Santa María, llena de la presencia de Dios: durante los días
de tu vida aceptaste con toda humildad la voluntad del Padre, y el Maligno
nunca fue capaz de enredarte con sus confusiones.
Ya junto a tu Hijo intercediste por nuestras
dificultades y, con toda sencillez y paciencia, nos diste ejemplo de cómo
desenredar la madeja de nuestras vidas.
Y al quedarte para siempre como madre nuestra, pones
en orden y haces más claros los lazos que nos unen al Señor.
Santa María, Madre de Dios y madre nuestra, Tú que
con corazón materno desatas los nudos que entorpecen nuestra vida, te pedimos
que recibas en tus manos a… (exprese su intención) y que me libres de
las ataduras y confusiones con que hostiga el que es nuestro enemigo.
Por tu gracia, por tu intercesión, con tu ejemplo, líbranos
de todo mal, Señora Nuestra, y desata los nudos que impiden nos unamos a Dios,
para que, libres de toda confusión y error, lo hallemos en todas las cosas, tengamos
en Él puestos nuestros corazones y podamos servirle siempre en nuestros
hermanos. Amén.
EFICACIA PREFERENTE DE LA ORACIÓN
Los polluelos de las golondrinas no hacen más que piar continuamente.
Piden a sus madres el alimento que necesitan para vivir. Lo mismo debemos hacer
nosotros, si queremos conservar la vida de la gracia: claramente
siempre, pidamos al Señor que nos socorra para evitar la muerte del pecado y
seguir adelante en la senda de su divino amor. De los padres antiguos
que fueron grandes maestros del espíritu refiere el P.
Rodríguez que se juntaron en asamblea y allí discutieron cuál sería el
ejercicio más útil para alcanzar la salvación eterna; y resolvieron que parecía
lo mejor repetir con frecuencia aquella breve oración del profeta David: Dios mío, ven en mi
socorro.
Eso mismo ha de hacer el que quiera salvarse, afirma Casiano, decir con frecuencia al Señor.- Dios mío, ayudadme... ayúdame, oh mi buen Jesús… Esto
hay que hacerlo desde el primer momento de la mañana, y esto hay que repetirlo
en todas las angustias y en todas las necesidades, temporales y espirituales,
pero muy particularmente, cuando nos veamos molestados por la tentación. Decía San
Buenaventura que a veces más alcanzamos y más pronto con una breve
oración, que con muchas obras buenas. Y más allá va San Ambrosio, pues dice que
el que reza, mientras reza, ya alcanza algo, pues el rezar ya es singular don
de Dios. Y San Juan Crisóstomo escribe que no
hay hombre más poderoso en el mundo que el que reza. El que reza participa del
poder de Dios. Todo esto lo comprendió San
Bernardo en estas palabras: Para caminar por
la senda de la perfección hay que meditar y rezar; en la meditación vemos lo
que tenemos: con la oración alcanzamos lo que nos falta.
San Alfonso
María de Ligorio - El gran medio de la oración
Publicado por Unción Católica y Profética
No hay comentarios:
Publicar un comentario