Extractos de la obra: Fray
Gerónimo Savonarola, O. P.; Tratado en defensa y recomendación de la
oración mental y otros escritos espirituales, Librería Lectio, Athanasius
Editor, Córdoba, 2018, pág. 79-81. 82. 87-88. 95-96. 111-112.
Oportet semper orare (Lc. 18, 1)
“Es necesario orar siempre”
Si bien
la Providencia de Dios, oh Señora amadísima en Cristo, sea infalible y certera,
y aún siendo inmutable su voluntad, sin embargo conjeturar y programar el
futuro, rogando a Dios que disponga las cosas de manera buena y que y así las
guíe a su fin, no es una acción vana: porque el
omnipotente e inmutable Dios nuestro creador ha ordenado con su sabiduría
infinita no solamente cuál fin deba tener cada creatura, sino que ha dispuesto
también los medios con los cuales debe alcanzarlo. Por eso, habiendo
Dios ordenado hacia un fin altísimo a la criatura racional, que es la visión y
el gozar de su esencia divina, también ha ordenado el medio para alcanzar tal
felicidad, medio que es el buen obrar. Y puesto que el buen obrar de manera
meritoria es superior a la capacidad de la criatura, no siendo factible sin la
caridad y la gracia, cada hombre debe humillarse mucho ante la majestad de Dios
y, postrado humildemente en tierra, debe pedir no sólo tal inefable
bienaventuranza preparada para quien ama a Dios con todo el corazón, sino que
además también debe rogarle que se digne de darle la gracia mediante la cual
pueda alcanzarla.
Tanto más debe uno ser insistente en golpear a la puerta de su
misericordia, cuanto más se ve en mayor peligro de perderla. Sobre todo cuando
ve que los tiempos son peligrosos y que los hombres perversos se multiplican
sobre la tierra, como manifiestamente sucede en nuestros días. Días en los
cuales los ojos castos de hombres y de mujeres que celan el honor de Dios
(hablando con dolor) a menudo bañan el rostro con lágrimas amargas, viendo que
todo [orden] está subvertido [sottosopra: lo que
debiera estar abajo está arriba y lo que debiera estar arriba está abajo]
estando apagada toda verdadera y viva luz de virtud, y no encontrando otra cosa
en la Iglesia de Cristo sino iniquidades, o alguna santidad simulada.
Por este
motivo, Señora queridísima en Cristo, madre e hija mía, si bien hubo tiempos en
que fue necesario orar de continuo e insistir en golpear con lágrimas y
suspiros a la puerta del dulcísimo redentor Jesucristo por nuestra salvación y
la de los otros, creo que sobre todo se necesita en esta época nuestra tan
ciega, mísera, adúltera, cruel e insoportable, estando apagada y totalmente
muerta la fe, a la vez que sobre la tierra se propaga toda impiedad. ¡Oh miserable y lacrimoso, deplorable estado de la
esposa de Cristo y madre nuestra, la cual no se acuerda ya de la sangre de su
dulce esposo; y como insensata, ya no valora tan gran precio. Pobre de mí, ¿por
qué hemos nacido en estos tiempos pésimos y peligrosos, en los cuales estamos
tan inciertos de nuestra salvación al punto que el buen obrar es considerado
pecado, y el pecado es considerado una buena obra?
Por lo
tanto considera cuán necesario sea para nosotros estar siempre en oración. A la
oración nos exhortan sobre todo las palabras de nuestro amorosísimo salvador
Jesucristo, el cual no sólo en vista de nuestros días peligrosos, sino también
en vista de los que habrán de venir, no sin razón nos ha exhortado al decir: “Es necesario orar siempre”. Por eso alabo mucho
tu deseo respecto a la oración, queriendo aplicarte a ella con fervor y
perseverancia. Por lo tanto, si bien tu director en esto sea el Espíritu Santo,
sin embargo has sido humillada a pedir a mi pobreza una exhortación que incite
a la oración.
[…]
No
pudiendo excusarme de ningún modo, comenzaré este tratado fundándolo sobre una
sólida piedra, es decir sobre la afirmación de nuestro Salvador: “Oportet semper orare”. Y porque esta está formada
de tres palabras, haremos tres partes en honor a la Santísima Trinidad:
Primera,
necesidad de la oración (oportet);
Segunda,
perseverancia o cotidianidad (semper);
Tercera,
cualidad y naturaleza intrínseca de la oración (orare).
[…]
La
tercera razón que demuestra la utilidad y la necesidad de la oración es la
miseria de nuestro prójimo. Ante todo su miseria espiritual; porque viendo
nosotros correr tantas almas por el camino del pecado hacia la condenación
eterna, debemos movernos a compasión, sabiendo bien que por ellas ha sido
derramada la preciosa sangre del cordero inmaculado Jesucristo. Y esto
especialmente en cuanto a nuestro tiempo, en el cual vemos a la Iglesia quasi
destruida en sus fundamentos, arruinada y fuertemente destrozada por la
tempestad en el mar de este mundo maligno y perverso, del cual podemos repetir
con David: “Todos los hombres están desviados y
corrompidos; no hay quien haga el bien, ni siquiera hay uno” (Sal. 13,
3). Oh Jesús, ayúdanos, porque todo el mundo ha abandonado el camino de tus
mandamientos, y todos los hombres son incapaces de realizar el bien; ya no hay
ninguno que lo haga.
