–He de confesar que
sabía yo muy poco de este libro. Ahora, al menos, sé algo.
–Por cierto: ¿cuánto
tiempo lleva usted sin confesar? El Señor le llama al sacramento.
–LA CIUDAD DEL DIABLO, BABILONIA, CAE VENCIDA POR
CRISTO
El mundo que adora maravillado a la Bestia, potenciada por el Diablo; el
mundo que lleva el sello de la Bestia diabólica marcado en la frente y en la mano, es figurado en
el Apocalipsis como «la
Gran Ramera», con la que han fornicado los reyes y moradores de la
tierra. Es figurada como una mujer «sentada sobre
una Bestia bermeja… Va vestida de púrpura y grana, y adornada de oro y piedras
preciosas… Sobre su frente lleva escrito un nombre: Misterio, Babilonia
la grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra… Mujer
embriagada con la sangre de los mártires de Jesús… Es aquella ciudad grande,
que tiene la soberanía sobre todos los reyes de la tierra» (Ap 17).
Un ángel bajó del cielo
con gran poder, y gritó con voz fuerte: «Cayó, cayó la gran Babilonia, y quedó
convertida en morada de demonios, guarida de todo espíritu inmundo, y albergue
de toda ave horrible y abominable». Y otra voz del cielo clama: «Sal de ella, pueblo mío… Cuanto se envaneció y entregó
al lujo, dadle otro tanto de tormento y duelo»…
Llorarán por ella espantados
los reyes de la tierra que se le habían sometido, los comerciantes que se
habían aprovechado de su efímera prosperidad: «¡Ay,
ay de la ciudad grande de Babilonia, la ciudad fuerte, porque en una hora ha
venido su juicio!… En una hora quedó devastada tanta riqueza… Un ángel poderoso
levantó una grande y la arrojó en el mar, diciendo “con tal ímpetu será
arrojada la gran ciudad, y ya no será hallada» (Ap 18).
Tengamos muy en cuenta que San
Juan –apóstol, evangelista y profeta– escribe en pasado; pero describiendo
sucesos del pasado y del presente, revela acontecimientos que sólo se
realizaran plenamente en la Parusía, cuando Cristo vuelva a la tierra glorioso.
–EL ENCADENAMIENTO MILENARIO DEL DRAGÓN
«Vi un ángel que
bajaba del cielo y tenía la llave del abismo y una gran cadena en su mano.
Capturó al Dragón, la antigua Serpiente, que es el Diablo y Satanás, y la ató por mil años. La arrojó al abismo,
la encerró y puso los sellos, para que no extravíe más a las naciones, hasta que se cumplieran los mil años.
Después tiene que ser soltada por poco tiempo» (Ap 20,1-3).
Los exegetas coinciden en
«señalar la oscuridad más completa del texto en este lugar» (Charlier, II,146).
Las interpretaciones del texto, lógicamente, son muy distintas unas de otras;
tan diferentes son, que no daré yo ninguna. Me limitaré a citar a Charlier (II,
149-150), que en modo alguno pretende que su interpretación del milenio
prevalezca sobre tantas otras diferentes.
«Se pueden reducir a tres los principales
tipos de explicación. El primero es cronológico y toma esta
duración de diez siglos como una cosa real, aunque sea aproximada; el segundo
es eclesiológico y considera este milenario como coextensivo a la vida
de la Iglesia, es decir, desde Pentecostés hasta el final de los tiempos; el
tercero, finalmente, es futurista e imagina un plazo –mil años
simbólicos– entre la Venida de Cristo para el juicio y el establecimiento
definitivo del reinado de Dios».
El A.T. no dice
nada de un período de mil años, y fuera del Apocalipsis, tampoco el N.T.: «Nadie
sabe ni el día ni la hora» (Mc 13,32). Tampoco el Magisterio apostólico ha dado
enseñanza positiva sobre el milenio,
aunque sí la ha dado negativa, mostrando su reticencia ante el milenarismo
mitigado, según el cual «Cristo Señor, antes
del juicio final, previa o no la resurrección de muchos justos, ha de venir
visiblemente para reinar en la tierra. Respuesta: El sistema del milenarismo mitigado no puede
enseñarse con seguridad» (Congregación Fe, 21-VII-1944).
