El sacerdote más cercano está a 800
kilómetros, y la comunidad es viva y querida en la zona.
El padre Michael Shields lleva ya 25 años en esta
misión en el extremo oriente de Rusia.
Lleva 25
años como misionero en el extremo más oriental de Siberia, un lugar donde
apenas hay nada, pero es precisamente ahí donde tiene claro que Dios le ha
llevado a vivir su ministerio. El padre Michael Shields es un sacerdote proveniente de la Archidiócesis de
Anchorage, en Alaska, que dio el salto a Rusia para atender a la casi
testimonial comunidad católica que hay en este lugar.
Magadán
no es un lugar cualquiera. Fue una
ciudad fundada por la Unión Soviética en 1930 y que se convirtió en un enorme gulag donde miles de personas murieron
trabajando en los campos de trabajo de Stalin. Se estima que más de 2
millones de prisioneros murieron en estos campos de la zona de Kolyma.
UN LUGAR
RECÓNDITO DONDE MATARON A MILES DE PERSONAS
En este
lugar aislado y donde la ciudad más próxima está a 1.500 kilómetros de
distancia quiso establecerse este misionero, donde una buena parte de sus pocos feligreses son supervivientes de estos gulag
o bien sus descendientes.
En 1989
siendo un joven sacerdote vio como caía
el Muro de Berlín y comenzaba la perestroika que puso fin a la Unión Soviética. Junto
con su arzobispo visitó entonces un antiguo campo de prisioneros para celebrar
allí la primera misa en décadas. Era precisamente Magadán.
LA
LLAMADA DE DIOS
Esta
ciudad se quedó en su corazón y en 1990 durante unos ejercicios espirituales de
San Ignacio, el padre Michael sintió una llamada de Dios. “Ve y reza en estos campos”. Asegura que fue tan claro cómo cuando supo que
tenía que ser sacerdote. A partir de aquel momento sabía que su misión estaría
en ir a Siberia, concretamente en Magadán, para ofrecer su vida por todos
aquellos que fueron enviados allí para morir.
“Por regla general fueron detenidos cuando eran muy jóvenes; les
enviaron a los campos de prisioneros para buscar oro u otros minerales. Muchos de ellos eran creyentes; fueron
arrestados por motivos políticos, eran prisioneros políticos. Muchos de ellos
fueron condenados a entre 10 y 25 años en los campos de prisioneros. Una
condena de diez años era prácticamente sinónimo de pena de muerte. Todo aquel
que sobrevivió más de diez años, o incluso los diez años, era un milagro. Entré
en relación con ellos cuando visité los campos de prisioneros. No sabía que en Magadán vivían personas que
había sobrevivido a esos campos de prisioneros. Eran exilados; tuvieron
que quedarse en Magadán y allí fundaron familias. Una joven católica, que
estaba escribiendo su tesis doctoral, me presentó a los supervivientes, que no
eran conscientes de que había otros supervivientes, hombres y mujeres”, explicaba a Ayuda a la Iglesia Necesitada.
EL
SACERDOTE MÁS CERCANO ESTÁ A 800 KILÓMETROS
Le costó
dos años más pero al final logró convencer a su arzobispo para que le
permitiera ir a Rusia. Y allí sigue desde entonces. 25 años después ejerce su ministerio en una zona en la que el sacerdote
católico más próximo está a 800 kilómetros.
En una
entrevista en el Catholic News Service,
afirma que su misión “no
es Occidente ni Oriente. Son ambas cosas”.
Actualmente, hay unos 250 católicos en esta misión aunque cada domingo acuden a
misa no más de 90. Aún así asegura que entre los católicos de la zona que “no hay un corazón o un alma que no conozca
profundamente”. Aunque no haya sacerdotes cerca ni más iglesias confiesa
que los miembros de la misión “son mi familia. Así
es como lo veo”.
Mucho ha
cambiado la misión desde que se el padre Shields se instalara en Magadán en
1994. Poco a poco una pequeña parroquia
fue creciendo alrededor de este sacerdote y de la oración que desde
muchos lugares del mundo.
UNA
PARROQUIA EN CRECIMIENTO
Este
misionero, que vive la espiritualidad del beato Charles de Foucauld, empezó con una capilla que estaba instalada
en una habitación de un apartamento. Pronto se quedó pequeña y con la
ayuda de muchos amigos suyos se pudo construir la bella iglesia de la
Natividad, donde ahora se concentra la misión pero también importantes obras
sociales.
En la
parroquia realiza un ministerio con las madres embarazadas que lo necesitan así
como otro específico para las personas que aún viven y que sobrevivieron a los
horrores de los campos de prisioneros. Antes de ir a Rusia había trabajado con
una organización provida en Estados Unidos y en Magadán empezó a realizar retiros para mujeres que necesitaban sanar sus heridas
por el aborto. De hecho, sólo entre cuatro mujeres que acudieron tenían
a sus espaldas 47 abortos.
Otro
programa para madres e hijos les proporciona alimentos, medicamentos, ropa y
ayuda espiritual, gracias en buena parte por la ayuda que distintas
organizaciones católicas envían a Rusia. Muchas madres jóvenes presentan entre lágrimas a este sacerdote los niños
que han nacido gracias al esfuerzo de esta pequeña comunidad católica.
LOS
"TESOROS" DE ESTE MISIONERO
Luego
están los que el padre Michael Shields llama sus “tesoros”: aquellos reprimidos que sufrieron por su fe en
el gulag. Muchos han acudido a Dios y los que sobreviven están contentos porque
podrán tener un entierro cristiano. Esto es lo que les hace felices.
La
espiritualidad de aquellas personas que estaban en el gulag le ha impresionado
enormemente. “He
mantenido, probablemente, más de cien conversaciones con esos hombres y esas
mujeres. Hablan de dos realidades claras.
Una de ellas es la oración. Rezaban siempre y rezaban en silencio. Ni siquiera
movían los labios al rezar, pues eso podía causar sospecha. La otra realidad es
que, cuando tenían la posibilidad de reunirse en grupos, se apoyaron los unos a
los otros en su fe. Una mujer dijo que nunca había vivido una Pascua tan
indescriptible como en el campo de prisioneros, cuando los guardianes miraban
hacia otro lado. Habían guardado algo de su pan y lo recolectaron para hacer
“Paska”, el pan de Pascua. Y los ortodoxos, los católicos e incluso los judíos
celebraron juntos la Pascua en su campo de prisioneros”, explicaba.
Este
misionero también recuerda que “muchos hicieron
rosarios con el pan. Por ejemplo, una mujer con la que tengo mucha amistad. Es
letona y se llama Branslava. Decidió no
comer el pan, sino hacer, de vez en cuando, rosarios con el pan. Mezclaba el
pan con la ceniza de las pequeñas estufas en los barracones y, por la noche,
hacía las pequeñas perlas y las dejaba secar. Con los hilos de su
colchón y una aguja hecha de raspa de pescado reunía las perlas y las cosía en
el dobladillo de su ropa. Después se dedicaba a catequizar. Cuando se
presentaba la oportunidad, hablaba con las personas de su alrededor sobre los
misterios del rosario. ¿Se lo puede imaginar? Están en un campo de prisioneros
y hablan de los misterios gloriosos y
gozosos, pero piensan en los misterios dolorosos, pues así era la realidad”.
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