Saber cómo funciona
la tentación seguro nos ayudará a que la próxima vez no nos tome desprevenidos
y podamos hacer algo antes de que ya estemos en el pecado.
Por: Fernando de la Fuente | Fuente: Catoliscopio.com
Somos hijos de Dios que día a día buscamos ser
mejores personas, mejores amigos, mejores hijos, mejores padres, mejores
trabajadores etc… Sin embargo, en nuestra naturaleza humana existe algo
denominado, concupiscencia, sí es difícil de pronunciar pero no de entender.
Aunque tiene su sentido católico, la concupiscencia según el diccionario de la
Real Academia de la Lengua Española es el deseo de bienes terrenos o el apetito
desordenado de placeres deshonestos.
Esto nos haría creer que únicamente se refiere a
deseos que tienen que ver con el cuerpo. Si lo entendemos en un sentido
etimológico es correcto, pero como católicos creemos que es la inclinación de
nuestros ojos, cuerpo y espíritu a deseos que si nos dejamos convencer se terminan por convertir en pecado.
“No améis al mundo ni lo
que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él.”
I Juan, 2, 16
Con esta cita Juan nos explica que en conclusión
se trata de la natural atracción que sentimos hacia acciones que terminan por
hacernos daño y que comúnmente conocemos como pecado. Se estarán preguntando ¿A qué viene todo esto? Bueno, a dos puntos
importantes: el primero, sabernos naturalmente
atraídos por el pecado y segundo, conocernos cada vez mejor para saber manejar
estos deseos tratando de evitar que finalicen en pecado.
Entonces si ya entendimos que por naturaleza el
pecado nos atrae constantemente, ¿Cómo hacerle para
combatir esta atracción? Eso es exactamente lo que vamos a descubrir.
Antes del pecado está la tentación, para empezar hay que saber que la tentación
no es pecado, sólo es el preámbulo a este y se puede atacar. De hecho la
tentación la podríamos considerar como una alerta a lo que verdaderamente nos
lleva alejarnos de Dios.
Pero la tentación viene por parte del mal, por
más que la podamos considerar una alerta no significa que sea buena puesto que
a través de ella el mal nos busca convencer de terminar por cometer un pecado. Marcela Palos,
conferencista internacional, experta en temas de sexualidad, de defensa de la
vida y colaboradora de Catoliscopio con su programa Latte Dos, platicó que la
tentación tiene tres fases:
LA OPCIÓN PECAMINOSA
La primera es la presentación de la opción
pecaminosa. En ese momento empieza a jugar con nuestra mente para que eso que
estamos a punto de cometer parezca atractivo, que nos llame la atención por lo
que nos va a hacer sentir. Lo plantea como si fuera un banquete que debemos
experimentar por obligación invitándonos a olvidar que el único banquete que
hay es el cuerpo de Cristo.
En esta parte es fundamental ponerle un alto,
como quien dice estamos a tiempo de recapacitar. Debemos estar conscientes de
cuando estamos viviendo este momento para distraernos haciendo algo productivo.
Si por ejemplo, estás a punto de empezar a ponerte ebrio cuando estás tomando
con tus amigos o amigas, levántate a jugar un juego de mesa o físico, algo que
te distraiga de estar pensando en cometer eso que el diablo te está
proponiendo.
CONFUNDIR TU MENTE
“Que tanto es tantito”,
“Soy chavo es parte de la juventud”, “Todos lo hacen”, son
algunas frases que suelen rondar por tu mente cuando te encuentras en estos
momentos difíciles, de hecho hay una frase que es sumamente peligrosa: “Después me confieso”, claro que en nuestra plena
conciencia sabemos que estaríamos cometiendo un grave error al pensar que Dios
va a estar ahí sin importar lo que hagamos. Y sí está, pero eso no nos da
derecho de jugar con su misericordia, Dios nos ama y nos da un valor único, por
ello estamos obligados a darle también su lugar a nuestro Padre.
Quizás en este punto nos olvidamos de todo lo
que Dios ha hecho por nosotros, nos empezamos a convencer que no pasara nada si
cometemos una falta, empezamos a caer en el juego del mal, como dicen “ya estamos más pa allá que pa acá”, pero no hay
nada que la fortaleza de Dios no pueda lograr. Cierra tus ojos, pide la
intercesión de la virgen, reconócete pecador y pide que las tentaciones se
alejen, estas a tiempo.
LA INSENSIBILIDAD ANTE LA DIVINIDAD DEL PLAN DE DIOS
La tercera etapa, es cruel y despiadada, nos
arrebata la sensibilidad ante la divinidad del plan de Dios. El mal en este
punto de la tentación comienza a minimizar el mal que nuestro pecado pueda
ocasionar. “No pasa nada”, “Siempre he salido
adelante” pueden ser oraciones que ronden por nuestra mente. Aléjalas,
seamos conscientes que no podemos retroceder en algo que ya hemos avanzado
relevantemente. Tal vez hay un pecado que cometes frecuentemente, es una
batalla derribarlo, pero es posible estando en gracia y cerca de Dios.
Todo mal por más mínimo que sea terminará por
afectarnos pero también afecta nuestra integridad como personas. Todo tiene
repercusiones, nuestras malas decisiones tiene consecuencias, eso que en el
momento te empieza a parecer poco grave después puede que cause o desemboque
otros problemas. Sí, hay pecado veniales y mortales, pero los dos atentan
contra el plan de Dios, no te dejes seducir por lo terrenal. El mal, mal hace,
no lo minimices, no te dejes.
Saber cómo funciona la tentación seguro nos
ayudará a que la próxima vez no nos tome desprevenidos y podamos hacer algo
antes de que ya estemos en el pecado. Pidámosle a Dios inteligencia y
consciencia para saber en qué momento la tentación está cercana y que nos
permita actuar ante ella con los consejos que te hemos compartido, pero
sobretodo con oración, en el instante es el arma más poderosa. Y recuerda ser
tentando no es pecar, simplemente es el camino que nos conduce al mal, pero no
todo está perdido, es el momento perfecto para aferrarte a Dios.
El desprendimiento, el espíritu de pobreza, la
distancia marcada con respecto a los placeres serán las que nos ayuden frente a
la concupiscencia, no la podremos erradicar completamente de nuestra naturaleza
pero si podremos controlarla y enfrentarla cuando se presente. Y recordar que
estamos llamados a la santidad y que mientras más trabajas por ella más serás
atacado, tendrás más tentaciones incluso que cuando te dejas llevar por el
mundo y su corriente.
No hay nada que la misericordia y el amor de
Dios no puedan hacer por ti, sólo basta entregarse, pedir se realice su
voluntad y estar atento a su voz que nos llama cada segundo del día para actuar
según su plan.
Acude a una misa entre semana, reza un rosario,
asiste a hora santa, haz obras de caridad y tu espíritu se fortalecerá para
esos momentos en los que acecha el mal y nos quiere hacer daño.
Ora, ora y ora,
verás que el pecado cada vez estará más lejos de ti y tu más cerca de Dios.
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