Sigue el texto del
Apocalipsis:
«Vi unos tronos,
y se sentaron en ellos, y les fue dado el poder de juzgar, y vi las almas de
los que habían sido degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de
Dios, y cuantos no habían recibido la marca sobre su frente y sobre su mano. Y vivieron y reinaron con Cristo mil años»
(Ap 20,4).
–LA PARUSÍA DE CRISTO GLORIOSO TRAE LA
VICTORIA TOTAL DEL REINO SOBRE EL MUNDO
«Y cuando se
cumplan esos mil años, Satanás será
liberado de su prisión. Saldrá para seducir a los pueblos que están en
los cuatro extremos de la tierra, a Gog y Magog, a fin de reunirlos para la
batalla. Su número será tan grande como las arenas del mar, y marcharán sobre
toda la extensión de la tierra, para rodear el campamento de los santos, la
Ciudad muy amada. Pero caerá fuego del
cielo y los consumirá. El Diablo,
que los había seducido, será arrojado al estanque de azufre ardiente, donde
están también la Bestia y el
falso profeta. Allí serán torturados día y noche por los siglos de los siglos» (Ap 20,7-10).
-Será una acción sobrehumana del Señor y de sus ángeles –un «fuego bajado del cielo»–, la que luche y venza para
siempre al Maligno y a todo Mal, y no una acción organizada por hombres
terrenales. Cumplida por el Hijo de Dios la misión recibida del Padre
–encarnación, evangelización, pasión y resurrección– «vuelve
al Padre» en la ascensión: «viéndolo» los discípulos,
«fue arrebatado y una nube lo ocultó a sus ojos», quedando ellos
fijos los ojos en el cielo. Hasta que dos varones vestidos de blanco les
dijeron: «¿Por qué estáis mirando al cielo? Este
Jesús que os ha sido arrebatado al cielo vendrá de la misma manera que
le habéis visto subir al cielo» (Hch 1,9-11). Sabemos, pues, que la segunda Venida de Cristo será gloriosa y
visible, y que acompañado por los ángeles y los santos, vencerá
definitivamente al Diablo y al Mundo, al Pecado y a la Muerte.
«Es preciso que Él reine hasta poner a
todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo reducido a la nada será la
muerte… Y cuando le queden sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo se
sujetará a quien a Él todo se lo sometió, para que Dios sea todo en todas las
cosas» (1Cor
15,25-28)
-La plena victoria del Reino y la total derrota del Mundo serán
inesperadas por los hombres, también por los cristianos mundanizados: «comían, bebían, compraban, vendían, plantaban,
edificaban; pero en cuanto Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y
azufre, y acabó con todos. Lo mismo pasará el día en que se revele el Hijo del
Hombre» en su segunda venida (Lc 17,28-30; +Mt 24,38-39).
San Pedro recuerda en su
segunda carta lo que el mismo Jesús les había anunciado: «Vendrá el día del Señor como un ladrón» en la
noche (2Pe 3,10). «De aquel día y de aquella hora
nadie sabe, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre. Porque
como en los días de Noé, así será la aparición del Hijo del Hombre… Velad,
pues, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor… Vosotros habéis de estar preparados,
porque a la hora que menos penséis
vendrá el Hijo del hombre» (Mt 24,36-44).
–«MIENTRAS ESPERAMOS LA GLORIOSA VENIDA DE NUESTRO
SALVADOR JESUCRISTO»
Así rezamos cada día en la
Misa. Están perdidos aquellos que viven «sin
esperanza y sin Dios en el mundo» (Ef 2,12). Por el contrario,
Simeón era un anciano «justo y piadoso, que
esperaba la consolación de Israel» (Lc 2,25), y también Nicodemo era un
hombre de fe, que «esperaba el reino de Dios» (Mc
15,43). Ahora los cristianos, en la plenitud de los tiempos, «alegres en la esperanza» (Rm 12,12), vivimos «esperando la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo». Y ésa es la fe esperanzada que nos identifica. San Pablo
contrapone a los que «son enemigos de la cruz de
Cristo, que tienen por dios su propio vientre y ponen su corazón en las
cosas terrenas», con los cristianos, que somos «ciudadanos
del cielo, de donde esperamos al Salvador y Señor Jesucristo» (Flp
3,19-21).
