Su ejemplo nos enseña en este mundo preso por el yo que
amar significa desprenderse de sí mismo…
“Después de mi muerte derramaré una lluvia de rosas”. Cuando leí esta expresión me quedé muda. Nunca me
hubiera imaginado una frase tan bella, tan llena de contenido, tan impregnada
de amor profundo. Hoy quiero contarte de la jovencita, una niña enamorada, que
en su agonía escribió estas palabras tan hermosas.
Era
francesa, perdió a su madre a muy temprana edad y era la más pequeña de nueve
hijos. Se llamaba Thérese y a una cortísima edad se pasaba el día pensado y
meditando. ¿En qué pensaba? En Dios, en la rapidez con que se pasa la vida, en
la fragilidad de todas las cosas humanas, en la eternidad y el amor.
Ya a los
nueve años se había despertado el amor en su corazón y a los catorce supo lo
que más quería en la vida. Quería dar de beber a Jesús y convertirse en
misionera de almas, especialmente las almas de los sacerdotes. Así que Thérese,
Teresita la niña santa de Lisseux decidió entrar al Carmelo, hacerse religiosa
y cumplir la voluntad de Dios.
EL CAMINO DEL AMOR
Me
encantaría hacerte una biografía de mi Teresita (así la llamo yo, mi Teresita),
pero acabaría haciéndote un libro. Prefiero contarte de ella, de lo que me ha
enseñado y de lo que puede enseñarte a ti.
Santa
Teresita del Niño Jesús, como hoy conocemos a Teresa de Lisseux, es la maestra
del Amor. Nos enseña a ti y a mí con su gran sencillez e ingenuidad la esencia
del verdadero amor.
¿Qué
valor movía a Teresa? ¿Qué carrera escogió para ser profesional? El valor que
la movía desde muy pequeña era el Amor. La carrera que escogió aún muy
inclinada a la Teología y la Pintura, fue la práctica y desarrollo profesional
en su vida del concepto Amor. ¿Qué era para Teresita el amor? En una de sus
poesías escribe: “Amado mío, mi divinal Hermanito.
Veo en tu Mirada todo el porvenir….Teresita del Niño Jesús aprendió
directamente de Jesús y de su vida todo lo necesario para llegar a ser santa e
inspirar a los otros a recorrer ese camino. Por lo tanto para ella el amor era
encarnar en ella todo aquello que había predicado Jesucristo hasta sus últimas
consecuencias.
SE SENTÍA DÉBIL
Teresita,
admiraba mucho a los grandes Santos, entre ellos estaba Juana de Arco y San
Juan de la Cruz. En sus oraciones le decía a Jesús que ella se sentía débil
para hacer sacrificios como los que hacían estos santos y que por lo mismo
quería conquistar su amor a través de las cosas pequeñas. Todo, -decía-
absolutamente todo hay que hacerlo por amor a Nuestro Salvador y por su Gloria.
A través de su vida podemos darnos cuenta que vivía el amor en su máxima
expresión. Para ella sonreír ante aquella monja que le caía mal era amar.
Soportar la forma en que algunas religiosas pasaban las páginas de un libro
cuando hacia oración, era amar.
Incluso
en los últimos instantes de su vida y encontrándose muy enferma se le veía
caminar a duras penas por los pasillos: camino –decía- por un misionero. Eso
era amar.
Teresita
creía que hasta en los pucheros andaba el Señor, por lo tanto cuando veía a
alguna hermana enojada en la cocina la miraba dulcemente, ofrecía las malas
miradas que le hacían y amaba. El amor para ella era llevar a cabo esos
pequeños actos de virtud y sobre todo la represión continua de su voluntad: una
palabra no pronunciada, un servicio prestado en silencio, una página
interrumpida, una carrera, un juego. ¡Qué humildad la de Teresita!
Amiga
mía, si tú y yo nos tomáramos más en serio el buscar el significado escondido
detrás de la renuncia y las contradicciones cuánto mejorarían nuestras
relaciones y cuánto podríamos mejorar este mundo. Me pongo a pensar y me digo
¡Cuantos matrimonios se salvarían, cuantos hijos confiarían más en sus padres,
cuántas amistades llegarían hasta el cielo! Su secreto, tú y yo podemos vivirlo
también, era hacer todo por amor a Jesús.
AMAR EL SUFRIMIENTO
Desde muy
jovencita, tal vez con apenas 12 años, Teresa de Lisieux estaba sedienta de
sufrimiento. Esto puede parecerte extraño, igual que me pareció raro a mí. Y es
que si te pones a reflexionar te darás cuenta de que hoy vivimos en una época
en donde la palabra mortificación asusta, en donde la costumbre es hacer lo que
requiere el mínimo esfuerzo y perseguir lo fácil.
