“El miedo es retoño
de la vanagloria e hijo de la increencia. Un alma orgullosa es esclava del
temor y, al poner su esperanza en sí misma, termina por sobresaltarse por el
más pequeño ruido y tiene miedo a la oscuridad. Quien se ha convertido en
siervo del Señor, solo teme a su Señor. En cambio, quien carece de temor de
Dios suele asustarse de su propia sombra.”
………………..
Coda: Nuestra época poscristiana ha abandonado el
temor de Dios e, inmediatamente, ha quedado esclavizada por los miedos.
Especialmente el miedo a la muerte y al sufrimiento, manifestado en los
desesperados intentos de ocultar esas realidades (ya sea a través del aborto de
niños “no deseados", la eutanasia de
enfermos, el abandono de ancianos en asilos, la eugenesia de niños especiales y
un interminable etcétera), para poder vivir como si no existieran.
Más importante es, sin
embargo, la falta de temor de Dios entre
los cristianos. Cuando los hijos de la Iglesia se dedican alegremente a
mundanizar el cristianismo y a deformar su doctrina, el temor de Dios brilla
por su ausencia. Cuando los prelados se congratulan, hablan de la “primavera de la Iglesia” y se dan palmaditas en
la espalda mientras literalmente pierden naciones enteras para Cristo, uno se
pregunta si realmente creen en el Juicio de Dios. Cuando se niega en la
práctica la existencia del pecado y del infierno, se anima al pecador a
permanecer en sus pecados bajo capa de una falsa misericordia y se trocan los
mandatos de Dios por los dictados de lo políticamente correcto, ¿cómo no pensar
que el tiránico temor del qué dirán ha sustituido al temor de Dios? El malvado escucha en su interior un oráculo de pecado:
“No temo a Dios ni en su presencia”.
A veces, sin embargo, la tentación es más sutil. Es justo y
necesario que suframos por la terrible crisis de la Iglesia, pero cuando el
sufrimiento se convierte en desesperanza quizá se deba a nuestra falta de temor
de Dios, a que creemos que sabemos mejor que Él lo que nos conviene, a que
ponemos nuestra esperanza en nosotros mismos y en nuestras fuerzas en lugar de
levantar los ojos al cielo. El temor de Dios es
el principio de la sabiduría. Seamos
sabios.
Bruno
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