El Apocalipsis, todo él, entiende siempre la vida cristiana en función
de la segunda Venida de Cristo. El fin es lo que determina y explica los medios. Cuando en una Iglesia
local no se predica casi nunca la
Parusía final de Jesucristo, necesariamente queda la vida cristiana
falsificada, mundanizada, esterilizada, secularizada.
«Cristo,
¿vuelve o no vuelve?» Así se titula un libro (1951) del padre Leonardo Castellani, argentino, traductor y comentador de El Apokalipsis de San Juan (1963). Pocos
autores del siglo XX hicieron tanto cómo él para reafirmar la fe y la esperanza
en la Parusía. Se quejaba con razón de que el
segundo Adviento glorioso de Cristo, con su victoria total y definitiva sobre
el mundo, estuviera tan olvidado en
el pueblo cristiano, tan ausente de la predicación habitual, siendo así que esa
fe y esa esperanza han de iluminar toda la vida de la Iglesia y de cada
cristiano. «No
se puede conocer a Cristo si se borra su Segunda Venida. Así como según
San Pablo, si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana; así, si Cristo no ha de
volver, Cristo fue un fracasado» (Domingueras prédicas, 1965, III
dom. Pascua).
Pero antes de seguir con el
Apocalipsis, recordemos brevemente que hay
muchas esperanzas falsas, y una sola verdadera.
–NO TIENEN VERDADERA ESPERANZA
-aquéllos que diagnostican como leves los
males graves del mundo y de la Iglesia. O están ciegos o
prefieren ocultar la verdad. Como les falla la esperanza, niegan la gravedad de
los males, pues los consideran irremediables. Y así vienen a estimar más
conveniente–más optimista– decir «vamos bien».
-Falsa es la esperanza de quienes la ponen en
medios humanos, y reconociendo malamente los males que sufrimos,
pretenden vencerlos con nuevas fórmulas doctrinales, nuevos planes pastorales,
nuevas formas litúrgicas, nuevos paradigmas «más avanzados que los de la Iglesia
oficial». Sus empeños son vanos. Y por eso vienen a ser desesperantes.
-Los que no esperan de verdad la victoria
«próxima» de Cristo Rey –los que ignoran el Apocalipsis–, pactan
necesariamente con el mundo, haciéndose sus cómplices. Por ejemplo, muchos
políticos «cristianos», sumamente diestros en conducir al pueblo por el camino
permanente del «mal menor», por el que sólo alcanzan «grandes males»
-Quienes no creen en la fuerza de la gracia
del Salvador, no llaman a conversión, porque no tienen esperanza. Y así
aprueban, al menos con su silencio, lo que sea: que el pueblo se aleje
habitualmente de la eucaristía, que profane normalmente el matrimonio, etc. Ni
piensan siquiera en llamar a conversión, porque estiman irremediables los males
del mundo y de la Iglesia arraigados en el pueblo cristiano.
–TIENEN VERDADERA ESPERANZA
-Los cristianos que creen en la victoria final y
total de Cristo glorioso no se
hacen cómplices ni activos ni pasivos de los males del mundo.
-Los que reconocen los males del mundo y del pueblo
descristianizado: se atreven a verlos. y no dicen «vais
bien» a los que en realidad «van mal».
-Tienen verdadera esperanza los que predican
al pueblo el Evangelio de la conversión, para que todos pasen de la
mentira a la verdad, del pecado a la gracia. Se atreven a predicar así el
Evangelio porque creen que Dios, de un montón de esqueletos descarnados, puede
hacer un pueblo de hombres vivos (Ez 37), y de las piedras puede sacar hijos de
Abraham (Mt 3,9).
–UN CIELO NUEVO Y UNA NUEVA TIERRA
Los capítulos finales del Apocalipsis, 21 y 22, no nos dicen más que los
Evangelios y Epístolas. Confirman «el qué», pero en su lenguaje florido y simbólico no nos
manifiestan «el cómo». Están hablando ya de realidades celestiales, y el
vidente San Juan no va más allá de lo que había dicho San Pablo: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del
hombre lo que Dios ha preparado para los que lo aman» (1Cor 2,9).