Santa
Teresita nos recuerda lo que nos enseñó Jesús sobre el dolor, que constituía
para ella (como para todos) un medio esencial para mostrar su amor por Jesús y
salvar almas. Realmente no se si mi Teresita entendía que por el dolor Jesús
nos redimió, y que cuando sufrimos podemos convertirnos en corredentores al
ofrecer nuestros sacrificios a los del Salvador. Lo que sí sé que es Dios,
conociendo la sinceridad de su alma no tardó en satisfacer esos deseos dolor de
Teresita.
Al entrar
en el noviciado fue muchas veces humillada por la Madre Superiora, luego su
padre enfermo gravemente, conoció lo que era la aridez. Esa prueba dolorosa que
el Señor envía a las almas consagradas a su servicio, del mismo modo que otras
veces les envía también alegrías que otras desconocen. Ante esto sólo repetía:
“Jesús duerme en lo más profundo de mi alma” o “Jesús
Niño deja descansar a su bolita. Está cansado de jugar”. Francamente se
me llenan los ojos de lágrimas y el corazón de emoción con estas expresiones
tan ingenuas, tan vivas y tan amorosas de que Teresita era capaz.
Estaba
tan convencida de que el sufrimiento era el camino más auténtico y hermoso para
la santidad personal que escribió en un pequeño trozo de papel lo siguiente: “Oh Jesús, haced que yo muera mártir por vos’; dadme el
martirio del corazón o el del cuerpo; mejor aún, dadme los dos. Haced que yo
desempeñe todas mis obligaciones por completo; que nadie se ocupe de mí y que
yo sea olvidada y pisoteada como un granito de arena”.
A pesar
de su juventud, santa Teresita de Lisseux no le temía al dolor. Y no le temía
porque vivía despojada de si misma. Cuando el sufrimiento venía no lloraba, no
se preguntaba ¿por qué? Ni se entristecía. Al contrario, su alma transparente y
profundamente humana se estremecía al saberse elegida para ayudar con ese
sufrimiento a Jesús y convertirse en una ofrenda por Su Reino.
SU SECRETO
Un día,
leyendo su Biblia leyó aquel capítulo de San Pablo que exhorta al amor. ¿Qué
son incluso las acciones más grandes si falta amor?; ¿Qué es el dar todo a los
pobres, el hablar muchas lenguas, el predicar, el profetizar y hacer milagros y
morir en la hoguera si falta amor?
Atónita
ante lo que leía sólo pudo pronunciar las siguientes palabras: “Oh Jesús, Amor mío, ¡finalmente he encontrado mi vocación! Mi vocación
es el amor. Sí, he hallado mi lugar en la Iglesia y este lugar, oh Dios mío, me
lo habéis indicado vos. En el seno de la Iglesia, mi Madre, ¡yo seré el amor….!
¡Qué
llamado más grande el que nos hace esta adorable niña de finales del siglo XIX!
A ti y a mí, mujeres, Dios nos ha llamado a ser el amor. Y lograremos ser amor
cuando decidamos seriamente ofrecer absolutamente todo lo que rodea nuestra
vida a Dios, Nuestro Señor.
Teresita
nos enseña un camino antiguo y nuevo. Un camino de la renuncia al interior y a
ese “yo” tan desarrollado en nuestra época.
LA ROSA SE MARCHITA
Desde el
punto de vista humano, Teresita, mi Teresita, se enfrentó a una muerte
terriblemente dolorosa: una tuberculosis intestina que le degeneró en gangrena
se consumía por fiebres altísimas que quemaban de la sed.
Su cuerpo
y su alma como Jesús en la cruz, sufrió también un doloroso camino. Hasta lo
que era más ansiado por ella, la comunión diaria tuvo que ser suspendida desde
el 16 de Agosto hasta el 24 de Septiembre día en que subió al cielo.
Teresita
antes de morir escribió unas líneas que creo que tú y que yo deberíamos llevar
a nuestra oración personal: “…Amar, ser amada, y volver aquí abajo para hacer amar al Amor. Un ansia
sola hace latir mi corazón: el amor que recibiré y que podré dar”. Este era el pensamiento de esta Santa, conocida por
muchos también como “la pequeña flor” o la
violeta de Jesús. Tú, como ella puedes amar a Dios como ella lo amor si te
decides. Tú, como ella, a través de sus enseñanzas puedes decidirte a ser
constantemente una lluvia de rosas para todos aquellos a los que amas y te
aman. Nuestro mundo amiga, necesita mujeres que quieran convertirse como Teresa
de Lisieux en el amor en el corazón de la sociedad y la Iglesia.
Quizá
sigas leyendo conmovida, pero ahora no tan sorprendida estas líneas que
Teresita escribió antes de dejar este mundo: “No le he dado a Dios más que amor y él no me dará más que amor. Después
de mi muerte derramaré una lluvia de rosas”.
Obras recomendadas:
Historia de Un alma.
Obras Recreativas.
Últimas conversaciones.
Epistolario todas publicaciones de Carmelitas Descalzos.
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SheilaMorataya-Fleishman
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