mucho, san Bernardo dice que podemos distinguir Tres
Venidas del Salvador: la histórica de Belén, la
última al final de los tiempos, y la intermedia entre estas dos.
Una es la histórica, cuando apareció pobre y
humilde en Belén, habiendo comenzado ya el misterio de la Encarnación, naciendo
junto a María y a José, sus padres virginales, entre los animales y su cálido
aliento (el burrito y el buey de Is. 1,3), y siendo visitado para adorar
primero por los pastores, representantes del pueblo elegido, y luego por los
magos de oriente, en quienes estamos simbolizados todos los que no pertenecemos
al antiguo pueblo de Israel, asociándose en el Anuncio Gozoso los ángeles del
cielo de Lucas 2, 13-15 y los elementos de la naturaleza (la estrella que guió
a los magos astrólogos de Mateo 2,10).
Ésta es la época en que recorrió los
polvorientos caminos de Palestina: Nazareth, Galilea, Jerusalén, anunciando la
Buena Noticia del Evangelio y realizando portentos y milagros. Cuando fue
injustamente juzgado y condenado. Burlado, crucificado, muerto y sepultado.
Pero resucitando glorioso, inmortal, incorruptible, repleto de luz, con un
cuerpo de suma claridad, ágil, y sutil, al Tercer Día.
La Última Venida es la que llamamos “la Segunda Venida Gloriosa”. Es también lo que se
llama “el fin del mundo” o el “Juicio Final”, que lejos de ser catastrófico,
será un día de dicha sin fin, en que los muertos resucitarán incorruptibles y
el universo será transformado e inmortalizado, gozándonos en la contemplación
de Dios y en la compañía de unos con otros, donde no existirá ya el llanto ni
el dolor, y donde no habrá ninguna maldición. No existirá la noche, porque el
Señor Dios será la Luz Eterna, tal como se dice en los últimos capítulos del
Apocalipsis, principalmente desde el número 21, donde se narran los “Cielos nuevos y la tierra nueva”: El mundo creado bueno
en un principio, no está destinado al fracaso y a la destrucción, sino a ser
inmortalizado desde dentro, y renovado con una claridad superior e
incorruptible. Jesús aparecerá glorioso así como ahora está, resucitado
con su propio cuerpo y lleno de “Poder y Majestad”,
en su postrera y definitiva manifestación, llamada también “Parusía”, es decir, Venida Final.
Entre estas Dos Venidas, está la Venida
Intermedia. Ésta todos la podemos percibir (no sólo los “elegidos”), y es cuando Jesús nos visita para darnos algún
consuelo, cuando nos da una sensación intensa de felicidad interior, o de
seguridad, o de ternura inefable, o de dicha no por las cosas terrenas
solamente, sino por un consuelo celestial. Principalmente, sí, la perciben sus
amigos íntimos, esos que le abren la puerta cuando Él golpea, y cenan con Él,
según el Apocalipsis 3,20. De éstos tenemos que tratar de ser. Esta Visita se
percibe cuando se quiere cumplir su Voluntad, lejos de la corrupción y de la
coima, de la deshonestidad y de la lujuria, del robo y de la mentira. Se está
cerca de experimentarla cuando se transita el camino de las virtudes.
María acompañó fielmente la Primera Venida
histórica, desde el fiel consentimiento cuando le dijo que “-Sí” al Ángel que le anunciaba que sería la Madre
de Dios (en la “Anunciación”), hasta
ofrecerlo al Padre en el Altar de la Cruz, donde de pie y sin desesperarse,
aunque con un dolor afligido, entregó a su Hijo para la salvación de todos.
También la Virgen vendrá con Jesús en la Segunda
Venida Gloriosa al final de los tiempos, ya que es la única de la que podemos
asegurar con plena fe que está glorificada corporalmente con Jesús. Así
estaremos nosotros, y lejos de ser una contemplación estática y aburrida,
también el cuerpo gozará de las alegrías del Cielo.
Y en la Visita Intermedia, que continúa la
Primera Venida en la pobreza humilde de Belén y prepara la Majestad de la
Segunda, también está presente la Madre, ya que con la fuerza irresistible de
su intercesión nos procura la unión con Jesús, fuente y cumbre de nuestra
única, auténtica y verdadera felicidad.
Para gozar de una Verdadera Navidad con las Tres
Venidas de Jesús, el camino es permanecer unidos a María, y, por qué no,
también a José, su padre virginal, semejante a María en todo.
Ellos nos transportarán a la dulzura inenarrable
de Belén, nos prepararán con una esperanza gozosa e inclaudicable para la
Majestad de la Segunda Venida, y nos proporcionarán la experiencia espiritual
de la Visita Intermedia entre las dos, esa que nos transforma y nos cambia a
semejanza del Modelo Divino que es Jesús.
Así Nuestra Navidad será
realmente dichosa y feliz.
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