«Vi un cielo nuevo y una tierra nueva,
porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no
existe más. Vi la Ciudad santa, la
nueva Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios, embellecida
como una novia preparada para recibir a su esposo. Y oí una voz potente
que decía desde el trono: “Esta es la morada de Dios entre los hombres: él
habitará con ellos, ellos serán su pueblo, y el mismo Dios estará con ellos. El
secará todas sus lágrimas, y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor,
porque todo lo de antes pasó”. Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Yo hago nuevas todas las cosas”. Y
agregó: “Escribe que estas palabras son verdaderas y dignas de crédito”» (Ap 21,1-5).
Estas palabras fueron
anticipadas proféticamente muchos siglos antes: «Voy
a crear cielos nuevos y una tierra nueva» (Is 65,17; +66,22): sin
pecado, sin diablo, son en todo puro Reino de Dios, en una renovación «espiritual» indescriptible (2Pe 3,7-13; Rom
8,18-25). La Ciudad santa «desciende del cielo» como
maravilloso y gratuito don de Dios.
«¡Hecho está! Yo soy el Alfa y la Omega, el
Principio y el Fin. Al que tiene sed, yo le daré de beber gratuitamente de la
fuente del agua de la vida. El vencedor
heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo. Pero los cobardes, los incrédulos, los
depravados, los asesinos, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y todos
los falsos, tendrán su herencia en el estanque de azufre ardiente, que es la
segunda muerte» (21,6-8).
Explica San Fulgencio de Ruspe
(+410): «Así como hay una primera resurrección,
que consiste en la conversión del corazón, así hay también una segunda
muerte, que consiste en el castigo eterno… Tome parte ahora en la primera
resurrección el que no quiera ser condenado con el castigo eterno de la segunda
muerte» (Tratado del perdón de los pecados). La primera muerte es la mala vida del pecado.
–LA CIUDAD SANTA, JERUSALÉN
«Luego se acercó
uno de los siete Ángeles… y me dijo: “Ven que te mostraré a la novia, a la
esposa del Cordero”. Me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me
mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que
descendía del cielo y venía de Dios. La gloria de Dios estaba en ella y
resplandecía como la más preciosa de las perlas, como una piedra de jaspe
cristalino» (21,9-11).
Sigue una descripción
minuciosa de la Ciudad celeste: murallas, doce puertas, diversos materiales y
plantas, etc.
«No vi ningún
templo en la Ciudad, porque su Templo
es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. Y la Ciudad no necesita la
luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero. Las naciones caminarán a su luz y los
reyes de la tierra le ofrecerán sus tesoros. Sus puertas no se cerrarán durante
el día y no existirá la noche en ella. Se le entregará la riqueza y el
esplendor de las naciones. Nada impuro
podrá entrar en ella, ni tampoco entrarán los que hayan practicado la
abominación y el engaño. Únicamente podrán
entrar los que estén inscritos
en el Libro de la Vida del Cordero» (21,22-27).
–FINAL INEFABLEMENTE GRANDIOSO
Fragmentos del capítulo 22. «El trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad, y
sus servidores lo adorarán. Ellos contemplarán su rostro y llevarán su Nombre en la frente… y
reinarán por los siglos de los siglos. Después me dijo: “Estas palabras son verdaderas
y dignas de crédito. El Señor Dios que inspira a los profetas envió a su
mensajero para mostrar a sus servidores lo que tiene que suceder pronto.
¡Volveré pronto! Feliz el que cumple las palabras proféticas de este Libro. Soy
yo, Juan, el que ha visto y escuchado todo esto».
Dice Jesús: «Pronto regresaré
trayendo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras. Yo soy el
Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin. ¡Felices los
que lavan sus vestiduras para tener derecho a participar del árbol de la vida y
a entrar por las puertas de la Ciudad! Afuera quedarán los perros y los
hechiceros, los lujuriosos, los asesinos, los idólatras y todos aquellos que
aman y practican la falsedad. Yo Jesús,
he enviado a mi mensajero para dar testimonio de estas cosas a las Iglesias.
Yo soy la raíz y la descendencia de David, la Estrella radiante de la mañana».
