1. Todos los Santos es una típica fiesta
cristiana, expresión de la esperanza que nos habita: lo que Dios ha realizado
en los santos lo esperamos nosotros, confiados en su amor, y lo vivimos ya
ahora: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se
ha manifestado lo que seremos… seremos semejantes a Él, porque le veremos tal
cual es" (2. lect.). También el prefacio: "y
alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita" (prefacio
I).
Las
lecturas (véase también el salmo y el prefacio) anuncian la dicha (vestiduras
blancas, palmas, cantos de alabanza; seremos semejantes a Dios y le veremos tal
cual es; dichosos vosotros, el Reino de los Cielos…) por los caminos del
seguimiento realista de Jesús ("vienen de la
gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del
Cordero"; "el mundo no nos conoce"; a los dichosos…). Si
nos llenamos el corazón de júbilo, no nos apartamos de la lucha, y si nos invitan
a mirar hacia el final de nuestra aventura, no dejan de decirnos que "ahora somos hijos de Dios" y hemos sido
marcados con el sello del Dios vivo.
El camino
de los hijos -que es el que desemboca en la gloria de la Jerusalén celestial-
no es otro que el camino del Hijo: él ha pasado por la gran tribulación, el
mundo no lo ha conocido, ha sido perseguido y calumniado. "Nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su
intercesión" (prefacio I). Todos los Santos es una fiesta familiar:
la de quienes han caminado con Jesús y ahora gozan con su dicha.
Reconocemos
en ellos a María, Pedro, Esteban, Agustín, Francisco, Ignacio… Hombres y
mujeres de carne y hueso como nosotros, que han recorrido esta tierra como
nosotros. Es como una carrera de relevos, como una procesión inmensa, la cabeza
de la cual ya ha "entrado", mientras
nosotros vamos caminando y otros empiezan a salir o esperan su turno: "para que, animados por su presencia alentadora,
luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona que
no se marchita".
J. TOTOSAUS MISA DOMINICAL
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