Propongo agradecer a
Dios por el don de la familia.
Por: María Verónica Vernaza | Fuente: Cápsuas de Verdad
Hoy los estadounidenses celebran, como todos los
años, el Día de Acción de Gracias, una festividad que tiene sus raíces en el
siglo XVII cuando los primeros colonos agradecían por las cosechas del año.
Muchos esperan estas fechas para las famosas compras del Viernes Negro o Black
Friday, y hay otros, los más golosos, que solo piensan en los deliciosos
platillos de la temporada. Pero lo maravilloso de esta época es que se reúne
toda la familia alrededor de una mesa impecable para hacer una pausa y
simplemente dar gracias.
En nuestros países latinos no tenemos esa
costumbre, esa de tener un día específico para agradecer por algo y por todo.
Sin embargo, creo que las costumbres buenas hay que emularlas, y yo propongo
agradecer a Dios este año por el don de la familia.
Qué bonito sería que papá y mamá comenzaran
agradeciendo por la vida, la vida de sus hijos, de cada uno de ellos, que con
sus sonrisas y travesuras alegran los días y los hacen más divertidos.
Agradecer también por el esposo, la esposa, por esa persona que está al lado a
pesar de todo, que sabe apoyar y sostener con un consejo oportuno o simplemente
una mirada de reconocimiento. Dar gracias por el trabajo que tienen, porque sin
él sería difícil mantener el estilo de vida holgado que llevan. Por aquel viaje
familiar que hicieron sin mucha planificación, porque pudieron compartir
anécdotas inolvidables.
¿Qué agradecerían los más
pequeños? Incentiven a sus hijos a ser agradecidos.
Planifiquen esto con tiempo y coménteles de qué se trata, para que estén
preparados y tengan qué decir. Seguramente ellos también tienen cosas por las
que dar gracias. Por la mascota nueva, por la oportunidad de tener estudios y
alimentación, por tener unos padres amorosos y preocupados; que agradezcan por
la dicha de tener abuelitos todavía en casa. Ustedes se sorprenderían al
conocer todo lo que esos corazones inocentes dirían. ¡Ciertamente
hay mucho que agradecer!
Según palabras de San Juan Pablo II en su
encíclica Familiaris Consortio, “la familia
cristiana es la primera comunidad llamada a anunciar el Evangelio a la persona
humana en desarrollo y a conducirla a la plena madurez humana y cristiana,
mediante una progresiva educación y catequesis”, por eso, las buenas
costumbres, como la de ser una persona agradecida, se aprende en el seno de una
familia.
Los esposos, al asumir la responsabilidad de
padres, tienen el deber y la obligación de ser guía para sus hijos, y en un
mundo tan envuelto por la satisfacción inmediata muchas veces nos olvidamos de
ser agradecidos. La mayoría de los jóvenes de hoy asumen que las cosas y las
personas están ahí para ellos porque se lo merecen, se sienten con el derecho
a… “entitled to” dirían los gringos.
Es una obligación de los padres darles comida y
estudios hasta que ellos sean capaces de solventar su propia situación
económica. El viaje de graduación, los estudios universitarios, el carro y el
último “gadget” deberían de ganárselo de
alguna manera. Si no valoran el costo de cada cosa, ellos se sentirán con ese
sentimiento de que se merecen todo en la vida, haciendo cada vez más difícil
enfrentarse a la realidad sin que los padres le solucionen todo.
Entiendo que es difícil ser padre, lo veo con mi
hermana y con mis amigas. Pero recuerden que, hasta que esos hijos crezcan lo
suficiente como para ser responsables por sí mismos, ustedes son los custodios
de esas almas. Las bases para que ellos se salven y lleguen a la meta -que es
el cielo- las ponen ustedes. Ustedes han sido facultados por Dios para ser autoridad
ante sus hijos.
Por eso, y por muchos otros motivos, vale la
pena instaurar, como los estadounidenses, el penúltimo jueves de noviembre como
un Día de Acción de Gracias para enseñar en familia el valor primordial de la
gratitud.
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