«El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!”,
y el que escucha debe decir: “Ven!”. Que venga el que tiene sed, y el que
quiera, que beba gratuitamente del agua de la vida… El que garantiza estas
cosas afirma: ”¡Sí, volveré pronto!”.
¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia
del Señor Jesús permanezca con todos. Amén» (22,3-21).
–MARÍA Y LOS APÓSTOLES CRISTIANOS EN LOS ÚLTIMOS
TIEMPOS
San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716), en su Tratado de la
verdadera devoción a la Santísima Virgen
–uno de los textos marianos más apreciados en la Iglesia–, trata en su
capítulo Iº de la Necesidad de la devoción a la
Santísima Virgen. Y en él dedica dos subtítulos a los combates
espirituales del final de la historia. Reproduzco algunos fragmentos.
a) OFICIO ESPECIAL DE MARÍA EN LOS ÚLTIMOS TIEMPOS(NN. 49-54)
«Por medio de María se comenzó la salvación
del mundo, y por medio de María se debe consumar. María apenas se dejó
ver en la primera Venida de
Jesucristo, con el fin de que los hombres… no se separasen de Él, aficionándose
demasiado intensa e imperfectamente a Ella… Pero en la segunda Venida de Jesucristo [en la Parusía] María ha de ser
conocida y revelada por el Espíritu Santo, a fin de hacer por medio de Ella que
los hombres conozcan, amen y sirvan a Jesucristo»… (49)
«Dios quiere, pues, revelar y descubrir a
María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos» por
varias razones… «1ª.-Porque Ella se ocultó en este mundo y se colocó
más abajo que el polvo, por su profunda humildad… 2ª.- Dios quiere
ser en Ella glorificado y alabado en la tierra por los mortales. 3ª.-Como Ella es
la aurora que precede y descubre al Sol de justicia, Jesucristo, ha de ser
conocida y vista a fin de que lo sea Jesucristo. 4ª.-Como es el
camino por donde Jesucristo ha venido a nosotros la primera vez, lo será
también cuando Éste venga la segunda, aunque de diferente manera… 5ª.-Siendo María el
medio seguro y la vía recta e inmaculada para ir a Jesucristo… es necesario
que, para llegar al más exacto conocimiento y gloria de la Santísima Trinidad,
sea María conocida como nunca. 6ª.-María ha de brillar más que nunca en misericordia,
en fuerza y en gracia en estos últimos tiempos… 7ª.-En fin, María ha de ser terrible al demonio y a
sus secuaces como un ejército colocado en orden de batalla, principalmente en
estos últimos tiempos…» (50).
Profetiza el Señor en el libro
del Génesis (3,15) diciendo a Satanás: «Crearé enemistades entre ti y la mujer
y entre su descendencia y la suya. Ella misma te aplastará la cabeza, y tú
pondrás asechanzas contra su talón» (51).
«Dios no ha
hecho ni formado nunca más que una sola
enemistad, mas ésta es irreconciliable, que durará y aumentará incluso hasta el
fin, y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y
servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer, de suerte
que el más terrible de los enemigos que Dios ha creado contra el demonio es
María… Primero, porque Satanás, a causa de su orgullo, padece infinitamente más
al ser vencido y castigado por una pequeña y humilde esclava de Dios, y la
humildad de Ésta lo humilla más que el poder divino. Segundo, porque Dios ha concedido a María un poder tan grande
sobre los diablos, que más temen ellos, según muchas veces han declarado
a su pesar por la boca de los posesos, un solo suspiro de María en favor de
algún alma, que las oraciones de todos los santos, y una sola amenaza suya
contra ellos más que todos los otros tormentos» (52).
«Lo que Lucifer
perdió por orgullo, lo ganó María por humildad.
Lo que Eva condenó y perdió por desobediencia, lo salvó María por su obediencia… María, conservándose
perfectamente fiel a Dios, ha salvado con Ella a todos sus hijos y servidores y
los ha consagrado a la Majestad divina» (53).
