Si se prescinde de
la dimensión personal y espiritual que le son inherentes, existe un riesgo real
de reducir la reproducción del hombre a una actividad fabril, indistinguible de
otras producciones, y por lo mismo, optimizable y hasta sustituible por
procesos artificiales.
Recientemente, el especialista
en edición genética He Jiankui, de la Southern University of Science and
Technology of China, comunicó el nacimiento de gemelas cuyos genomas habían
sido manipulados. Específicamente, se les inactivó el gen
CCR-5, relacionado con la susceptibilidad de las células humanas a la infección
por el virus del VIH. Estos resultados no han sido corroborados por un
observador independiente, ni se han publicado en una revista científica, aunque
en una conferencia He insistió en la veracidad de los mismos, y añadió que
viene otro niño en camino sometido a la misma intervención.
La técnica aplicada por el Dr.
He, conocida como CRISPR-Cas9, en uso a nivel experimental desde 2013, es una
herramienta sofisticada y prometedora, por cuanto permite «editar» genes, ya sea agregando,
interrumpiendo o cambiando secuencias específicas del ADN. La estrategia
planteada hasta la fecha en el ámbito de la biomedicina humana contempla la
extracción de células con capacidad proliferativa (esto es, capaces de
multiplicarse) de pacientes, para modificarlas genéticamente mediante la
técnica CRISPR-Cas9 y luego reimplantarlas en el sujeto. El resultado esperado,
aunque todavía no logrado, es que las células editadas proliferen y suplan el
(los) defecto(s) que padece la persona en cuestión.
Se han planteado varios
reparos a los experimentos del Dr. He. En efecto, la aplicación de una
tecnología como esta, todavía en desarrollo, en embriones humanos sanos carece
de justificación, más aún si se considera que la edición genética a la que
fueron sometidos tampoco los protege del todo contra la infección del virus VIH
(pues este puede infectar las células del sistema inmune humano por otras
vías). Además, se ha observado que los padres aceptaron la intervención de sus
hijas a cambio de recibir gratuitamente una fertilización in vitro, lo que
contraría las normas que regulan los incentivos a la participación en
investigaciones biomédicas. Finalmente, emerge el fantasma de la eugenesia, por
cuanto nada impediría, al menos en principio, editar genes no ya con fines terapéuticos,
sino con vistas a obtener «mejoras«.
Estos reparos son legítimos,
pero el episodio puede ser también la ocasión para repensar el marco de acción
aceptable que le compete a la medicina y a la técnica en la reproducción y en
los estados iniciales de la vida de la persona humana. Ciertamente, la idea de
una manipulación eugenésica del hombre resulta especialmente contraria al ideal
meritocrático que inspira a las sociedades contemporáneas, pero cabe
preguntarse si no es ese un corolario posible de la creciente instrumentación
de que ha sido objeto el acto generativo humano.
Si se prescinde de la
dimensión personal y espiritual que le son inherentes, existe un riesgo real de
reducir la reproducción del hombre a una actividad fabril, indistinguible de
otras producciones, y por lo mismo, optimizable y hasta sustituible por
procesos artificiales. Visto así el asunto, nada más natural que perseguir lo
que todo fabricante busca en su quehacer, esto es, calidad y eficiencia. ¿Y qué mejor que una técnica como la edición genética
para ello? Como se ha señalado en una prestigiosa revista, la mayoría de
los expertos en el área veían como inevitable que alguien utilizara la
tecnología CRISPR-Cas9 en embriones humanos. La falta del Dr. He parece residir
no tanto en lo que hizo, sino en cómo y cuándo.
Algunos piensan que es
necesario conformar una instancia internacional que regule la edición genética
de embriones humanos. Quizás antes que eso, sería bueno que, por una vez, nos
detengamos a reflexionar sobre lo que estamos haciendo.
Juan Eduardo Carreño
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por
El Mercurio
Tomado de Viva Chile
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