Y tanto
se debe clamar al cielo y con tanto mayor afecto, cuanto más se multiplican los
hombres malvados, especialmente tratándose de aquellos que deberían ser espejos
de vid santa para los otros, y en cambio están en mayor peligro de perder la
visión de nuestro dulce esposo y salvador Jesús. De aquí las palabras del
Profeta: “Sálvame, oh Señor, porque ha desaparecido
el hombre piadoso, porque la sinceridad ha disminuido entre los hijos de los
hombres” (Sal. 11, 2). Oh Señor mío, considera en qué peligro estoy,
porque se han multiplicado los malvados. Sálvame, Señor, porque hoy faltan los
hombres santos y se han menoscabado las verdades entre los hijos de los
hombres.
Por eso
es necesario rogar siempre por ellos, para que Dios los conduzca a penitencia;
y también porque nosotros estamos en tanto peligro viviendo en medio de los
perversos; sobre todo es necesario rogar por la santa madre Iglesia de cuya
salvación depende todo nuestro bien espiritual y de cuya destrucción depende
toda nuestra ruina.
[…]
He aquí
por qué te exhorto mucho a la oración y a la contemplación, en las cuales
encontrarás la espada contra el enemigo y el escudo contra todas las
tentaciones. Ella te hará dulce de corazón, ferviente y celante, llena de
piedad y de mansedumbre con toda caridad, mediante la cual despreciarás todas
las cosas terrenales y desearás las eternas, volviéndote amiga y familiar de tu
dulce esposo Jesucristo. De Él aprenderás todo lo necesario y útil para tu
salvación, y también para la de los otros, si no hay mala disposición en ellos.
Por lo tanto te ruego, por las entrañas de piedad de nuestro amoroso salvador
Jesús, que según la promesa que me has hecho no te olvides de mí, pecador; para
que ayudándonos el uno al otro podamos reencontrarnos juntos en aquella eterna
bienaventuranza, en la cual Jesús nos aguarda deseoso. Amén.
[…]
REGLA PARA BIEN VIVIR
Por sobre
todas las cosas ama a Dios con todo el corazón. Busca su honor más que la
salvación de tu propia alma. Procura con diligencia purificar tu mente con
frecuentes confesiones. Desapega el afecto de las cosas terrenales. Comulga a
menudo devotamente.
No te
consideres mejor que ninguna persona por más pecadora que sea, sino más bien
peor que ella. No pienses mal de nadie, sino siempre bien. Permanece mucho en
silencio.
No debes
entretenerte y alegrarte ni en reuniones ni en fiestas. Permanece solitaria en
cuanto es posible a tu estado. Que sean lejanas a tus oídos palabras de
murmuraciones, de calumnia, de insinuaciones, de fastidio, y palabras ociosas,
y mucho más que están ellas lejos de tu lengua.
Reza a
menudo. Contempla en todo momento. Esfuérzate por unir a la familia en una paz
verdadera. No muestres nada de soberbia en tus palabras y en tus actos. No
debes ser demasiado familiar con aquellos que te están subordinados, pero con
ellos debes usar una mansa seriedad.
Da a
todos buen ejemplo de vida santa. Reprende con caridad a los insolentes.
Alienta a todos al bien.
Ama el
pudor en casa, sobre todo en las jovencitas. Muéstrate muy enemiga de la
impudicia, reprendiendo ásperamente toda palabra, acto o vestimenta fuera de lo
pudoroso.
No seas
parcial, sino distribuye todo según la cualidad y el mérito de cada uno.
Sé
piadosa con las personas pobres: ayúdalas en cuanto
es posible, porque esto complace mucho a Dios. Muéstrate afable con
todos, pero especialmente con las personas más míseras. Haz muchas limosnas.
En los
sucesos prósperos humíllate de corazón, y se paciente en las adversidades.
Ruega continuamente a Dios que te enseñe a hacer lo que le agrada y que te de
fuerza, y que te conceda realizar toda inspiración suya, ya que la unción del
Espíritu Santo te enseñará todo. Y ruega siempre por la perseverancia,
conservando el temor y teniendo siempre a Dios ante los ojos.
Renueva
cada día el buen propósito, y confírmalo al hacer el bien. Jamás debes
desesperarte por ningún pecado.
Ruega a
Dios por mí, para que siempre me haga cumplir lo que enseño.
Creo que
esta pequeña regla, unida a lo que he dicho en el tratado, sea suficiente para
regular tu vida; porque si la cumples, será el Espíritu Santo quien te enseñe
en particular las otras cosas. Por lo tanto, léela cada día, con el firme
propósito de observar todos estos mandamientos, que te envía con caridad tu
padre e hijo espiritual en Jesucristo, el cual es bendito por los siglos de los
siglos. Amén.
Fray Gerónimo
Savonarola, O. P
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