«Los hijos de
Belial, los esclavos de Satanás, los amigos del mundo… han perseguido
incesantemente y perseguirán todavía más que nunca a quienes pertenezcan a la
Santísima Virgen… Pero la humildad de María triunfará siempre del orgulloso
demonio; y la victoria será tan grande que llegará hasta aplastarle la cabeza… El poder de María sobre todos los diablos
brillará especialmente en los últimos tiempos, en que Satanás pondrá
asechanzas a su talón, es decir, a sus humildes esclavos y sus pobres hijos;
pequeños y pobres según el mundo… En cambio serán ricos de las gracias de Dios,
que María les distribuirá con abundancia, superiores a toda criatura por su
celo inflamado y tan fuertemente apoyados en el auxilio divino, que con la humildad de su talón, unidos a María,
aplastarán la cabeza del diablo y harán triunfar a Jesucristo» (54).
–LOS APÓSTOLES DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS (NN. 55-59)
«Dios quiere que su Santísima Madre sea ahora
más conocida, amada y honrada que nunca, lo cual se conseguirá, sin
duda, si los predestinados entran con la gracia y la luz del Espíritu Santo en
la práctica interior y perfecta» de la verdadera devoción a la Virgen María.
«Sabrán que Ella es el modo más seguro,
el más fácil, el más corto y el más perfecto para ir a Jesucristo, y se
entregarán a Ella en cuerpo y alma, sin reservas, para pertenecer igualmente a
Jesucristo» (55).
«Pero ¿qué cosa
serán estos servidores, esclavos e hijos de María? Serán fuego abrasador, ministros del Señor, que encenderán el
fuego del amor divino por todas partes; serán flechas agudas en la mano
de esta Virgen poderosa para atravesar a sus enemigos… Por todas partes serán
buen olor de Jesucristo para los pobres y pequeñuelos, mientras serán olor de
muerte para los grandes, para los ricos y para los orgullosos mundanos» (56).
«Serán nubes
tronadoras que volarán por los aires al
menor soplo del Espíritu Santo y que, sin apegarse a nada, ni asombrarse
de nada, ni inquietarse por cosa alguna, descargarán la lluvia de la palabra de
Dios y de la vida eterna. Tronarán contra el pecado, retumbarán contra el
mundo, herirán al diablo y a los suyos y atravesarán de parte a parte, con “la
espada de dos filos de la palabra de Dios” [Ef 6,17], a todos aquellos a
quienes serán enviados de parte del Altísimo» (57). «Serán los apóstoles
verdaderos de los últimos tiempos, a quienes el Señor de las virtudes dará la
palabra y la fuerza para obrar maravillas y obtener gloriosos trofeos sobre sus
enemigos. Dormirán sin oro ni plata, y lo que es más, sin cuidados en medio de
los otros sacerdotes, eclesiásticos y clérigos. Tendrán las alas plateadas de
la paloma para ir con la pura intención de la gloria de Dios y de la salvación
de las almas a donde los llame el Espíritu Santo, y no dejarán detrás de ellos,
donde prediquen, más que el oro de la caridad, que es el cumplimiento de toda
ley» (58).
«… He aquí los grandes hombres que han de venir,
pero a quienes María formará por orden del Altísimo, para extender su
imperio sobre el de los impíos, idólatras y mahometanos. Pero ¿cuándo y cómo
será eso?… Sólo Dios lo sabe; y a nosotros sólo toca callar, rogar, suspirar y
esperar: expectans expectavi [Yo esperaba con ansia al Señor, Sal 39,2].
José María Iraburu, sacerdote
Post
post.–
Estos
fragmentos de la Verdadera devoción los he tomado de las Obras de San
Luis María Grgnion de Montfort (BAC 111, Madrid 1953, 974 pgs.), por ser la
edición que yo tenía subrayada. Me he ayuado en algún caso con la traducción de
San Luis María Grignion de Montfort. Obras (BAC 451, Madrid 1984, 822
pgs.), e incluso con Saint Louis-Marie Grignion de Montfort. Oeuvres
complètes (Éditions du Seuil, Paris 1988, 1905 pgs.), que reúne muchas mas
obras del Autor, no recogidas en las excelentes ediciones de la BAC. Montfort,
autor admirable: Dios quiera que sea calificado pronto como Doctor de la
Iglesia. Pocos han tenido que sufrir tanto los males internos de la Iglesia
moderna, y pocos han dado al pueblo cristiano tanta luz de Cristo.
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